JUEVES Ť 20 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
Apuntes desde el campo de batalla
DAVID BROOKS Y JIM CASON CORRESPONSALES
A todos los compañeros de La Jornada, al cumplir 17 años
Nueva York y Washington, 19 de septiembre. Algunos describen la escena en la punta sur de Nueva York como "Dresden".
Veteranos de guerras dicen que jamás han visto algo igual. Los incendios continúan entre los cadáveres que la tierra quemada devuelve al mundo; otros siguen enterrados en la tumba masiva (siete pisos subterráneos) de lo que eran las Torres Gemelas. Estamos en un campo de batalla, donde algunos dicen que comenzó la tercera guerra mundial (seguramente exageran, Ƒo no?).
Estos reporteros encargados de cubrir al último superpoder desde las oficinas de La Jornada en las dos "capitales" del país, Washington y Nueva York, se han convertido de pronto en corresponsales de guerra, y ahora reportan desde el centro de la zona de conflicto.
Aquí están las pruebas: los escombros, el llanto, los heridos, los muertos, el metal y el concreto destruidos, banderas e himnos, los niños espantados y con pesadillas, miedo por todo aparato que vuela, buques de guerra en las costas, aviones caza F-16 y F-15 sobrevolando, tropas en las calles, la angustia y la inseguridad ya integrados a la condición sicológica normal.
Supuestamente estábamos en el lugar más fortalecido e invulnerable del mundo; en el país que puede atacar e intervenir militarmente donde y cuando decida, pero jamás ser objetivo militar de los ataques de otros. O sea, se consideraba el sitio más seguro. Pero estamos en "Dresden".
Después de una semana de informar de lo ocurrido y sus secuelas, llega el momento de detenerse y ver, ya no con ojos de reportero, sino de cualquier mortal. A las 2 de la madrugada, desde una azotea, mirando hacia donde hace una semana estaba uno de los símbolos más poderosos de la que se atreve a anunciarse como "la capital del mundo", se ve sólo un hueco humeante y apestando a químicos, incendios eléctricos y, ahora, a muerte.
Los políticos convocan, ruegan, por un regreso a la "normalidad". Miles lo intentan y, a primera vista, lo logran. Los cafés y los restaurantes empiezan a llenarse, las grandes avenidas se colman de autos, los mensajeros en bicicleta amenazan a los peatones otra vez, los alumnos regresan a sus aulas, los artistas a su labor, los teatros reiniciaron sus funciones y las oficinas vuelven a funcionar. El negocio del país, el negocio, arranca una vez más.
A la ciudad de Nueva York, subrayan los comentaristas, los intelectuales, las "cabezas hablantes" como se les dice a los que aparecen en los medios, nadie la detiene o la derrota.
Pero nadie olvida que la peor calamidad de la historia de Nueva York acaba de ocurrir, y que tanto el perfil arquitectónico como el orgullo de esta urbe fueron heridos, no mortalmente, pero como nunca antes. La ciudad amanece más chaparra.
Tras las caras de los miles de desconocidos que se topan todo el día en una ciudad "que nunca duerme" se notan el insomnio, las lágrimas y el olor a miedo. Entre gente de la ciudad más ruda del mundo es notable la nueva amabilidad, la gentileza que nace de un trauma colectivo. Hay cenizas, pero también semillas de esperanza.
La reacción humana, los abrazos entre extraños, y el reconocimiento silencioso entre desconocidos, comunicado a través de una mirada, de una breve y triste sonrisa, ofrece una solidaridad espontánea y sutil.
La ciudad se rescata a sí misma por medio de los miles de voluntarios que desean ofrecer su sangre y su apoyo. Y los héroes más grandes: los bomberos, que cuando todo mundo huía del desastre y del corazón de Nueva York, pasaban en sentido contrario, a la boca del infierno, para salvar a desconocidos, sólo para unirse a los desaparecidos (300 bomberos no salieron de ahí). Han llegado más héroes de todas partes del país, y del mundo, para mostrar su humanidad contra el horror.
El ataque fue dedicado a Estados Unidos, y a sus símbolos de poder. Pero los muertos y los heridos son mexicanos, africanos, europeos, asiáticos, católicos, judíos, musulmanes, padres, hijos, hermanos, niños. Las Torres Gemelas eran, de hecho, torres de Babel. Diariamente uno podía pasar por ahí y escuchar todos los idiomas del mundo.
Hoy ahí están enterrados inmigrantes de todo el mundo, los que llegaron a esta capital de inmigrantes. Esas voces ahora son rescatadas por familias y amigos que lloran y se lamentan en todos los idiomas.
Escenas terribles al pasar por el desastre, sólo para regresar de esa pesadilla a la casa y verlo de nuevo en la televisión. Las mil y una historias de la gente en la calle y la pantalla van de los cuentos de heroísmo anónimo -"alguien me rescató, no sé quién, pero le debo la vida"- a los de horror. Las autoridades piden a los familiares de las víctimas entregar cepillos de dientes o de cabello para identificar cuerpos a través del ADN.
El humor calló. La revista más famosa de esta ciudad, The New Yorker, por primera vez desde los años cuarenta se publicó sin caricaturas; su portada: toda negra. ƑQué hacer con un horror que se ha robado hasta la capacidad del humor, aunque sea negro? Ni eso es posible en estos momentos.
ƑQué hacer? Estos reporteros encargados de cubrir la expresión del poder en el país más poderoso ahora deben cubrir lo que aquí dicen que es una guerra, cuya primera batalla fue aquí. Este es el ground zero, el mero centro.
ƑTodo esto logrará despertar a los ciudadanos de este país al hecho de que lo que acaba de sufrir esta ciudad se padece casi todos los días en demasiadas naciones del llamado Tercer Mundo? ƑCon esto se darán cuenta del sufrimiento, del llanto, de tantos hombres, mujeres, niños, padres, hijos y hermanos en otras regiones?
De la respuesta a todo esto podría depender si lo ocurrido aquí es el principio del fin o tal vez, que de esta oscuridad neoyorquina nacerá algo que ofrezca esperanza a todos los heridos del mundo.