sabado Ť Ť septiembre Ť 2001

Ilán Semo

Sobre el súbito interés de G. Bush por los mexicanos

George Bush perdió la elección presidencial en Estados Unidos. El margen de su derrota en las urnas fue considerable, por lo menos 3 por ciento. También estuvo a punto de perder la mayoría en el colegio de electores. Detenida por las acusaciones de fraude en Florida, la elección pasó a manos de la Suprema Corte de Justicia. Los cuatro jueces nombrados por gobiernos demócratas eligieron a Gore; los cinco nombrados por republicanos designaron a Bush. En Estados Unidos el presidente se elige no por el recuento de las urnas sino a través de un colegio conformado por electores de cada estado. El número de electores se determina en función del número de habitantes de cada estado; a más población, mayor número de electores. Los electores corresponden al partido que obtiene la mayoría absoluta en cada región. Dado el mapa actual de concentración y distribución de la población, sólo se requieren, en principio, ocho estados para ganar la contienda presidencial: California, Texas, Illinois, Nueva York, Nueva Jersey, Florida, Pennsylvania y Ohio. Más aún: por obra de los números, se puede perder en todos los demás estados de la Unión y ganar la presidencia con el triunfo en estos ocho estados.

En los últimos 10 años, en seis de estos ocho estados la migración "latina" ha transformado radicalmente la geografía demográfico-electoral. Pedro Castillo, historiador de la Universidad de California en Santa Cruz, ha mostrado que el voto "latino" en California, Texas, Florida, Illinois, Nueva York y Nueva Jersey se ha convertido en un fiel de la balanza en elecciones reñidas: una manzana de la discordia electoral. Se trata de los estados que reúnen la mayor cantidad de asentamientos de migrantes que provienen en su mayoría de seis países: México, Cuba, Guatemala, Nicaragua, El Salvador y la República Dominicana. Los puertorriqueños, que también prefieren la denominación de "latinos", son ciudadanos estadunidenses. Tan sólo en la ciudad de Los Angeles los "latinos" representan 47 por ciento del total de la población; en San Antonio son más de 40 por ciento, en Chicago 29 por ciento y en Nueva York superan el 20 por ciento. Las comunidades puertorriqueñas, que son estadunidenses a secas, votan con promedios similares a los de los "latinos" en general. La noción de "latino" es, por supuesto, vaga y puede llegar a ser contradictoria. Con excepción de la comunidad cubano-estadunidense, entre 75 y 85 por ciento de los "latinos" votan tradicionalmente por los demócratas. La gran mayoría se hallan en los últimos deciles de ingresos y salarios. Grosso modo hablan español o alguna de sus variantes. Eso es todo. Lo demás son diferencias culturales, sociales, lingüísticas... que a la hora de la política migratoria resultan frecuentemente infranqueables. Los cubano-estadunidenses, por ejemplo, prefieren exigir cuotas de inmigración que aseguran el crecimiento de su propia comunidad y olvidar a los "latinos" en general; los mexicano-estadunidenses, también. A los puertorriqueños, el tema migratorio les resulta frecuentemente indiferente o mediado por alianzas y problemas locales. La noción de "latino" pierde sentido también cuando se trata de las relaciones que Washington establece con los países de origen. La comunidad cubano-estadunidense ha sido tradicionalmente instrumento directo en el conflicto con Cuba. En cambio, los chicanos han sido hechos a un lado por Washington en las asimétricas relaciones que definen la vecindad entre México y Estados Unidos.

Las desventuras electorales de George Bush modificaron súbitamente este panorama. Si quiere ganar las elecciones del 2004, necesita un giro de por lo menos 4 por ciento en el voto nacional, difícil de producir en un electorado con tradiciones tan definidas. Desde sus primeros y trompicados días en la Casa Blanca, Bush apostó a un blanco manifiesto: no el voto de los "latinos" en general sino el de las comunidades mexicano-estadunidenses. Su cálculo, como el de otros profesionales de la numérica electoral, es que un giro del voto mexicano lo puede mantener en la Casa Blanca sin que las tropelías de las maquinarias electorales republicanas sean tan evidentes. Además, es un presidente "a la baja" debido a la recesión económica y a la estridente evidencia de sus propias limitaciones personales, lo cual puede costarle votos tradicionales.

La apuesta a una nueva política migratoria hacia los mexicanos ha sido hasta ahora su primera carta. La respuesta inmediata fue el rechazo de la mayoría republicana. Los demócratas quisieron desinflar el "globo" exigiendo trato igual a todos los migrantes a Estados Unidos, que suman en los últimos años más de 3 millones. Todo ello seguido de la protesta de los otros "latinos" que se preguntan por qué un trato preferencial a la migración mexicana.

A Bush no le interesan los mexicanos. Los crímenes que se cometen contra quienes cruzan la frontera, las cacerías de la Migra (detalladas minuciosamente en estas páginas por Luis Hernández), las terribles condiciones en que viven más de un millón de indígenas que trabajan en el campo estadunidense, la discriminación y el racismo. Le interesan los votos de los mexicanos al menor precio posible. Por esta "rendija de intereses" se ha colado precisamente la diplomacia de Jorge Castañeda, que enfrenta un problema crucial. Los reportes del FMI anuncian que, de seguir estancada la economía mexicana, más de 2 millones de conciudadanos buscarán sortear los peligros fronterizos en los próximos tres años. No es un dato imposible.

El evidente despliegue de la nueva diplomacia mexicana podría tener también otro sesgo: las elecciones del 2006. De emitirse, la ley que permitiría votar a los mexicanos residentes en Estados Unidos supondría entre 2 y 4 millones de votos nuevos. Suficiente para hacer triunfar a cualquier candidato en las próximas elecciones presidenciales. ƑQuién habrá de capitalizarlos?