sabado Ť 15 Ť septiembre Ť 2001

Samuel Schmidt

Deleznable acto de terror

Nueva York se despertó para encontrarse en una situación de terror que no hubiera esperado ni en sus peores pesadillas. Hace más de 10 años un politólogo estadunidense escribió que el próximo enemigo de Estados Unidos eran los musulmanes. El paradigma de la cohesión interna de Estados Unidos se había derrumbado con la caída del comunismo y en esa búsqueda sólo se levantaba una amenaza de consideración: los musulmanes. Tenían gobiernos radicales y fanáticos, algunos poseían un nivel de armamento que les daba credibilidad como fuerza militar y no debe soslayarse la enorme riqueza de los países árabes, asentados sobre vastas reservas petroleras, ya utilizadas con gran efectividad política para derrotar al "demonio occidental".

Estados Unidos manejó esta nueva guerra de forma convencional, trató de acorralar a Sadam Hussein y a Mohamar Kadafi, y aunque algunas de las fuerzas terroristas enviaron señales muy claras sobre sus intentos de golpear en donde más dolía, al parecer no se consideró hasta qué grado de audacia intentarían llegar. Un grupo musulmán atacó el World Trade Center que ahora fue destruido y la respuesta estadunidense fue legal, pero de muy bajo tono.

El ataque a un barco de guerra estadunidense por fuerzas de Osama bin Laden casi no recibió respuesta y el escalamiento del terrorismo en Israel recibió llamados a la concordia por parte de Estados Unidos. Casi se veía que la tragedia sucedería tarde o temprano.

Los medios estadunidenses de información mostraron gran tolerancia hacia el terror. The New York Times llegó a publicar en primera plana la fotografía de un joven golpeado diciendo que había sufrido la agresión de un policía israelí, mientras el agresor era un palestino y el policía era el defensor. La prensa se regodeaba atacando la "política de represión" israelí y minimizaba las bombas palestinas en pizzerías, mercados y centros de veraneo frecuentados por judíos. Se glorificaba el terror porque lo ejercían los "oprimidos" y los grupos terroristas tomaron esta señal como una muestra de impunidad.

Este ataque al corazón de Estados Unidos tiene el potencial de cambiar varias cosas:

1) Se modificará la sensación de invulnerabilidad de Estados Unidos, lo que puede reposicionar a los políticos más recalcitrantes y reforzar posturas de refuerzo militar, llegando al extremo de cambiar prioridades de gasto público; simultáneamente influirá para endurecer las posiciones estadunidenses en foros mundiales. Hoy nadie osará criticar la salida de la delegación estadunidense de la cumbre contra el racismo debido a los fuertes tonos antisemitas expresados en Durban; por el contrario, estos foros, que en el fondo cobijan un discurso intolerante, se verían disminuidos.

2) Estados Unidos tendrá que formular una política antiterror que incluya la represalia. Qué tan fuerte será, está por verse; pero una represalia tímida tendrá un efecto contraproducente, por lo que el escalamiento del conflicto no puede descartarse.

3) Entre los países que han fomentado y apoyado el terror se encuentran Siria, Libia, Irak y Afganistán. Las medidas de presión económicas no han funcionado y el ataque orilla a Estados Unidos a responder con mucha fuerza. Una respuesta tímida de George Bush le provocará conflictos domésticos, seguramente le costará la relección y exacerbará las tensiones raciales al interior.

4) Aun frente a una respuesta muy severa las posibilidades de un gran escalamiento son limitadas, aunque no elimina ataques futuros. Europa se alineará con Estados Unidos y apoyará las represalias, de hecho lo ha venido haciendo Inglaterra contra Irak. China y Rusia se mantendrán neutrales, porque en la batalla política internacional perderían y no ganarían nada inclinándose hacia una parte.

5) Esta coyuntura cambiará el equilibrio de fuerzas en el Medio Oriente, podrá reorientar el futuro en la región y modelar el conflicto en los próximos años. Seguramente se terminará la tolerancia al manejo del terror de Yasser Arafat para lograr ventajas en la mesa de negociación. Las imágenes de los palestinos celebrando en Jerusalén deberán abrir los ojos a todo el mundo sobre los mensajes que esa sociedad ha recibido durante muchos años sobre los métodos políticos de lucha. Los niños palestinos han aprendido a odiar y a usar el terror para negociar. Los ataques a casas de civiles israelíes con morteros no pueden ser tomados a la ligera. Continuar la guerra sólo logrará más sufrimiento; además, la tolerancia a los terroristas conlleva el riesgo de desbordarse a cualquier lugar del mundo, y nadie está a salvo.

Si Estados Unidos enfrenta a los países que apoyan grupos terroristas, veremos una guerra importante cuyo potencial desquiciador es muy alto, entre otros, el precio del petróleo se irá por los cielos; pero el riesgo de la inestabilidad económica no puede justificar que el mundo se convierta en rehén de grupos que se desquician y siegan la vida de gente inocente.

Estamos en una coyuntura. De manejarse bien, tendremos nuevas reglas de convivencia; de manejarse mal, podremos salir con un Estados Unidos prepotente que avasalle al mundo o a grupos terroristas, que creen poder destruir las cosas a su paso, sin el menor cálculo de respeto a la vida de los demás. Esta es, tal vez, la disyuntiva en este episodio y su solución es muy complicada.