Javier González Rubio Iribarren
La posibilidad del Informe
Durante su campaña, Vicente Fox generó en muchos un gran entusiasmo. Convenció, con actitudes y frases, mucho más que con ideas, de que él podía sacar al PRI de Los Pinos, "a patadas".
Diversos medios de comunicación, sobre todo electrónicos, entendieron, en especial a partir de abril de 2000, que no tenían por qué apostar todo, otra vez, a favor del candidato del PRI, y dejaron a un lado los límites mínimos de cumplimiento de las reglas del IFE y empezaron a mostrarse más abiertos con el candidato de Acción Nacional. Ellos apostaron bien.
Llegó el cambio, pero sólo de régimen, de partido en el poder, de hombre en la silla, y esto último era lo máximo que habíamos tenido los mexicanos cada seis años, así que en realidad no era cambio alguno.
Decir que México ya cambió es tan fútil como exagerado. En México, hasta hoy, no ha cambiado nada. Si la política económica es continuismo de la iniciada en 1988, no se puede esperar transformación para la política social.
Tener democracia electoral no significa vivir en democracia, pues ésta es una forma de convivencia social real y ampliamente participativa.
Ante el hecho de tener poco que ofrecer a la nación en su primer Informe, dado los escasos resultados de su administración, los publicistas de Fox echaron mano del recuerdo del 2 de julio. Quisieron respaldar el primer Informe con la emoción y, de hecho, pedir más tiempo, intentar alargar la luna de miel que, precisamente después de la boda, ha declinado.
En la campaña, Fox ofreció que México crecería 7 por ciento a partir de su primer año; después le bajó a 4.5. Hoy sabemos que el crecimiento será de cero.
En la misma campaña, si Cuauhtémoc Cárdenas hablaba en Jalisco o Puebla de educación, hacía un diagnóstico y ofrecía hacer de la escuela el eje de la vida cívica y social, al segundo o tercer día, Fox decía lo mismo, pero muy simplificado. Ante el reclamo de que en su gobierno no hay proyecto educativo, echó mano de la historia y se fue hasta el positivismo, ergo, su proyecto educativo es el priísta histórico.
También en campaña llegó a decir que iba a acabar con todos los impuestos, menos el de la renta. Apenas llegar, luchó a brazo partido para convencernos de pagar IVA en medicinas y alimentos y de regresarnos ciertos gravámenes después, como si todos los mexicanos tuviéramos ahorros y capacidad de exceso de gasto. Para impulsar su idea de reforma fiscal se volvió boxeador joven que en cada pelea, en cada ring, ante cualquier público, en vez de administrar su fuerza y su condición, derrochaba sus capacidades. El contrincante, no tan joven, pero con más experiencia, lo derrotó.
Ofreció, en metáfora, claro, arreglar el conflicto chiapaneco en 15 minutos. Y seguimos esperando, después de la trastada que su partido, con su mancuerna priísta, le hizo a él, a los indígenas y a la sociedad mexicana.
La inexperiencia ha sido el costo más alto que ha tenido que pagar el presidente Fox, y con él la sociedad. Inexperiencia suya y de su gabinete.
En esa inexperiencia, de la que no se salvan más de dos o tres secretarios ?y no los menciono para evitar suspicacias?, el pasmo ha sido la línea a seguir, y sus características la falta de solidez de equipo, el individualismo, el desconocimiento de la administración pública y un ejercicio de propaganda que, para colmo, nos recuerda al priísmo en plenitud (baste para ello la agobiante publicidad para que veamos el primer Informe).
El hombre en campaña ofreció solucionar todos los males. Nos acaba de decir que el Presidente no puede resolver todos los problemas, que ese ha sido nuestro error. Eso ya lo sabíamos, pero él no, por eso ofreció tanto, y ahora, mostrándose desesperado, pareciera que no sabe para dónde hacerse. Más que determinación, mostró agobio.
El Presidente ha salido al extranjero emulando a "López Paseos". Su popularidad en el extranjero ?porque allá no gobierna? lo retribuye de la que pierde aquí. Allá se la creen, como se la creyeron a Salinas.
Como López Portillo, el presidente Fox está derrochando el capital político y carismático con que llegó al gobierno, la credibilidad y la confianza de quienes votaron por él, y a esos es a quienes está decepcionando.
Al Presidente que luchó por la democracia le ha dado por insultar a quienes no piensan como él o critican no sus acciones, sino la falta de ellas. Al carecer de argumentos, que no sea el "optimismo porque yo lo digo", ha recurrido al regaño y a la adjetivación coloquial. Si un presidente culto ?López Portillo? nos decía que nos gustaba vernos en el espejo negro de Tezcatlipoca, el presidente campechano nos dice timoratos y apanicados. Quizá se hace el gracioso, pero no da respuestas.
Confunde las decisiones que tiene en su mano con el respeto al Congreso: ante la comunidad artística y cultural da claras esperanzas de que finalmente no se graven los libros con el IVA, se gana el aplauso, y a los tres días dice que eso es decisión del Congreso. En tiempos de eliminatorias futbolísticas, él se mete autogol, en un partido que iba ganando.
Para colmo, no tiene mayor enemigo que Fernández de Cevallos, voz cantante de su partido, pilar de la nueva demagogia, neopesadilla del Senado. Ni el PRD le ha puesto tantos obstáculos. Y todo porque el PAN en su conjunto teme asumirse como partido en el gobierno pretendiendo una pureza que no es tal y que en realidad obstruye el ejercicio sano del gobierno.
En México no hay otra forma de hacer política que la que hizo el PRI, por desgracia, y el presidente Fox sigue la partitura en vez de iniciar verdaderamente un cambio. Esa forma de hacer política no puede acabarse de un solo tajo ?fueron 70 años de ejercerla?, y todos vivimos con ella, pero puede haber muestras de cambio, empezando precisamente por el discurso presidencial, por la propaganda. Intentar al menos la verdad, pues sólo así se van acabando las mentiras. Y tiene que correr riesgos, a lo que todo su equipo teme. La falta de confianza que se percibe empieza en el gabinete.
El gobierno debe convocar a la sociedad bajo acciones concretas, no discursivas. Si tanto dice el Presidente que son 118 millones de mexicanos ?acá y allá?, que deje de pensarlos como fuerza abstracta, como "grandeza mexicana" de discurso, y los invite a la participación y crea en ellos. No hay democracia sin participación civil activa.
El primer Informe del presidente Fox, de malas cuentas, podría ser de inicio de acciones concretas si deja de apostar todo a sus palabras y empieza a asumir que debe actuar.