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México, D.F. domingo 26 de agosto de 2001
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Editorial
 
LA OBLIGACION DE PRESERVAR

SOLEl amparo solicitado por la fundación Josep Renau de Valencia para que el Ministerio de Cultura español intervenga ante la UNESCO y el presidente Vicente Fox, por la destrucción de dos obras de los creadores valencianos Josep Renau y Félix Candela en el ex hotel Casino de la Selva, es un hecho que merece especial atención por parte del gobierno mexicano.

La protesta de la fundación Josep Renau de Valencia sobre el particular debe ser entendida como un legítimo reclamo contra los arranques eficientistas de los gobiernos federal y estatal y a favor de la salvaguarda del patrimonio cultural, no sólo de México, sino universal.

El Casino de la Selva fue subastado por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), vía el Fideliq (dependencia de Nacional Financiera) en 10 millones de dólares al Grupo Costco-Comercial Mexicana para la construcción de una megatienda de autoservicio, y a la fecha han sido destruidas obras de Renau, Candela, Manuela Ballester, Jorge Flores y Reyes Meza. 

Nuevamente los intereses económicos se impusieron a los culturales. En una operación que despertó sospechas justificadas, Fideliq vendió el Casino como terreno sin considerar en ningún momento el valor de las edificaciones ni las obras artísticas.

Asimismo, llama la atención la lentitud con la que actuó el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), al cual corresponde la protección de las obras de acuerdo con la época en que fueron realizadas. Cuando decidieron moverse ya era demasiado tarde: los daños son irreparables. Ante este muy cuestionable descuido, no es de sorprender la indignación de diversas organizaciones de Morelos mismas que advirtieron desde tiempo atrás sobre los riesgos que corrían las obras, sin que fueran escuchadas. 

La situación se torna todavía más delicada pues hoy no sabemos qué otros monumentos históricos o artísticos están en riesgo por las ventas de Fideliq. 

Si bien México es reconocido en el ámbito de la cultura internacional por contar con magníficos conjuntos arqueológicos, es de sobra sabida la muy dispareja capacidad de nuestras instituciones culturales --además de las carencias presupuestales-- en materia de preservación y restauración. En general, hay que aceptarlo, somos muy buenos para crear pero malos para preservar, claro, salvo contadas excepciones.

También es cierto que los gobiernos en México han tenido la incorrecta percepción de que nuestro patrimonio cultural es fundamentalmente el arqueológico, cuando en realidad es la suma de todas las obras de importancia creadas a lo largo del tiempo.

Que el reclamo venga de España es también motivo de reflexión, porque se trata de un país en el que la cultura ha sido históricamente una prioridad de Estado, tanto de los gobiernos nacionales como de los autonómicos. Incluso, gran parte de su turismo se debe al extraordinario patrimonio cultural. Algo le podemos aprender.

 
 

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