MARTES Ť 18 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001

Ť Teresa del Conde

Aceves Navarro en el Chopo

Entre los merecidos homenajes que se le rinden este año al maestro Gilberto Aceves Navarro, eterno joven que cumple 70 años, está la instalación del Museo del Chopo, integrada por el enorme políptico Autorretrato fragmentado y por la impecable disposición de las botellas de cerveza Corona que se consumieron en el propio recinto cuando se iniciaron los festejos. Son dos conjuntos de botellas: uno configura un parelelepípedo perfecto y el otro entrega la cabeza del maestro, reiterando algunas de las formas perceptibles en el políptico.

A pesar de que yo considero que Aceves Navarro es artista principalísimo y dibujante notable, este autorretrato fragmentado no llenó mis expectativas: no es ni introspectivo ni propiamente hablando ''expresionista'' ni tampoco conceptual. Es un trabajo, desde mi punto de vista, compulsivo. El autor en muy poco tiempo parece haber cubierto con pintura un número considerable de bastidores, siguiendo las órdenes que su propio gesto dictaba. Aceves Navarro jamás ha sido benigno con su fisonomía, cosa que se le agradece, pero en esta ocasión la fragmentación no llega ni siquiera a ser grotesca porque no hay en ella mucho pensamiento vertido, con todo y la enorme cultura visual, musical, cultural, en suma, de que ha hecho gala este creador a lo largo de décadas.

Transité lentamente examinando las opciones de composición: son pocas, siempre las mismas, un rasgo (los anteojos, un ojo, la partición del rostro, la desnivelación de planos) entregado con rapidez y con cierta eficacia. Los mejores momentos del políptico son ''abstractos'' y la paleta es alta, es decir, armada en colores muy claros y luminosos. Al observar el conjunto puede pensarse en lo grotesco y lo fársico, eso es evidente: pero la opción no está llevada a un nivel digamosle ''hamletiano'', es decir, a una representación dentro de otra que conllevara la secreta intención de enviar alegremente a los amigos, a los críticos (como yo) a los patrocinadores, e incluso a los académicos (pertenece a la Academia de las Artes) al patíbulo. O sea emular a Hamlet que con una vuelta de tuerca cambió los destinos de Rosencranz y Guildenstern. Lo que quiero decir es que eso pudo haber sido -y tal vez estaba dentro de las intenciones del autor que así fuera: proponer la realización de un narciso que es a la vez su contrapartida: burlarse de los homenajes y burlarse de sí mismo, matizando la cuestión con humor, pero también con cierto sentido trágico-. A fin de cuentas Gilberto Aceves Navarro tiene experiencia en el teatro y no me refiero sólo a la puesta en escena reciente de su obra sobre Van Gogh y Artaud.

Afortunadamente, fuera del espacio que ocupa lo que debe tomarse como una instalación, el Chopo exhibe una serie de dibujos a tinta (también autorretratos) de los años ochenta más cinco autorretratos al óleo de 1994 en pequeño formato y un ''mosaico'' de gouaches que se presenta sin vidrio. Esta parte de la exposición es muy importante, pero corre peligo de ser pasada por alto por parte de los espectadores. El trazo de los dibujos a tinta está vivo, los autorretratos muestran la buena mano que tiene el maestro cuando deja que ésta aflore, los gouaches enseñan los diferentes modos como puede utilizarse este medio.

Sin duda, la energía mostrada por Aceves Navarro en la instalación que he comentado es incansable y parece inacabable. Eso, en sí, ya es un valor, pero no basta para entregar ni sus indudables dotes como pintor, ni tampoco su fuero como maestro de varias generaciones. Esperemos la próxima exposición, que promete ser sumamente interesante, pues estará integrada por dibujos de diferentes as. Enhorabuena.