LUNES Ť 17 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
Ť José Luis Soberanes FernándezŤ
ƑQué sigue?
ƑQué podría hacerse para evitar a los hombres el destino de la guerra? ƑCuántas veces se ha planteado la pregunta? ƑSeremos capaces de construir una auténtica y duradera paz mundial para todos y en todas partes o vamos a continuar en un esquema cuya sabida expresión es la guerra, la violencia, la discriminación, el racismo, la intolerancia y finalmente el exterminio de nuestra especie? ƑEn nombre de qué idea, reivindicación, religión o demanda se puede asesinar a miles de inocentes en Nueva York, Washington y Pittsburgh? ƑO en cualquier parte del mundo, incluso si se tratara de sólo cientos, decenas o una sola persona? Nada justifica la violencia y el terrorismo.
Como cualquier persona, me preocupa qué sigue a la tragedia del martes 11 de septiembre en Estados Unidos, una vez roto el paradigma global que se edificó ni fácil ni pacíficamente después del fin de la guerra fría, en lo que se puede calificar como un terrible ensayo bélico de choque de civilizaciones.
La humanidad entera no tiene por qué conocer el precio del odio, de la violencia y de la venganza. Urge poner un alto a la espiral de muerte y destrucción que lamentablemente ha caracterizado a la historia humana.
Me inquietan los vientos y los tambores de guerra que con fuerza han empezado a sonar. Me preocupan algunas declaraciones que he escuchado: un nuevo tipo de guerra, la primera del siglo XXI, nuestra responsabilidad con la historia es clara: responder a los ataques y liberar al mundo del demonio, o este conflicto comenzó con los tiempos y términos de otros y terminará en la forma y en el tiempo que elijamos. No puedo distinguir ahí un proyecto humanista para erradicar definitivamente la violencia, el terrorismo, el crimen, la venganza. Vivimos en un mundo global en el que, contradictoriamente, faltan leyes e instituciones eficaces a las que recurrir frente la impunidad, el abuso, la intolerancia y la injusticia.
Siglo tras siglo hemos ido construyendo sociedades donde la relación entre la fuerza del poder y la aplicación del derecho acaba cíclicamente en un juego perverso. El poder le ha dado contexto al hombre para manifestar su tendencia natural como animal depredador, algo todavía inexplicable para mí. De la unidad de los individuos en colectividad surgieron las leyes y las instituciones en el ilusorio juego entre dominados y dominantes, entre fuertes y débiles, en el que por periodos ambos hallaban una frágil y corta estabilidad para volver reiteradamente a los conflictos por la desigual distribución del poder que ejercían los poderosos hacia los miembros de la comunidad. Este juego que de alguna manera se creía relativamente controlado por el llamado Primer mundo tras el fin de la guerra fría, hoy ha presentado una nueva y peligrosa incógnita. Ha dejado al descubierto puntos vulnerables hasta hace poco insospechados. La riqueza, los valores traducidos en arquitecturas y estilos de vida e incluso el poderío tecnológico y militar, ya no son por sí mismas garantía de seguridad en ninguna parte del mundo.
Por eso, concertar un nuevo pacto global que conduzca a la consolidación de un proyecto humanista mundial no es una simple ilusión; es una cuestión real, posible, necesaria e impostergable para todos. No podemos seguir viviendo en sociedades injustas, ni en un mundo donde la ley del dinero o los actos arbitrarios del poder producto de concepciones encontradas o los odios desplacen deliberadamente a la justicia y al derecho.
Frente a este nuevo holocausto, al igual que ante las grandes crisis de las sociedades humanas, se puede adoptar una actitud negativa y belicista o una posición reflexiva, ética, propia de lo que somos. Hay que optar por lo segundo. Ninguna solución a los conflictos pasa por las armas. El respeto a la vida es la base fundamental de la existencia humana. No importan el origen, la condición social o económica, las creencias religiosas o los gustos de cada quien.
Creo que México tiene que apoyar a Estados Unidos en todo aquello que contribuya al logro de la paz mundial, así como al respeto universal de los derechos de las naciones, los pueblos y los individuos.
Silenciaremos los tambores de guerra si como especie humana construimos equilibrios sólidos y duraderos que permitan dirimir y solucionar los conflictos de intereses. Desde mi punto de vista, eso es posible con el imperio de la ley y la justicia, el establecimiento de mecanismos, tribunales y normas universales de respeto a los derechos humanos. Esto incluye la diversidad de creencias, ideas políticas, razas, preferencias sexuales, condiciones sociales y culturales y, en fin, todo lo que constituye la enorme riqueza del ser humano que, en su diferenciación, confirma su identidad única e irrepetible como especie inteligente y creadora.
ŤPRESIDENTE DE LA CNDH