jueves Ť 20 Ť septiembre Ť 2001

Sami David

Candil de la calle...

El horno, ciertamente, no está para bollos. Y más en el terreno internacional. Los atentados terroristas a símbolos de poder estadunidense, condenables por sí mismos, no pueden obnubilar la razón. Tampoco es válido cometer facilismos verbales porque forjan silogismos: "el bien contra el mal", "el mundo civilizado contra los bárbaros", "el mundo libre contra los fundamentalismos religiosos".

México se ha caracterizado siempre por la no intervención y la libre determinación de los pueblos. Por eso extraña que el canciller Castañeda señale de entrada que nuestro país no debe rega-tear apoyo a Estados Unidos de Norteamérica en su afán de venganza. El agravio existe. Miles de víctimas se suman a los parientes y familiares de estas personas fallecidas por la acción que a todos nos ha provocado lo que los ejecutores buscaban: el terror. La condena ha sido unánime. Pero también los excesos verbales.

Cierto: el actual gobierno federal aún no prefigura su política exterior. Con el pretexto de que la democracia ha impulsado los cambios, se soslayan principios irrenunciables. La voluntad y vocación pacifista de México es algo que siempre nos ha enorgullecido. Y los actuales legisladores han levantado su voz en un marcado intento de frenar la palabrería, la ligereza. Acaso por un afán protagónico, el gobierno mexicano, a través de la Secretaría de Relaciones Exteriores, ha insistido en postular el ingreso de nuestro país al Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas.

Se olvida que el Congreso de la Unión tiene, por ley, claros vínculos con la política exterior a seguir. Y si el cambio se ha dado al fortalecerse los poderes republicanos, es aún más sano que la discusión se centre en los legisladores.

El terrorismo no tiene fronteras. Ni país ni ideología. En el nombre de la divinidad o de los valores más irracionales que se deseen, la vida humana se encuentra en riesgo. Pero tampoco se puede incurrir en expresiones irreconciliables. Si la inconsciencia ha dado paso a la barbarie, México no puede caer en estos territorios. Ni sembrar vientos ni cosechar tempestades.

La vocación pacifista de nuestro país está en nuestra Carta Magna, en nuestra sangre, en nuestra idiosincrasia. Por lo mismo, los espejismos del cambio democrático o los procesos de la globalización no deben ofuscarnos. Se necesita, ciertamente, un nuevo orden económico mundial, basado en el respeto y la tolerancia, que combata la violencia y el terrorismo. Pero esta transformación debe fundamentarse en la libre determinación de los pueblos. Y trabajar arduamente en programas de desarrollo social y educativo. El ser humano, desde los tiempos de Protágoras, sigue siendo la medida de las cosas.

México, internamente, aún no logra concertar un acuerdo político, gubernativo. La pluralidad de las fuerzas se encuentra en oposición, disgregada, laborando de manera independiente por el simple afán de alcanzar posiciones y olvidando, muchas veces, el bien común. Por tanto, entregar el respaldo irrestricto al gobierno estadunidense es tanto como caer en el adagio que encabeza estas líneas. Prudencia, mesura, reflexión es lo deseable. Si el terrorismo y el arrebato son condenables, tampoco se debe caer en los excesos señalados. La tradición diplomática de México evitará incurrir en maniqueísmos.

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