JUEVES Ť 13 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001

Adolfo Gilly

Los enemigos sin rostro

Fueron muchos miles, la Casa Blanca aún no se atreve a decir cuántos, los muertos en el ataque terrorista contra las torres gemelas. Eran oficinistas: no los ricos que viven en sus hermosos barrios, sino los empleados y los trabajadores de los ricos, los hombres y las mujeres de todos los días. Así aparecen en las fotos desoladas de las calles del distrito financiero después del ataque. Estadunidenses o no, por todos ellos es hoy nuestro duelo, el de quienes vivimos, trabajamos y somos como ellos, como lo fue antes por todas las víctimas civiles, iguales a ellos, en todas las ciudades bombardeadas por los ejércitos de estos tiempos.

Matar a sangre fría a quienes trabajan en Wall Street es tan imbécil y tan atroz como sería volar una fábrica Ford con todos sus trabajadores para castigar a la empresa, o como lo es bombardear a Bagdad para castigar a Saddam Hussein. Todo terrorismo es atroz, como lo es hoy el crimen sin nombre de las torres gemelas.

Pero para comprenderlo, no sirve empezar por buscar al culpable. La primera pregunta no es: "Ƒquién fue?", sino: "Ƒpor qué esto sucede?" En casos así, las teorías conspirativas no explican nada. No parece sensato, en el actual estado de cosas, imaginar un complot interno de fuerzas oscuras de Estados Unidos. La dimensión de la afrenta contra el orgullo nacional y la magnitud de la humillación sufrida por su gobierno excluyen en principio esta aventurada hipótesis. Que el presidente Bush se vaya a buscar su seguridad en una base militar de Nebraska, en lugar de ir a Nueva York, donde la gente lo esperaba y reclamaba, es otro indicio de su desconcierto (y, de paso, de la estatura de gobernantes nacidos en cuna de oro y educados en campos de golf).

La tragedia de las torres gemelas y el atentado suicida que tumbó un trozo del Pentágono no provienen de un complot en las alturas. Son, al contrario, un producto y una imagen del presente estado del mundo.

La política mundial dictada por el poder financiero internacional, cuyo símbolo es Wall Street, sostenida en el poderío militar del Pentágono y aplicada por los hombres y mujeres de la Casa Blanca, ha sembrado por el mundo desastres humanos y materiales innumerables, ha pulverizado los derechos, ha destruido o desmantelado las organizaciones de los pueblos, ha impuesto la ley inhumana del capital bajo el nombre de "los mercados". ƑCuántas veces no oímos decirnos que esta medida no es posible y aquella política tampoco, porque "los mercados" no lo permitirían? Y cuando preguntamos quiénes son, dónde están, cómo discutir con "los mercados", sólo se nos presenta una mano invisible, un fantasma sin rostro, nada, nadie: los gobiernos no saben, los empresarios no pueden, los políticos no se atreven porque este es el estado de las cosas y nada puede hacerse.

Muchos, cada vez más en el mundo, han tratado de influir sobre ese estado de cosas, de defender los derechos de los seres humanos, de dialogar con esos gobernantes y esos técnicos por cuyas voces habla la dictadura de "los mercados", esa que provoca hambrunas, aniquila puestos de trabajo, pulveriza salarios y destruye derechos sociales en todas partes. La última tentativa multitudinaria fue en Génova. Más de 200 mil manifestantes se reunieron en paz para hacer oír su voz a los grandes de este mundo. Unos pocos cientos de desesperados, pronto aislados por los manifestantes, el Black Block, recurrieron a la violencia. La policía de Berlusconi golpeó, pateó, encarceló, vejó a los manifestantes y los disolvió, dejando así el campo libre a los violentos y desesperados, convirtiéndolos ante la gente bienpensante en el símbolo de la protesta. Los manifestantes tenían rostro y pertenecían a organizaciones. Los Black Block eran anónimos, violentos y sin rostro. No eran provocadores (salvo unos pocos), eran desesperados.

Pero los grandes del G-8 no quieren enfrentarse ni dialogar con fuerzas sociales organizadas, que por naturaleza son opuestas al terrorismo. Igual que los anónimos "mercados", la política de esos grandes prefiere enfrentarse con los violentos enemigos sin rostro que la brutalidad inhumana de su política engendra. Esos enemigos, reales y verdaderos, le sirven para legitimar sus propias atrocidades contra aquellas fuerzas y contra los seres humanos de todo el mundo, iguales en sus alegrías, sus trabajos y sus penas a los miles y miles que el terrorismo sin rostro asesinó en las torres gemelas.

Llevó buena parte del siglo XIX y todo el siglo XX conquistar los derechos, las normas y las reglas que protegían en muchos países el trabajo bajo todas sus formas. Llevó dos guerras mundiales y muchas revoluciones y rebeliones llegar a los equilibrios que se expresaron en la Organización de las Naciones Unidas y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Esos equilibrios son cosa del pasado, y en su destrucción mucho tuvo que ver el Pentágono. Se derrumbaron casi de golpe, como las torres gemelas, y en su lugar quedó este mundo en migajas y la dictadura sin rostro de los mercados.

Esta dictadura, que no conoce ni reconoce interlocutores, ha engendrado como su torre gemela a un enemigo sin rostro: el terrorismo a niveles inauditos. Este, al igual que "los mercados", no reconoce fronteras ni se le puede atrapar. Renace cada día entre los escombros de los viejos pactos y los pasados derechos. Las organizaciones destruidas por "los mercados" luchaban por la justicia y el derecho, que son su ambiente de vida y su razón de existir. Pero cuando se niega la justicia y se cambia el derecho por los pactos privados, sólo se deja espacio a la venganza. Eso es el terrorismo, hijo y espejo de "los mercados".

El gobierno de Estados Unidos, humillado, se declara en estado de guerra. ƑContra quién, para qué? ƑTiene derecho a perder la serenidad y a clamar venganza contra un enemigo sin rostro el gobierno más poderoso de la tierra? Si esos gobernantes están ciegos y sordos para reflexionar sobre el estado del mundo, es tarea nuestra el hacerlo. Pero no sobre ellos y sus dislates, sino sobre cómo proseguir creando las formas de organización y de defensa de los derechos sociales y políticos y de las libertades contra los dos enemigos sin rostro: los mercados y su engendro: el terrorismo.

Hace siete años, en el sur de México, la rebelión zapatista lanzó una advertencia. No la han querido escuchar, le han cerrado los caminos, se han burlado de su capacidad de hacer política y de su voluntad de preservar los derechos, la paz y la vida. Más de una vez, Marcos les dijo que después y más allá de ellos vienen los sótanos de la sociedad, el estallido sin rostro y sin nombre de los humillados, los ofendidos, los ninguneados de siempre por los gobiernos de los funcionarios, los ricos y los señoritos. Una vez más, el gobierno de Fox maniobró, mintió y burló acuerdos y compromisos: "ni modo, si no quieren aceptar lo que les dimos, allá ellos, la vida continúa", dicen sus funcionarios.

Es este mismo gobierno el que, sin la menor noción del estado del mundo, quiere amarrar a México como socio y aliado menor, confiado y subordinado de la potencia mundial que generó ese estado de cosas y que parece disponerse a arrastrarnos a todos en una violencia sin rostro y sin fronteras. La sensatez y la historia indican la política opuesta: cuidar el país y poner respetuoso trato y medida distancia con quienes, desde el poder o desde el terror, quieren sustituir la razón por la furia y la justicia por la venganza.