REPORTAJE
Ť Expulsadas de sus tierras por paramilitares, se instalan junto al río Sabanilla
Resistencia más allá de la tristeza, destino de 85 familias choles desde hace un lustro
HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO
Campamento San Marcos, Sabanilla, Chis., 17 de septiembre. Expulsadas por una guerra de la que ya nadie se acuerda, pero sigue, 85 familias choles encontraron refugio en estos terrenos a orillas del río Sabanilla, e iniciaron los que pronto serán cinco años de soledad. De resistencia, dicen ellos, más allá de la tristeza.
Desde 1996 fueron expulsados con tiros y bombazos de clorato de su comunidad, Jesús Carranza, por miembros de Paz y Justicia apoyados por la Seguridad Pública del estado. ''Los paramilitares traían uniformes de la policía, pero los reconocíamos quiénes eran'', recuerdan hoy. No han podido regresar. Luego de refugiarse en Unión Juárez cerca de un año, debieron poner dos ríos de por medio para escapar de sus perseguidores. ''Mejor nos venimos a vivir aquí a La Luz'', explica uno de los ancianos, en referencia a la finca de dicho nombre, que ellos rebautizaron Campamento San Marcos en 1997.
''Pero no estamos contentos. No tenemos nuestras casas, y aquí no hay tierras'', agrega durante la asamblea nocturna de toda la comunidad, reunida expresamente para hablar con estos enviados. Por la cara de azoro de los niños puede deducirse que por acá no suelen llegar visitantes.
Sólo bien apartadas hallaron estas familias un refugio, entre escarpadas montañas y ríos que los separan de los pueblos del municipio en poder de los paramilitares. Hacia el sur, Los Moyos y Sabanilla; hacia el confín tasbasqueño, Jesús Carranza y Bebedero; de todas estas localidades las bases de apoyo del EZLN fueron expulsadas, y aun hoy les pesan el recuerdo de sus muertos y la pérdida de su lugar, su integridad comunitaria y sus derechos ciudadanos.
Sin luz eléctrica ni agua potable habitan casuchas de palos y techo de palma, que ocasionalmente consigue ser de tabla y lámina. El foco que ilumina intermitentemente la asamblea se alimenta de una vieja batería de automóvil. Hombres, mujeres y jóvenes relatan el origen de su éxodo con una sobriedad próxima a la timidez.
''Cuando estaba en mi ejido, los de Paz y Justicia se quedaron con el control y no nos querían ver. Pidieron apoyos, armas y todo lo que sirve para hacernos daño. Colocaron retenes en las carreteras y nos nos dejaban pasar. Yo estudiaba preparatoria en Raya Zaragoza (Tabasco), pero los compañeros tuvimos que salir. Yo dejé mi estudio, y así pasamos la vida muy triste'', relata un muchacho en ropa de futbolista que de nueva debió ser negra.
''Laboratorio'' de contrainsurgencia
Ninguneada por el gobierno zedillista, percibida como ''la guerrita del cura, de Samuel (Ruiz García)'', en el entorno del entonces secretario de Gobernación, Emilio Chuayffet, la ofensiva paramilitar y policiaca desatada en la zona norte de Chiapas produjo destrucción, muertes y la expulsión de miles de campesinos choles y tzotziles, bases de apoyo o simpatizantes del EZLN.
En la actualidad siguen desplazados cerca de cinco mil indígenas de Sabanilla, Tila, Salto de Agua, Tumbalá y Yajalón, la mayoría en condiciones de carencia absoluta. Y aun así, se declaran en resistencia.
En tanto, los paramilitares de Paz y Justicia, naturalmente impunes y sin desarmar, se acomodan a las nuevas circunstancias y emigran al PAN y al PRD con rumbo a las elecciones de octubre próximo. Mientras el ''nuevo'' PRI de Samuel Sánchez, recientemente liberado de la cárcel, se impuso en las elecciones internas del partido para designar candidatos, el ''viejo'' PRI (o sea, el ala opuesta de Paz y Justicia) se alió al PRD para recuperar la pelota. Muchos desplazados se han identificado siempre como perredistas, o sociedad civil, de modo que ahora militan en el mismo partido que sus verdugos, cuyas convicciones partidarias tienen el límite de los subsidios.
Suma de mitificaciones y trivializaciones oficiales, la guerra contrainsurgente que se ha librado sin cesar desde 1996 no es ''religiosa'', aunque Paz y Justicia haya clausurado, destruido o vuelto cantinas decenas de templos y ermitas. Se dirige, de manera planeada y precisa, contra la resistencia de las comunidades rebeldes. Y tan no cesa que ahora mismo, septiembre de 2001, Paz y Justicia amenaza y persigue a los zapatistas en Roberto Barrios (Palenque) y San José Bascán (Salto de Agua).
