LUNES Ť 27 Ť AGOSTO Ť 2001
Ť José Cueli
Los victorinos
Qué expresión de vigor y de energía aliados a una encastada nobleza de los victorinos lidiados esta semana en la feria de Bilbao y transmitidos por la televisión española a México. Un bloque vibrante de expresividad y codicia al seguir el trapo rojo y revolverse en un palmo de terreno. Un trabajo ganadero de afiligrando en la boyante embestida. Una dureza y sensación de peligro en los pitones que trasmitían la emoción al tendido y sacaban a la afición del tedio de las corriditas descastadas para el lucimiento de las figuras. Suavidad y blandura en las manos al meter la cabeza debajo del caballo, empujando con los riñones. La mirada llena de inteligencia torista que lleva a los toreros a templar la embestida de los toros o estar a merced de los mismos, como sucedió a los diestros alternantes.
Ante el tomar de conciencia de El Juli -que reaparecía después de su última cornada- de que le faltaban recursos para poder con los victorinos, no le quedó más remedio que plantarles cara, substituyendo maestría por un valor espartano. Así a tono con los victorinos surgió El Juli, altivo y recio y con modales de torería. Duro y sobrio, avezado a las incertidumbres de los toros cuando lo son realmente y a los azotes de las cornadas, salió triunfador de Bilbao, lo mismo el miércoles con los de Victorino Martín, que el jueves con los de Torrestrella. Porque además en ambas corridas estoqueó a los toros en lo alto, haciendo la cruz.
Ondas de sal sonaron en el coso de Bilbao y en la noche escondidas de luminarias El Juli, con el rostro ensangrentado y desencajado, no podía contener el llanto. Bajo el traje de luces iba sus ayes bebiendo y en la extasiada cumbre del delirio llegó al callejón, mirando el aletear de miles de pañuelos que demandaban anhelantes las orejas y la salida a hombros.