EL FORO
Ť Carlos Bonfil
Réquiem por un sueño
LUEGO DE SU primer filme, Pi, el orden del caos, cinta hermética, de culto rápido y sorprendente popularidad en México, en blanco y negro, la nueva aventura de Aronofsky es una producción ambiciosa que recurre a la digitalización, al color y al uso de diferentes tipos de cámara, en particular una muy novedosa cuyo afán es capturar durante horas, mediante miles de impresiones, la variación continua de la luz natural y transmitir así, en un alarde de sofisticación técnica, la atmósfera de una habitación, su temperatura y los cambios sucesivos en los rostros y conductas de los personajes. Este recurso es muy efectivo en el caso de Sarah, cuyo paulatino colapso mental el director registra con minuciosidad. En Harry se capturan instantáneas de su adicción a la heroína, una pupila dilatada, el contacto de la droga con la sangre, la cuchara, el fuego y la jeringa, explosiones incandescentes, cuya economía visual y reiteración informa inmejorablemente sobre el carácter obsesivo de la dependencia.
EL REALIZADOR LO ha precisado incontables veces: Réquiem... no es una película sobre la droga, mucho menos un alegato moralista en contra de su consumo. Basada en la novela homónima de Hubert Selby Jr., autor también de Ultima salida a Brooklyn, la película alude a todo tipo de dependencia, al carácter neurótico de adicciones que incluyen, además de los estupefacientes, drogas no penalizadas como la televisión, el bombardeo publicitario, la dependencia afectiva, y de modo general todo lo que Freud calificara de psicopatología de la vida cotidiana.
EN REQUIEM..., el enrarecimiento progresivo de atmósferas tranquilizadoras remite al cine de Lynch (Terciopelo azul, El lado oscuro del camino), aunque los estados alucinatorios de Sarah (una Ellen Burstyn dueña absoluta de su oficio) no dejan de evocar al Polanski de Repulsión y a las metamorfosis y degradaciones corporales en Crash, de Cronenberg. Añádase el acierto de la banda sonora de Clint Mansell con arreglos del Kronos Quartet, y la fotografía innovadora, desconcertante, de Matthew Libatique. El segundo filme de Aronofsky confirma una temprana reputación de autor y augura sorpresas en su anunciada participación para la quinta versión de Batman.