LUNES Ť 10 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001

Ť José Cueli

Tres horas y media de tedio

Ciertos dones toreros nativos de genio y de intuición llegarán a su máxima eficacia con la ayuda de la información y su cultivo. Ya se entenderá que al hablar así no me refiero solamente al aprendizaje de la técnica o el oficio; me refiero, más íntima, más profundamente a ciertos pliegues característicos de la personalidad que permiten al torero expresar su decir propio, que quiebre lo monótono del toreo actual y cambie de vista la repetición monótona de los mismos lances, los mismos pases, los mismos gestos, los mismos ademanes (brindis al público, puñetazos al aire, bailaditos aflamencados, posturitas cursis, etc...) con los mismos irreductibles intereses.

Ayer en la llamada Feria Nacional del Novillero, nuevamente, la misma plaza vacía, pasada por agua, casi en silencio. Novillo tras novillo, los novilleros hacían que toreaban en inacabables "faenas". Sus figuras parecían las de muñecos de madera cuyo resorte se hubiera roto y no pudiesen cumplir con los movimientos habituales del toreo, a pesar de exigirlo las circunstancias -las oportunidades no vuelven. Nunca aparecieron los lances sorpresivos, geniales, ni los pases naturales cargando la suerte y ligando, que acabaran con ese pobre teatrillo- en que han convertido la fiesta brava de asfixia y acartonamiento, de rutinaria mediocridad y de vulgar pobreza, a pesar del regalo de sus orejitas a Lizardo y Ortegas.

Esta falta de decir propio lleva a los novilleros a tratar de realizar faenitas aprendidas, prefabricadas, independientes de los novillos de San Judas Tadeo que tienen enfrente. En vez, supongo, de encontrar el carácter, la penetración psicológica de una raza en cuanto al espíritu, lo improvisado, que saque al toreo de la esclerosis en que se muere.