martes Ť 18 Ť septiembre Ť 2001

José Blanco

El triunfo del odio

Es necesario estar radicalmente en contra de la tesis de Huntington acerca del choque de las culturas. Si esa tesis prosperara como idea fuerza en la sociedad estadunidense, el siglo xxi es el del exterminio de masas y el del definitivo triunfo del odio para más allá de este siglo. Si la amenaza extrema para la sociedad estadunidense, si su terror más espantoso procede de la cultura islámica, entonces será preciso exterminarla. Es la dantesca implicación en estos momentos de estupefacción planetaria. Ese exterminio, sin embargo, es imposible. Las sobrecogedoras escenas del derrumbe de las Twin Towers demuestran a las claras que las armas y los escudos convencionales de la más alta tecnología son naderías impotentes frente al terrorismo.

Después de sufrir un crimen sobre el que ya han sido vertidos todos los adjetivos del horror, esa sociedad, en la que en el inconsciente colectivo anidaban los sentimientos de seguridad y fuerza, del poder militar de la más alta tecnología, y el de ocupar para siempre por designio divino la cúspide de la sociedad mundial; en esa sociedad, tan brutalmente lastimada y humillada, el patriotismo que hoy emerge casi solamente expresa sentimientos de odio y de venganza a cualquier precio. Si las decisiones desde las entrañas prevalecen, como hasta ahora parecen apuntar las cosas, el mundo será un horror muchas veces mayor que el que vivimos con estupor el negro martes 11 de septiembre.

Desde ese mundo distinto al occidental, por voz de Sadam Hussein, Estados Unidos fue definido como la encarnación del diablo. Bush acaba de definir vagamente a ese mundo como el lugar donde reside El Mal. ƑEs este choque "cultural" suficiente para explicar lo que está ocurriendo?

No puede haber dudas acerca de odios inmensurables de raíz ideológica o religiosa capaces de cometer actos de la atroz barbarie del martes pasado, sin freno moral absolutamente de ninguna especie. Pero tampoco puede haber dudas acerca del caldo de cultivo de cloaca que para vastas zonas del mundo, hasta por siglos, han significado las relaciones internacionales. En ese caldo, y en ningún otro, prosperaron los grupos que retorcieron las ideas de mundo, incluidas la religiosas, de sus propias culturas, hasta convertirlas en ese amasijo de odio y malignidad sin medida. El odio que ahora descargue la sociedad, y especialmente el gobierno y las fuerzas armadas estadunidenses, a través de las acciones punitivas a punto de ponerse en acto, acrecentarán ese caldo de cultivo como nunca.

Norman Birnbaum, profesor emérito de la Universidad de Georgetown y asesor del Comité Progresista del Congreso, escribió la mañana misma de los acontecimientos. "Está claro que la utilización de un vocabulario denigratorio y criminalizador pretende dar la explicación política más realista posible de por qué ha ocurrido algo que parecía imposible. Pero si seguimos por ese camino, ello nos condenará como nación a instalarnos cada vez más firmemente en la convicción de que Estados Unidos siempre tiene razón, y de que sus críticos y enemigos pueden estar en ocasiones equivocados, pero siempre sufren de una conducta irreductiblemente patológica". Y, estremecedoramente, dice: "El presidente, un naïf ataviado de adulto, parecía profundamente conmocionado". Qué reacciones podrían esperarse de su gobierno.

James Carter ha sido el único presidente estadunidense convencido plenamente del multilateralismo. Pero terminó su mandato en medio de una crisis económica de alcance internacional. El candidato Ronald Reagan atribuyó la crisis a la "blandenguería" de Carter, y así se impuso el machismo reaganiano, con su era de "rambos", "supermanes" y "guerras de las galaxias". Estados Unidos no puede verse a sí mismo sino como el líder del mundo, el policía del mundo, el gobierno del mundo. Su gobierno decide por sí y ante sí, si colabora o no con las iniciativas internacionales que al resto del mundo pueden parecerles juiciosas y necesarias; es el caso de las iniciativas frente a los daños ecológicos del planeta, o el de la creación de una Corte Internacional Penal.

Sí al multilateralismo y en ese marco combatir a fondo, de común acuerdo, el terrorismo de cualquier signo. Pero un sí mucho más profundo al multilateralismo que abra las puertas del desarrollo de todos los pueblos del mundo; ésta es la única forma para que, con los años, con los muchos años, el caldo de cultivo que se instaure sea el de la paz, el de la igualdad real entre las culturas y naciones del mundo.

Entre muchos otros, el malestar creado en el mundo musulmán por el conflicto árabe-israelí, debe ser ya resuelto de una vez por todas. Israel no puede seguir conduciéndose con la prepotencia que lo hace frente a los palestinos. La respuesta a esa prepotencia ya ha sido expuesta: los kamikazes, los hombres bomba contra los que nada puede el poderío militar israelí.

El multilateralismo real es la salida.