De Sarquiz a Aceves
A quien aún pueda interesarle, tres décadas más tarde: apenas puedo refutar tonterías en días tan graves, pero me lo exige la inesperada reaparición pública en este diario de Manuel Aceves, sedicente adalid de la misma libertad de expresión que canceló su irresponsable manejo editorial del efímero tabloide setentero Piedra Rodante, y hasta hoy moroso deudor de quienes le requerimos infructuosamente el pago de servicios profesionales que no liquidó por los números 5, 6, 7 y 8 del tabloide mensual (en mi caso, que no es único) tras la bancarrota de un episodio de megalomanía editorial al que el tiempo ha infundido auras de gloria tan falsarias como quien lo perpetró.
Cierto, fui muy cándido al creer sus reiteradas promesas de pago en el espurio proyecto que bautizó y diseñó como si fuese efectivamente edición autorizada del original, aunque pronto perdió por falta de pago el uso de los materiales de Rolling Stone que traduje como parte de mis deberes, no de "joven y naif" crítico de rock, sino -como Luis González Reimann y Luis Antonio Morales, quejosos suyos también- de ''editor asociado''.
Como tal asistí al Festival de Avándaro, y ahí está para probarlo mi reportaje sobre la insatisfacción de músicos y público. Desde entonces he intentado, en la medida de mis posibilidades, desmitificar un evento que todo participante ha usado para llevar agua a su molino, como Aceves. Ante la música, que escaseó y sólo escucharon quienes se apretujaron contra el andamio entablado que pasó por frágil escenario, el patético incidente de la "encuerada" ha sido exagerado más allá de toda proporción: su grotesco y torpe strip (sin tease) sobre la camioneta mudancera que transportó y albergó al Tri, -no 'en lo alto del escenario' como alguien alucina-, fue tan tímido y falto de sensualidad que recordarla aterida, tiesa y plana, con los calzones a los tobillos por breves segundos, me incomoda.
Quienes ahí trabajamos hasta el fin sabemos que lejos de un bastión de la libertad de expresión, Piedra Rodante fue el instrumento con que Aceves (como su paradigma gringo Jan Wenner, oportunista también, pero exitoso) quiso dar rienda suelta a su torpe y -ése sí- naif arribismo político. Tal fue la causa de su desaparición, tras irritar las represivas autoridades de aquel tiempo con una interpretación de los hechos violentos del 10 de junio. Aceves, acorralado por la falta de ingresos publicitarios de una publicación hasta entonces auspiciada por El Taconazo Popis, intentó resarcirse publicando un anuncio promotor de La Chanchomona, una maquinita para ''forjar'' cigarrillos que fue perfecto pretexto para la prohibición de la publicación.
Difícilmente merece credibilidad el tardío testimonio de Aceves, cuya dolida integridad no le impidió incumplir los compromisos que dejó atrás; personalmente, mi trabajo desarrollado y publicado (por su gracia divina, según don Manuel) en Piedra Rodante jamás fue retribuído con otra cosa que el copioso jarabe de pico que rezuma hoy sin candor alguno tan frustrado magnate de la contracultura juvenil. En cambio, a mí me fue confiada -¡por su aludida secretaria Pita Koestinger, nada menos!- la confirmación de que la inexistente entrevista fue otro de los muchos chanchullos que inventó.
Todo lo cual me preocupa, en estos duros momentos, menos que la integridad mental de quienes la ponen en manos de un transa fallido que hoy se desempeña, entiendo, nada menos que como... ¡sicoterapeuta! Sobre aviso no hay engaño, y encuerada o no, me consta personal e indudablemente que Manuel Aceves es un mentiroso que prefiere olvidar que cuando me llamó a su redacción tenía yo cinco años de experiencia profesional como cronista musical y traductor con limpia reputación que intenta pobremente negar.
Pero, ¿para qué intentar la pesadilla lógica de probar una negativa? Invito al probo e íntegro editor/terapista a refutarme exhibiendo la grabación de la entrevista que dice transcribió su secretaria, o algún manuscrito, foto, o algún recibo que ampare los que nunca pagó; porque un burro chismeando sobre orejas es más impúdico que cualquier cuerpo desnudo.
OSCAR SARQUIZ F.
CRITICO DE ROCK