La zona norte ha sido el ''laboratorio'' de la paramilitarización, planeada por el gobierno federal para ''quitarle el agua a la pecera del EZLN'', y que tan espectaculares resultados tendría durante 1997 en los Altos, hasta culminar en la matanza de Acteal. Numerosos testimonios han documentado que los paramilitares de Chenalhó habían sido entrenados, entre otros, por instructores de Paz y Justicia.
Sólo en el municipio de Sabanilla existen cuatro grandes campamentos de desplazados por la violencia paramilitar: San Marcos, San Rafael, Saquijá y Nueva Revolución (localizado en Tila). Cientos de familias procedentes de una decena de comunidades perdieron casas, tierras y pertenencias. Al ser arrojados al monte padecieron homicidios, lesiones y enfermedades (que en casos como el presente son el asesinato por otros medios).
Un número no determinado de familias emigró a Tabasco (Oxolotán, Raya Zaragoza, Villahermosa) en busca de trabajo como ayudantes de albañil y sirvientas sin carta de recomendación. ''Pero siguen en la lucha'', reiteran a La Jornada tanto los pobladores de San Marcos como los de San Rafael.
Estos casos de aguante no ocultan que muchas familias ''han dejado la resistencia'', al aceptar los proyectos productivos y apoyos económicos gubernamentales, que son la otra cara de la ofensiva contrainsurgente. Un pedazo de esta historia fue la que partió en dos el corazón de Gerardo.
Un artista del equilibrio
''Cuando nos corrimos de Jesús Carranza todos los compañeros, yo tenía mi esposa y tres hijos'', relata espontáneamente Gerardo, que nos sirve de guía por las montañas de Sabanilla. Camina descalzo las veredas lodosas y los cables de acero que sirven de ''hamacas'' para cruzar los ríos, no porque sea una costumbre pintoresca de esta tierra caliente, sino porque no tiene zapatos que ponerse. Cuando lleguemos a la terracería, los filos de la grava caliente le calarán las plantas.
''Ella no aguantó el miedo y el sufrimiento. La noche que salimos por los disparos y las bombas que nos estaban echando, ella se asustó mucho. Y cuando vio el campamento donde íbamos a vivir, se regresó con su familia, que es de Paz y Justicia, y nunca la volví a ver.'' Gerardo se detiene unos instantes, y con inesperada franqueza, cuenta: ''Yo nomás lloraba. No podía ni trabajar. No tenía mis hijos, ni nadie que me cuidara la casa. No tenía de comer. Le escribí cartas a su casa en Jesús Carranza, le rogaba. Ella no contestó, hasta una vez que me escribió insultos que de seguro le dictaron en su casa, tan feo que ya no le escribí.''
Sus hijos, que en tanto se han hecho adolescentes, en ocasiones lo visitan. La historia es triste, pero no el semblante con el que la cuenta. ''La quería yo mucho, pero no quise quebrarme'', dice, ya curado del abandono. Ahora tiene otra compañera de la comunidad y dos ''hijitos'', y se siente orgulloso de seguir resistiendo.
Con equilibrio circense salva la ''hamaca'' de Unión Juárez, bajo la cual un río ''chiquito'', pero crecido e insolente, le pone sabor a la travesía. Gerardo se sienta en la raíz poderosa del árbol que sostiene los cables, y mientras los enviados de La Jornada hacemos desfiguros sobre el abismo, remata con una retahíla de verbos activos que más o menos va así: ''Yo sólo sé que los compañeros seguimos porque hemos podido seguir sabiendo cómo se tiene la conciencia, y así sí está fácil resistir.''
Lo dice con la cara de quien ha cruzado incontables ríos y ya ni cuenta se da. Las ruinosas ''hamacas'' sobre las crecidas del verano son sólo parte de su camino diario. Las tristezas tienen un después, los ríos dos orillas y las palabras efectos curativos casi mágicos.
Asamblea de testimonios
Cercas de caña flanquean veredas que parecen calles. Casas de madera tosca, irregulares, asimétricas, algunas, se arraciman en torno al ''plan'' de la vieja finca, ''barrios'' no por precarios menos laberínticos. Guajolotes, pollos, patos, perros. Una vida doméstica que se obstina. Doña Sara nos recibe con pozol agrio, que es como les gusta aquí para recobrarse de la faena, y tortillas grandes recién hechas y apenas rociadas de sal. Gracias al río Sabanilla, que transcurre a diez metros de su cocina, podrá despedirnos al otro día con un caldo de sardinas de río, tamaño charal, hervidas con hoja de momo.
