LUNES Ť 10 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
Ť André Schiffrin
La edición sin editores
LLos nuevos propietarios de las editoriales absorbidas por los grupos exigen que la rentabilidad de la edición de libros sea idéntica a la de sus otros sectores de actividad, periódicos, televisión, cine, etcétera, todos ellos notoriamente lucrativos. Las nuevas tasas de ganancia esperadas se sitúan en una franja comprendida entre el 12 y el 15%, o sea tres o cuatro veces más de lo que era tradicionalmente la edición. Sin embargo, no puede decirse que los grandes editores históricos, los Alfred Knopf y otros, se hayan jubilado en condiciones miserables. Pero se daban por satisfechos al ver que el valor de su editorial crecía regularmente de año en año, no buscaban desangrarla porque eran conscientes de que se necesitaba capital para mantener el nivel del catálogo. Por el contrario, los nuevos propietarios insisten en guardar cada año, y aun cada trimestre, los beneficios previstos en sus presupuestos.
Para satisfacer estas demandas, los editores han modificado completamente la naturaleza de lo que publican. Todo el sistema se basa en los best-sellers, y los enormes anticipos pagados a los autores representan lo que se necesita para enganchar las "locomotoras" que se suponen tiran del resto del tren. Pero progresivamente los vagones de pasajeros desaparecen, y las locomotoras a menudo no tienen potencia suficiente para llegar al final del camino. Enormes anticipos se convierten en pérdidas, se generan déficits gigantescos y los editores se ven obligados a recortar aún más lo esencial, a eliminar todo lo que no son best sellers, a arañar lo que queda de los presupuestos de lanzamiento y de publicidad de los "pequeños" libros, para intentar una vez más cambiarlos por un Jeffrey Archer o una Danielle Steele. Según la prensa británica, los recientes despidos en HarperCollins en Londres estaban directamente relacionados con el fracaso de un libro por el que se había pagado a Archer un anticipo de 35 millones de libras.
Que cierto tipo de libros desaparezca sólo representa la mitad del problema: en los cambios actuales, lo que está en juego es la naturaleza misma de los libros publicados. Un reciente artículo del New York Times pone el acento en el hecho de que las grandes compañías cinematográficas empiezan a publicar libros, y obtienen sustanciales ganancias con títulos tomados de sus películas de éxito (tie-ins). La Disney Corporation fundó en 1990 su propia editorial, Hyperion, para explotar los tie-ins de Disney. Un agente importante, Robert Gottlieb, describió el sentido de esta nueva empresa en el New York Times: "No estamos aquí para discutir con Farrar & Straus. No olviden que se trata de una empresa de entretenimiento muy comercial".
Para adaptarse, los editores de los grandes grupos cambian la naturaleza de su producción. Para ello, cambian de personal. El grupo Pearson colocó al frente de su división internacional -aureolada por el prestigio de Penguin Books- a Michael Lytton, que venía de Disney y que, apenas llegó, explicó cómo el famoso logotipo de Penguin iba a utilizarse para vender productos derivados, discos, etcétera. HarperCollins de Nueva York contrató como director general -por poco tiempo- a Althea Disney, que había sido la jefa de redacción de TV Guide, una de las publicaciones más populares y más rentables del imperio Murdoch. En 1997, el grupo creó una nueva rama, HarperEntertainment, que anunció la publicación de 136 libros en el primer año, todos consagrados a la televisión y a los tie-ins, aplastando así al resto de la producción de HarperCollins.
Es inútil señalar que no todas las editoriales pueden cumplir tales objetivos. Como hemos visto, algunos grupos son mucho menos rentables que hace cinco años, cuando realizaban una política tradicional y diversificada. Pero basta con que una sociedad lo logre para que se conmine a las otras a aumentar su esfuerzo. Si en alguna parte se alcanza el 15% anual, se exigirá de las otras lo propio, y el infortunado que está a la cabeza deberá pasar al 16%.
Otro buen ejemplo del precio a pagar por las concentraciones lo aporta la historia del grupo angloholandés Reed Elsevier, que además de las editoriales y las filiales en los medios de comunicación es propietario de Publisher Weekly, el semanario profesional de libreros y editores. Sabemos por gente que trabaja allí que algunas filiales de Reed logran hasta un 30% de ganancia anual, pero se les pide que establezcan presupuestos que prevean un incremento de la rentabilidad durante años, cuando ya es dos veces más alto que las tasas máximas exigidas en otros lugares de la profesión. Para terminar, el grupo llegó a la conclusión lógica de su política: después de haber comprado algunas editoriales de entre las más respetadas de Gran Bretaña -Methuen, Heinemann, Secker & Warburg, etcétera- y de haberlas agrupado bajo la significativa denominación de "Consumer Product Division" [Departamento de los productos de consumo], Reed anunció en agosto de 1995 su intención de vender sus editoriales tradicionales, porque "la edición de consumo", según su elegante fórmula, no puede de verdad alcanzar tasas de ganancia suficiente. Ahora bien, las cifras publicadas mostraban una rentabilidad general del sector edición de Reed del 12%, pero este nivel, que muchas empresas tratan infructuosamente de alcanzar, es considerado insuficiente por quienes tienen inversiones más rentables en otras partes: un auténtico Sísifo financiero. Es curioso que un grupo cuyas filiales más rentables son las que publican informaciones destinadas a los profesionales del libro y organizan las ferias del sector, trabaje para disminuir el número de editoriales de las que dependen en última instancia.
Reed decidió no invertir más en la edición tradicional sino concentrarse en las obras de referencia y en la edición electrónica. Cada vez más los editores hablan de concentrarse en la punta de la jugosa pirámide de la información, haciendo accesibles por ordenador los datos que hasta ahora se obtenían en los libros.
Aunque mi propósito no sea discutir aquí los méritos de esas nuevas tecnologías, que por supuesto son muy importantes, hay que señalar sin embargo que un número creciente de grupos considera este ámbito extremadamente rentable. Todavía no sabemos cómo se organizará el pago para tener acceso a la información en el futuro, pero el hecho de que los mismos que están al frente del cambio vean en él una fuente de ganancia potencial debe considerarse una señal de peligro. Ante la política del gobierno estadounidense sobre las "autopistas de la información", algunos se inquietan y temen que las bibliotecas públicas y otras instituciones de acceso gratuito tengan cada vez menos facilidades para obtener la información. Se puede imaginar una situación, en un futuro no muy lejano, en la que habrá que pagar un importe elevado para obtener datos que hasta ese momento se obtenían gratuitamente. Como el comunismo, que se ha derrumbado por limitar el acceso a la información, podemos ver aparecer un sistema donde la tarjeta de crédito reemplace al carné del Partido para obtener lo que debe ser accesible a todos y gratuitamente.