LUNES Ť 10 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001

Ť La cinta, una adaptación de las memorias de Grace Elliott, se presentó en Toronto

Eric Rohmer da un nuevo giro a su trayectoria con La inglesa y el duque

Ť El octogenario realizador, fresco y vital ante otros más jóvenes estancados en fórmulas caducas

Ť The navigators, de Ken Loach, y Dust, de Milcho Manchevski, otros de los títulos en el festival

LEONARDO GARCIA TSAO ENVIADO

La variada programación del 26 Festival Cinematográfico de Toronto en sus primeros tres días ha permitido comprobar qué tanto puede mantenerse vigente o no la carrera de un director de larga experiencia.

El ya octogenario realizador Eric Rohmer es un caso especialmente afortunado de la teoría del autor, propugnada por él mismo y sus colegas de la llamada Nueva Ola francesa. De una rara coherencia formal y temática, Rohmer es capaz a estas alturas de dar otro giro a su trayectoria con L'Inglaise et le duc (La inglesa y el duque), una rara película de época, como lo fueron las anteriores Perceval el galo y La marquesa de O, y hecha a manera de indicio de que un ciclo -el de las Cuatro Estaciones, en este caso- ha concluido.

Abordando sus habituales preocupaciones éticas, el realizador ha adaptado las memorias de Grace Elliott, dama inglesa, amante del duque de Orleans y sobreviviente del periodo más turbulento de la Revolución Francesa. Muy bien interpretada por la hasta ahora desconocida Lucy Russell, la dama epónima enfrenta decisiones difíciles en tanto su lealtad a Luis XVI pone en peligro su vida, y su amor hacia el duque también es afectado por las cambiantes circunstancias políticas. Además de la forma experta con la que Rohmer construye la dramática intriga en torno de sus personajes, llama la atención la forma estilizada como ha recreado el siglo XVIII. Aprovechando la tecnología digital, todas las escenas en exteriores utilizan pinturas como escenografía; el efecto asemeja las litografías coloreadas de ese entonces y evoca una sensación de pasado como no lo hubiera hecho una costosa reproducción hollywoodense.

En cambio, el inglés Ken Loach hace rato ha dado signos de agotamiento. Programada también dentro de la sección llamada The masters (Los maestros), The navigators (Los navegantes) es otra mirada solidaria a la clase obrera inglesa, bajo el mismo tenor que encuentra detalles de humor en una existencia básicamente desesperanzada. Ahora se trata de unos trabajadores ferroviarios que se ven orillados al desempleo o al chambismo, cuando su compañía de trenes es privatizada. El enfoque es justo y más convincente que los recientes intentos de Loach por salirse de la realidad británica, pero no puede escapar a la sensación de lo ya visto.

Por su parte, el cineasta macedonio Milcho Manchevski ha pasado siete años desde su notable ópera prima Antes de la lluvia, enfrentando el temible síndrome de la segunda película. Aunque Dust (Polvo) está hecha con un espíritu temerario, su arrojo la lleva frecuentemente al exceso y al desequilibrio. Se trata de una especie de western balcánico, donde se dan cita las influencias de Leone y, sobre todo, Peckinpah, que tiene como punto de arranque, curiosamente, la misma anécdota de El tres de copas, de Cazals: dos hermanos pistoleros se enemistan tras enamorarse de la misma prostituta, y esa historia es narrada por un personaje que la va inventando sobre la marcha . Manchevski confirma su talento, sin duda, en especial a la hora de jugar con los tiempos narrativos; sin embargo, siempre da la impresión de echarle demasiada crema a sus tacos (o lo que se coman en Macedonia).

No deja de ser irónico que Rohmer, un director de 81 años y activo desde fines de los cincuenta, se mantenga fresco y vital cuando la mayoría de sus colegas mucho más jóvenes parecen estancarse en fórmulas caducas o en intentos fútiles por estar a la vanguardia.