La casa de la finca (única edificación de ladrillo) se ha convertido en una primaria sorprendentemente activa. En este poblado irregular está de moda ir a la escuela, los niños lo hacen con singular alegría y se dedican a aprender. Por la noche y mientras llueve, la comunidad se reúne bajo el cobertizo de la escuela. Hombres y mujeres toman la palabra, en castellano o chol: ''Como a estas horas estaban disparando los paramilitares contra nosotros, hasta las 3 de la mañana. Toda la santísima noche. En abril de 1996 habían empezado a agredir, pero el 18 de junio salimos, ya no podíamos quedarnos'', relata un anciano.
''Las casas allí quedaron en Jesús Carranza. Unas las desbarataron ellos, otras las quemaron. Se quedó todo nuestro animal de pluma y ganado, y lo vendieron o lo comieron los priístas. Perdimos el terreno de nuestras milpas. Al llegar aquí en San Marcos nomás tuvimos casitas con hoja de tanai. Poco a poco fuimos construyendo, pero es muy poco el terreno para la siembra de maíz y frijol, salimos buscar chambas en Tabasco. Que paguen lo que perdimos, queremos regresar.''
Sigue al anciano un hombre flaco, de edad indefinible, largo como una caña, aspecto de Buster Keaton y con gorra de beisbol: ''Seguimos existiendo aquí, como bases de apoyo zapatistas, y no podemos retornar sin condiciones. Estamos sufriendo, pero en la conciencia de no dejar la lucha. Vivimos en estas casas todos juntos, hasta que el gobierno pague y haga justicia. Nosotros no podemos hablar de retorno, sino de resistencia.''
Buster hace un recuento de las enfermedades que no han respetado ninguna familia, y ellos siempre sin médico ni medicinas. ''En Bebedero los de Paz y Justicia detuvieron a unas mujeres de aquí que fueron a la clínica. Las interrogaron y se las dieron a la Seguridad Pública, que las cargó en su carro hasta Jesús Carranza (comunidad de la cual son desplazadas) y allí las soltó. Fue su castigo por buscar medicina.''
Un segundo viejo lo interrumpe sólo para decir: ''Aquí no recibimos Procampo ni Progresa ni nada''. Y Buster concluye: ''No pensamos en el regreso, tenemos que resistir. El gobierno no quiso otra vez cumplir los acuerdos de San Andrés, ni cumple con la justicia para resolver nuestro problema.''
No conocer otra vez el espanto
La asamblea prosigue a varias voces. Un hombre de pantalón repleto de parches y un bigote bien acicalado expresa: ''Sobre el año 96 estamos muy sentidos por lo que pasamos. Los de Paz y Justicia destruyeron las imágenes de la Iglesia católica; en la noches desfilaban disparando en la comunidad y nos mataron dos compañeros. Pero el gobierno no se escucha, ni oye lo que decimos. Los ataques los hicieron parejos contra todos; salimos con la ropa puesta y así estamos. Ellos decidieron que teníamos que morir. Después que salimos, una vez pedimos a las compañeras que se fueran a preparar comida en nuestras cocinas de Jesús Carranza, y les dispararon desde la loma. De nada sirve que esté la Seguridad Pública en el pueblo, nunca nos ha cuidado.''
Una mujer, con una niña en brazos, refiere cuánto les duró el espanto a los niños, y no quiere que vuelva a ocurrir. ''Esta niña tan siquiera no ha conocido el espanto, pero sus hermanitos ya.''
Por último, el que parece más viejo de todos cuenta su propia experiencia: ''Vivía yo en mi cafetal con mi señora, y oí la balacera. Esperé metido en mi casa, no sabía si los hermanos había salido de la comunidad. Vi bajar un helicóptero y pensé que ya llegó la autoridad. Bajaba más confiado de mi cafetal, cuando oigo tres tiros arriba. Me estaban esperando los paramilitares en el acahual. Regresé por mi señora y en la carrera pasé a aplastar un muerto en el camino. Vi que era uno de los nuestros, y ya no dejé de correr. Allí dejé mi cafetal, 27 casas de abejas, un extractor de miel, una despulpadora de café, pura pérdida.''
Menea la cabeza: ''No es igual cómo vivamos. No tenemos nuestros derechos y hasta la fecha estamos resistiendo. Nadie nos pagó los daños. Un delegado del gobierno de Albores nos dejó una vez láminas, allí las dejó botadas para nuestra necesidad.''
A la mañana siguiente, los enviados de La Jornada recorrimos el campamento. A diferencia de los asentamientos sobrepoblados de refugiados (como Polhó), el espacio alcanza aquí para solares, gallineros, cocinas familiares. Se vive con el mínimo de pertenencias, pero las edificaciones son funcionales y limpias, y la distribución de los escasos objetos y utensilios denota una cultura campesina bastante desarrollada. Y muy poca comida, para empezar.
Las mujeres se afanan desde temprana hora con el fuego, el agua, el grano del pozol, la poca ropa y los pocos frijoles puestos a secar: un compendio de los cuatro elementos de la naturaleza, que significa tener algo más que simplemente nada.