jueves Ť 13 Ť septiembre Ť 2001
Arnoldo Kraus
Género y salud
En la portada del libro Calidad de la atención con perspectivas de género se lee: "Salud Integral para la Mujer es una organización multidisciplinaria, fundada en 1987, que se ha convertido en referente local para los temas de salud, derechos y ciudadanía de las mujeres". Es evidente que la salud, los derechos y la ciudadanía comparten y son una tarea similar, equitativa e indispensable para el desarrollo integral de las mujeres. Me parece, además, que esos tres atributos -salud, derechos y ciudadanía- deberían entremezclarse y nutrir de tal manera que no existan ni dismetrías ni preponderancia de alguno de los tres ejes. El leitmotiv de ese esfuerzo no debe soslayarse y de hecho semeja una lucha que se centra en la palabra mujeres, lo cual supone que el cuidado médico es dispar entre ambos sexos. ƑQué implica, bajo la turbia luz del siglo XXI, hablar de calidad de la atención con perspectivas de género?
Seguramente que las diferencias de género son especialmente significativas para las mujeres, ya que desde su perspectiva existe inequidad y discriminación. Este fenómeno, en caso de ser cierto, no es accidental y debe leerse como una de las hebras más que conforman el denso entramado de la preponderancia de "unos sobre otros". La aplicación de la salud es desigual en otros ámbitos. Algunos ejemplos son los indígenas y los pobres de México, los negros e hispanos de Estados Unidos, y los homosexuales enfermos de sida en la mayoría de los países, o incluso quienes sufren discapacidades físicas o mentales.
La disparidad en la atención hacia las mujeres, si bien no debe calificarse de "más grave" o más ominosa cuando se compara con los grupos previos, sí posee tintes diferentes, pues implica, entre otros avatares, la hegemonía del sexo masculino al disponer, ordenar y distribuir la salud. Sin embargo, esas afirmaciones requieren pensarse con tiento y exigen, aunque sea a vuelapluma, detenerse y vislumbrar algunos datos.
Hace 100 años sólo una de cada tres mujeres sobrevivía la multiparidad para alcanzar la menopausia. Los hombres vivían más y se consideraba que eran el sexo superior. En la actualidad las cosas han cambiado. A los 85 años viven cuatro mujeres por cada hombre y padecen menos "enfermedades mayores" que los varones, por lo que podría conjeturarse que biológicamente ellas son superiores. Sin embargo, consultan doctores con más frecuencia, usan más medicamentos, se reportan enfermas en sus trabajos más a menudo que los varones, pasan más días en cama, acuden al hospital con más frecuencia que ellos, son sometidas a más operaciones y tienen mayor número de alteraciones mentales. Son también más propensas a padecer males menores. ƑPor qué esa dicotomía? ƑEnferman más las mujeres o se preocupan más por su salud ya que son responsables de la familia? ƑO acuden con más asiduidad al médico porque perciben que no son escuchadas?
La realidad es otra: enferman más debido al daño social que sufren, ya que son consideradas socialmente inferiores. Ejemplos sobran. Cito algunos: en la mayoría de las naciones las mujeres trabajan más horas que los hombres, a menudo en labores que entorpecen la mente y en ocasiones en tareas peligrosas. Globalmente, 60 por ciento del trabajo de las mujeres no es pagado, e incluso, en naciones del Primer Mundo como Inglaterra, las mujeres ganan 70 por ciento menos que los varones en trabajos similares. Se sabe también que, sobre todo en países pobres, las desigualdades en salud entre ambos sexos son patentes, lo que implica menor número de oportunidades para las mujeres. Esas premisas fueron, sin duda, parte del constructo de las autoras de Calidad de la atención con perspectivas de género.
Si se acepta que el reclamo -que más bien es una búsqueda y camino acerca de la urgencia de encontrar los cauces que proporcionen salud adecuada para las mujeres- es válido, entonces, la idea de Simone de Beauvoir, que afirma que en un mundo definido por los hombres las mujeres son "el otro", no sólo es vigente, sino doblemente veraz. Ya sea por la exclusión basada en el poder o porque los sistemas de salud han fallado en sus diseños y alcances en relación con el sexo femenino, la idea De Beauvoir merece repensarse. Experiencias como las descritas en este texto, en el que por medio de las enseñanzas acumuladas en Salud Integral para la Mujer se vislumbra un modelo de atención con perspectivas de género, son un puente que pretende acortar las distancias entre la necesidad de una nueva ética de la salud y la realidad social de la mayor parte de las mujeres del mundo. Los pilotes de nuevos puentes aguardan futuras discusiones.