ENTREVISTA
Avándaro... 30 años después. Lo que se dijo y lo que no se había dicho
De no ser por Jaguares y Maná, no pasa nada en el rock mexicano: Armando Molina
ARTURO MENDOZA MOCIÑO ESPECIAL
Armando Molina es radical y preciso en sus críticas y alabanzas hacia Avándaro y el rock mexicano de hoy en día. Por momentos cae en el pantano de la nostalgia que colinda con la armagura.
Ahora, a la distancia, como testigo y organizador de aquel suceso, Molina ha realizado un libro que permanece inédito: Avándaro... 30 años después. Lo que se dijo y lo que no se había dicho, donde cuenta cómo Carlos Hank González, entonces gobernador del estado de México, dio permiso para el evento que arrancó el 11 de septiembre; de la inesperada asistencia de 200 mil jóvenes a unos cuantos meses del Jueves de Corpus, el 10 de junio de 1971, y de esa bella regiomontana que se convirtió en la famosísima encuerada de Avándaro y de otros jóvenes amantes de la desnudez y del lema hippie de amor y paz.
Sin ninguna concesión señala cómo fue que el rock cayó en la más grande marginación que se haya dado en un país en el mundo y de cómo los hippies de aquel momento son ahora yuppies que han entrado en el inevitable camino de la vejez.
"Me llamó Luis de Llano para que elaborara los libretos del programa que realizaba: La onda de Woodstock. Días después me volvió a llamar Luis y me citó en su oficina. Pensé que era para algo relativo al programa, pero grande fue mi sorpresa al ver que estaban con él dos personas que eran Eduardo López Negrete y Justino Compeán, que para el rock no significaban nada, pero ellos tenían la organización de las carreras de autos del tradicional circuito de Avándaro. En 1971, tenían la idea de compaginar la carrera con una noche mexicana previa, amenizada por uno o dos grupos de rock. Ese fue el encargo, conseguir los grupos. Entonces me fui con la idea de contratar a Javier Bátiz y de meter a alguno de los grupos que yo manejaba en aquel tiempo, que básicamente eran los más importantes del momento: Peace and Love y Ritual, los dos de Tijuana. Por cosas circunstanciales me encontré muy rápido con Bátiz, en casa de Waldo Tena, que era de Los Rebeldes del Rock. En mi libro viene muy detallado cómo fue ese encuentro. Bátiz estaba en su apogeo, aunque ya iba de caída porque su mejor momento fue 68 y 69 en La Terraza Casino, y no quiso ir a Avándaro porque dijo que esos 40 mil pesos deberían ser sólo para él. Le dije: "Javier, se trata de hacer algo importante". Al no llegar a un acuerdo con él hubo una fricción, casi llegamos a los golpes y prácticamente lo invité a que saliera de la oficina ya de muy mala gana a darnos un entre, pero no pasó a mayores. Al día siguiente, le reporté eso a los organizadores. "Con Bátiz no se pudo", les dije, "pero qué les parece si llevo a mis grupos, Peace and Love y Ritual." Y ellos me dijeron "no hay problema". Al salir de esa junta me dije que el presupuesto de 40 mil pesos estaba holgado como para llevarme sólo dos grupos. Mejor cuatro grupos en vez de dos. Les doy diez mil pesos a cada uno, y todavía estaban muy bien pagados porque los grupos cobraban en esa época cinco mil por actuación y entonces les pregunté a los organizadores si podía llevar cuatro en lugar de dos y ellos me dijeron: "haz lo que quieras mientras no alteres el presupuesto de 40 mil pesos". ¡Pues suave! Después me dije: "¿Y por qué no mejor ocho de a cinco mil?". Porque hubo otros grupos que yo no manejaba, pero que se enteraron y me decían "Oye, invítanos a esa noche mexicana porque va a estar bien". Y cuando llegué a la junta para decirles que ya tenía ocho grupos me dijeron que iba a salir muy caro, pero les dije que no habría broncas...
-¿En qué momento se jodió Avándaro?
-Para mí fue con Peace and Love. Ellos cometieron el error histórico de enterrar al rock mexicano. Todo iba bien, el concierto se estaba transmitiendo en vivo por Radio Juventud con los locutores Félix Ruano Méndez, Rubén López Córdoba y Agustín Meza de la Peña, pero el vocalista Felipe Maldonado y Ricardo Ochoa, en el momento más climático, se la pasaron recordándole a su familia al que no cantara. En ese momento la Secretaría de Gobernación giró instrucciones de cancelar la transmisión radial y de que quedaba prohibido difundir la música de los grupos de Avándaro. A partir de ahí se desvirtuó el lenguaje y ahora todavía hay grupos que siguen en el contexto de subirse a decir nada más groserías en lugar de sublimar la música. Eso fue lo que más relegó y satanizó al rock hasta que por ahí del 85, con el movimiento que le llamaron rock en tu idioma, se vuelve a explayar el rock.
-¿Qué pasa con el rock actual?
Aunque hay grupos que han traspasado fronteras, habría sido interesante que los roqueros hubieran hecho la aleación musical de los gruperos: conservar las raíces de los sones jarochos y la música norteña. ¿Dónde se perdieron las raíces mexicanas del rock? Alejandro Lora las conserva, pero no las sublima, no logra tocar al nivel de Love Army o hacer algo de calidad como Kiko Bandido. Y mejor ni hablemos de todos sus imitadores: El Haragán, Lira and Roll, Bostik, Tex Tex, Charly Montana, Vago, Mara. Tenemos un Café Tacuba que es una reminiscencia de lo que fueron hace años Los Xochimilcas. O grupos con influencias de los Beasty Boys, como Molotov, y otros que quieren revivir el ska pero que les falta mucha madurez: Panteón Rococó, La Matatena, Salón Victoria, Nana Pancha. En lo particular lamento mucho que se hayan desintegrado Kerigma, Coda y La Castañeda, pero sigo defendiendo a algunos como Real de Catorce, que conserva las raíces auténticas del blues, o Santa Sabina, que tiene una identidad aunque a lo mejor empezó siendo como Nina Hagen. Quizás el más completo sea el rock de los Jaguares de Saúl Hernández, pero hay que recordar que ellos hacían un rock homosexual en Las insólitas imágenes de Aurora y La suciedad de las sirvientas puercas; luego, como Caifanes, se dieron a conocer a partir de un tema guapachoso como La Negra Tomasa, un garbanzo de a libra. De no ser por ellos, Maná y lo que queda de El Tri, no pasa nada en el rock mexicano...