Espejo en Estados Unidos
México, D.F. lunes 17 de septiembre de 2001
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Editorial

 EU: VOCES DE SENSATEZ

SOLComo si no fuera suficiente con la destrucción, el dolor, el estupor y el pánico causados por los atentados criminales del martes pasado en Estados Unidos, el gobierno de George W. Bush se ha dedicado desde entonces a alimentar un clima de histeria bélica contra un enemigo que dista de haber sido identificado, pero al que los poderes institucionales y mediáticos del país vecino han colocado el rostro del fundamentalista saudiárabe Osama Bin Laden, refugiado desde hace años en el Afganistán de la milicia talibán. La ubicación del presunto responsable de los ataques terroristas coloca al territorio afgano como blanco casi inminente de un ataque militar estadunidense.

Ese y otros escenarios de venganza han suscitado preocupaciones en la opinión pública estadunidense y mundial, así como llamados a la sensatez por parte de prominentes líderes e intelectuales dentro y fuera de Estados Unidos. El papa Juan Pablo II; el ministro alemán del Exterior, Joschka Fischer; el premier francés, Lionel Jospin; el secretario general de la OTAN, Javier Solana y el presidente ruso, Vladimir Putin, han señalado en diversos tonos la necesidad de enfrentar al terrorismo internacional con respuestas mesuradas.

Intelectuales estadunidenses como Noam Chomsky, Gore Vidal, Richard Rorty, Norman Mailer y Samuel Huntington, por su parte, alertan sobre los riesgos que entrañan las tentaciones gubernamentales de responder a los ataques con acciones militares contundentes, pero erráticas.

Ciertamente son muchos los peligros de una reacción violenta por parte de Washington. Esa perspectiva podría, a corto plazo, apelar al patriotismo estadunidense para generar un espíritu de unidad nacional que respalde al gobierno de Bush, pero esa clase de reacciones suelen ser efímeras: bien lo sabe el padre del actual ocupante de la Casa Blanca, quien logró amasar un vasto respaldo popular a raíz de la guerra contra Irak y, unos meses después de finalizada, fue derrotado en las elecciones.

En el ámbito interno, lo más preocupante es el fortalecimiento de las tendencias autoritarias, el estrechamiento de las libertades y garantías individuales y la generación de climas de linchamiento xenófobos y racistas contra los grupos árabes e islámicos que forman parte de la población estadunidense.

En lo externo se corre el riesgo de suscitar una nueva polarización -tan indeseable y catastrófica como las que registra la historia- entre Occidente y el Islam, especialmente si se actúa con base en reflejos mediáticos y propagandísticos y no con fundamentos reales sobre la responsabilidad de los atentados de la semana pasada.

Washington parece haber dado por hecho que Osama Bin Laden y sus anfitriones afganos son los culpables, pero esa hipótesis suscita numerosas dudas. Sin ir más lejos, en la más reciente edición de The New Republic, James Woolsey -quien algo sabrá del asunto, habida cuenta que fue director de la CIA- pone en tela de juicio las teorías oficiales al respecto y sugiere que los sangrientos atentados pudieron haberse urdido en Bagdad y no en Kabul.

En suma, por respeto a la legalidad internacional, así como por consideraciones éticas, políticas y pragmáticas, Washington debiera atender las voces de la sensatez y no precipitarse en acciones bélicas que podrían resultar, además de inmorales, contraproducentes.
 

 

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