EU: VOCES DE SENSATEZ
Como
si no fuera suficiente con la destrucción, el dolor, el estupor
y el pánico causados por los atentados criminales del martes pasado
en Estados Unidos, el gobierno de George W. Bush se ha dedicado desde entonces
a alimentar un clima de histeria bélica contra un enemigo que dista
de haber sido identificado, pero al que los poderes institucionales y mediáticos
del país vecino han colocado el rostro del fundamentalista saudiárabe
Osama Bin Laden, refugiado desde hace años en el Afganistán
de la milicia talibán. La ubicación del presunto responsable
de los ataques terroristas coloca al territorio afgano como blanco casi
inminente de un ataque militar estadunidense.
Ese y otros escenarios de venganza han suscitado preocupaciones
en la opinión pública estadunidense y mundial, así
como llamados a la sensatez por parte de prominentes líderes e intelectuales
dentro y fuera de Estados Unidos. El papa Juan Pablo II; el ministro alemán
del Exterior, Joschka Fischer; el premier francés, Lionel Jospin;
el secretario general de la OTAN, Javier Solana y el presidente ruso, Vladimir
Putin, han señalado en diversos tonos la necesidad de enfrentar
al terrorismo internacional con respuestas mesuradas.
Intelectuales estadunidenses como Noam Chomsky, Gore Vidal,
Richard Rorty, Norman Mailer y Samuel Huntington, por su parte, alertan
sobre los riesgos que entrañan las tentaciones gubernamentales de
responder a los ataques con acciones militares contundentes, pero erráticas.
Ciertamente son muchos los peligros de una reacción
violenta por parte de Washington. Esa perspectiva podría, a corto
plazo, apelar al patriotismo estadunidense para generar un espíritu
de unidad nacional que respalde al gobierno de Bush, pero esa clase de
reacciones suelen ser efímeras: bien lo sabe el padre del actual
ocupante de la Casa Blanca, quien logró amasar un vasto respaldo
popular a raíz de la guerra contra Irak y, unos meses después
de finalizada, fue derrotado en las elecciones.
En el ámbito interno, lo más preocupante
es el fortalecimiento de las tendencias autoritarias, el estrechamiento
de las libertades y garantías individuales y la generación
de climas de linchamiento xenófobos y racistas contra los grupos
árabes e islámicos que forman parte de la población
estadunidense.
En lo externo se corre el riesgo de suscitar una nueva
polarización -tan indeseable y catastrófica como las que
registra la historia- entre Occidente y el Islam, especialmente si se actúa
con base en reflejos mediáticos y propagandísticos y no con
fundamentos reales sobre la responsabilidad de los atentados de la semana
pasada.
Washington parece haber dado por hecho que Osama Bin Laden
y sus anfitriones afganos son los culpables, pero esa hipótesis
suscita numerosas dudas. Sin ir más lejos, en la más reciente
edición de The New Republic, James Woolsey -quien algo sabrá
del asunto, habida cuenta que fue director de la CIA- pone en tela de juicio
las teorías oficiales al respecto y sugiere que los sangrientos
atentados pudieron haberse urdido en Bagdad y no en Kabul.
En suma, por respeto a la legalidad internacional, así
como por consideraciones éticas, políticas y pragmáticas,
Washington debiera atender las voces de la sensatez y no precipitarse en
acciones bélicas que podrían resultar, además de inmorales,
contraproducentes.
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