martes Ť 18 Ť septiembre Ť 2001

 Marco Rascón

La primera guerra del siglo

Si Charles Chaplin viviera hubiera sustituido a Hitler y habría cambiado el título de su famosa película por El gran Bush...

La actuación llorosa de George en el momentdo de declarar la "primera guerra del siglo" demuestra que ahí mismo se incubó el huevo de la serpiente que llegó al poder; significa que Estados Unidos acepta el fracaso en el juego de la globalización, la cual ha resultado una camisa de fuerza que le impide la expansión, al igual que sucedió al final de la Segunda Guerra Mundial con los Tratados de Versalles contra la Alemania derrotada y militarista; significa además que las Torres Gemelas y el Pentágono han jugado el papel del incendio del Reichtag. Significa que Estados Unidos era un damnificado de la paz y que gracias al terror hoy puede volver a declarar la guerra al mundo pasando de victimario a víctima.

La tragedia deviene en comedia dadas las sorprendentes respuestas frente al terror. Estados Unidos no supo vivir sin el Muro de Berlín y jamás creyó en un mundo regido por las leyes capitalistas del libre comercio. Ese mismo terror hoy lo libera para erigirse de nuevo en nación bélica y expansionista que continuará expoliando a otras naciones, porque ahora se considera invadido y vulnerado en el juego que él mismo inventó: la globalización.

El ataque a las Torres Gemelas -símbolos del comercio mundial que hoy lo oprime-  y al Pentágono -símbolo de un poder restringido y acotado por la falta de guerras- tiene más simpatizantes entre la derecha racista y militarista de Estados Unidos, que entre la milicia talibán afgana o el fundamentalismo árabe.

Nueva York, la ciudad liberal, símbolo de la globalización racial, ha sido bombardeada con otros estadunidenses y, por lo tanto, fue convertida en símbolo de expulsión e intolerancia. El viejo nacionalismo racista ha invadido la gran manzana y puso al país entero a exigir venganza contra el mundo que lo presionaba con sus migrantes, sus transportes, sus tomates, sus computadoras y fabricación de automóviles. Si Hitler hizo de los judíos el ejemplo de un gobierno mundial que oprimía la expansión alemana, la derecha estadunidense piensa igual: el comercio mundial le impide ser la nación poderosa que un día fue gracias al gran negocio de defender el mundo libre.

Estados Unidos sigue basando su economía en la industria militar. Su recesión obedece a la falta de guerras para mantener produciendo su aparato bélico. Los conflictos armados existentes no justificaban, hasta el 11 de septiembre, mayores presupuestos ni ampliación del gasto militar. La expansión de esta industria hacia el espacio, la creación de un escudo antimisles -proyecto del viejo Bush- y la instalación de satélites armados estaban parados por falta de enemigos que amenazaran la seguridad de Estados Unidos.

En este sentido, la mala noticia es buena para los señores de la guerra. El nacionalismo estadunidense, la histeria y la xenofobia constituyen el mejor de los escenarios para justificar más presupuesto y nuevos armamentos. Los ataques terroristas constituyen así un triunfo de la derecha estadunidense, complemento exacto del gobierno de George Bush que logró con la tragedia lo que no pudo con los votos en las pasadas elecciones.

El gobierno de Estados Unidos y los intereses económicos que lo sustentan no pudieron vivir en un mundo globalizado, ante el cual se sentía perdedor y presionado por la competencia. El 11 de septiembre se cerró el ciclo del doble discurso y mostró el fracaso de Estados Unidos, que prefirió encerrarse en su viejo nacionalismo racista e imperial y en el Ku Klux Klan. Antes que transformar su posición intrínsecamente agresora, se erige como víctima no sólo de los ataques terroristas de hace una semana, sino de la competencia económica de sus aliados y enemigos comerciales.

A los buscadores de la racionalidad terrorista, se les sugeriría revisar la historia y el papel de la economía estadunidense en relación con los conflictos de finales del siglo xx en América Central, Medio Oriente, Africa y Asia; en los motivos oscuros del asesinato de John F. Kennedy y en los que sostienen el aparato militar, ahora beneficiario económico y presupuestal del ataque al World Trade Center y el Pentágono. Aplicar un poco de racionalidad dejaría exentos de sospecha a los pueblos de Medio Oriente y del mundo islámico, pues una mínima intuición militar haría ver que el nivel de la respuesta daría el pretexto a Estados Unidos para tirarse a destruir las fuerzas productivas que requiere la apertura de un nuevo ciclo económico.

Marx decía que los sistemas injustos crean su propia contradicción. La globalización ha creado la suya y es que las economías centrales no pueden convivir pacíficamente por lo que requieren constantemente de nuevas reparticiones del mundo. Por eso, Estados Unidos no va contra Afganistán, sino contra Europa, Africa, América Latina y Asia buscando romper el equilibrio mundial y las contradicciones de la globalización. Por eso ya es la primera nación globalifóbica; el terror lo ha liberado y va contra el mundo en pos de su economía. Ť
 
 

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