¿PARA QUÉ?
Nada
volverá a ser igual después de los criminales atentados perpetrados
ayer en la costa este de Estados Unidos, los cuales trastocaron radicalmente,
en un par de horas, los escenarios políticos, económicos
y estratégicos del mundo.
El territorio estadunidense se reveló de golpe
como un sitio tan inseguro como los campos de Colombia o las ciudades palestinas
e israelíes, y la seguridad nacional del país más
poderoso del planeta resultó plenamente desbordada.
El brusco cambio de percepciones del estadunidense medio
se orienta rápidamente hacia la paranoia, la xenofobia y la inseguridad,
en tanto que los ámbitos financieros y del llamado complejo militar-industrial
se fortalecieron con la misma rapidez y en forma inversamente proporcional
a la confianza de la población.
Son muchas las consecuencias de hechos que siguen siendo,
a pesar del alarde de cobertura mediática, muy escuetos: comandos
suicidas pertenecientes a una organización desconocida estrellaron
tres aviones llenos de pasajeros sobre dos de los símbolos supremos
del poderío de EU: las torres gemelas del World Trade Center y el
Pentágono, el poder económico y el poder militar que Estados
Unidos proyecta en el mundo globalizado.
Otra aeronave comercial se estrelló en Pennsylvania
y, horas después, se registró un bombardeo no reivindicado
en la capital de Afganistán, donde se supone que reside Osama bin
Laden, acusado por Washington de ser responsable de varios atentados terroristas
contra blancos estadunidenses.
Tales hechos son expresiones --repudiables y bárbaras--
de un conflicto que casi todo el mundo desconoce y que, paradójicamente,
muy pocos se empeñan en identificar.
Los sucesos referidos causaron un número aún
indeterminado de víctimas inocentes, cortaron de tajo la tradicional
seguridad de la sociedad estadunidense, suscitaron una perceptible tensión
mundial y actitudes paranoicas por parte de gobiernos y organizaciones
internacionales y provocaron un descontrol bursátil y cambiario
en todas las plazas del mundo, incluido nuestro país, donde la bolsa
de valores hubo de interrumpir sus operaciones y el dólar y el oro
registraron bruscos incrementos dando pie a oportunidades inapreciables
para la especulación.
Por su parte, los medios electrónicos incrementaron
a conciencia la confusión y refrendaron su condición de instrumentos
de desinformación planetaria: el bombardeo de imágenes remplazó
la búsqueda de los motivos del bombardeo y, como ocurrió
hace una década en la guerra contra Irak, las transmisiones en vivo
de la destrucción contribuyeron a ocultar las preguntas fundamentales
del momento: ¿quiénes planearon y ejecutaron estos atentados
demenciales y con qué propósito?
¿Qué organización tiene la capacidad
logística y de inteligencia suficiente para realizar cuatro secuestros
aéreos casi simultáneos y estrellar las aeronaves, en forma
coordinada, contra blancos estratégicos centrales de Estados Unidos,
sin que los servicios de seguridad, radares y defensas antiaéreas
pudieran reaccionar de manera alguna? ¿Cuáles serán
los cauces --o los chivos expiatorios-- de la venganza de Estado anunciada
por el presidente Bush?
Y, sobre todo, ¿a quiénes sirve y a quiénes
perjudica la circunstancia generada por esos actos criminales?
No será fácil restituir a esas interrogantes
la centralidad que requieren pero, en lo inmediato, los sucesos han otorgado
al gobierno estadunidense las coartadas necesarias para adoptar actitudes
más ofensivas y hostiles hacia sus enemigos externos reales o supuestos.
Pocos parecen reparar, por ahora, en los paralelismos entre lo ocurrido
ayer en Manhattan y el bombazo que destruyó el edificio federal
en Oklahoma hace seis años, atentado que fue atribuido en principio
a extremistas palestinos y que, en realidad, se gestó en los ámbitos
de los 602 grupos de la ultraderecha estadunidense.
Poco se habla sobre los telones de fondo de la recesión
económica --y de las perspectivas inmediatas de reactvación
abiertas por los atentados-- y de la falta de enemigos visibles que, para
una superpotencia, resulta mucho más desgastante que la presencia
de enemigos reales.
Se ha insistido en que los avionazos son una declaración
de guerra, pero no se señala que tal vez se trate de una guerra
civil y que, en todo caso, es, por ahora, un conflicto con un enemigo desconocido.
Nadie refiere la posición de ventaja en la que
quedan, a raíz de estos sucesos trágicos, los halcones de
EU e incluso de otros países. Por ningún lado aparecen, entre
las listas de las víctimas, las libertades y las garantías
individuales de los viajeros y migrantes.
Finalmente, la precisa coordinación de los ataques,
aunada a la distorsionante cobertura mediática, generaron una angustiosa
sensación de irrealidad: la opinión pública internacional
se vio sumergida en escenarios de thriller, en imágenes espectaculares
y sucesos tan truculentos que parecieran sacados de una producción
de Hollywood.
Sería apresurado e improcedente señalar
culpables, pero la matriz cultural del horror vivido ayer en el país
vecino no parece árabe ni islámica ni asiática, sino,
tal vez, profundamente estadunidense.
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