JUEVES Ť 20 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
Olga Harmony
Teatro del cuerpo
A la manera de las disputas medievales, el siglo XX se vio marcado por la disputa escénica entre la palabra y el cuerpo. Parecía, hacia la última mitad, que prevalecía el segundo y todos pudimos presenciar, por lo menos en nuestro país, a jóvenes gimnastas incapaces de construir un personaje y cuya vocalización resultaba extremadamente torpe. Todo dentro de la línea del teatro como espectáculo y el texto como pretexto. En todas partes del mundo el teatro regresa a la palabra, al cuidado del texto y la interiorización del personaje, aun en montajes que rehúyen el realismo. Sin embargo, existe una fuerte corriente mundial hacia el llamado teatro del cuerpo que rebasa al mimo convencional, y podemos citar los nombres del padre de la mima, Etienne Decroux y a maestros todavía vivos como Lecoq. Entre nosotros podemos citar, entre otros, a Jorge A. Vargas, director del grupo Línea de Sombra -junto a la actriz Alicia Laguna- quien comparte sus indagaciones acerca de la expresión corporal con la dirección de textos que no caen dentro de este rango.
Sin duda el actor contemporáneo debe ser una suma de ambas vertientes, dado que el cuerpo -y eso incluye la voz y la capacidad de proyectarla- es su único, rico instrumento. El lector advertirá mi irreprimible inclinación por la palabra aunque no deje de admirar la capacidad corporal de la mima. Por ello agradezco que Teatro de Línea traiga, dentro de sus Festivales de Teatro del Cuerpo -y el pasado fue el cuarto- a grupos de diferentes partes del mundo que nos ofrecen sus espectáculos, aunque esta vez en la capital no pudimos ver al Dinamo Theatre de Quebec y al Teatro Derevo de Rusia. Pudimos, en cambio, contrastar tres muestras muy diferentes de otros tantos grupos de Inglaterra, Bélgica y Brasil.
Spymonkey de Inglaterra, premiado en el Finge Festival de Edimburgo por Stiff, pompas fúnebres inolvidables, abrió con su éxito la pequeña temporada. Al desconcierto inicial porque está muy fuera del movimiento de Teatro del Cuerpo y pertenece más bien al de la clownería europea, sigue la aceptación del divertimento. El público celebra grandemente el desempeño de Toby Park, Petra Massey, Aitor Bassari y Stephan Kreiss bajo la dirección de Cal McCrystal, a pesar del mal diseño dramatúrgico de Lucy Bradridge y lo que a mi parecer fue un alargamiento innecesario de algunas escenas, como la de la difunta Morag y su esposo -casi la única que tuvo algo que ver con lo que es Teatro del Cuerpo-. Yo era de los que esperaban algo más y esto posiblemente enturbió mi apreciación de un grupo que ha suscitado los más entusiastas comentarios.
En contraste, la belga Nicole Mossoux, dirigida por Patrick Bonté, hace alarde de virtuosismo corporal en Twin houses. Manejando cinco maniquíes articulados -creados por Jean Pierre Finotto- con los que dialoga, lucha, se apoderan de ella, la mima muestra todo el tiempo un rostro tan inexpresivo como el de las muñecas, lo que es un verdadero alarde al no mostrar esfuerzo o emoción alguna, mientras se mueve con una destreza y una precisión extraordinarias. Con uno solo o con dos maniquíes, introduciéndose en el cuerpo de otro, la extraña mezcla de danza, juego de titiritera y teatralidad resulta muy interesante.
El Moby Dick del grupo brasileño Circo Mínimo, en que Eugenio la Salvia y Rodrigo Matheus, bajo la dirección de Cristiane Paoli, intentan revivir la tragedia del capitán Ahab, es más que decepcionante. En un estilizado barco suspendido, el par de cirqueros realiza pequeñas acciones acrobáticas, muy repetitivas, ilustrando algunos momentos de la novela de Melville y convirtiéndola en algo muy pueril y visualmente poco grato, ya que tampoco sus acciones suponen gran destreza. De los tres, resulta el menos logrado de los espectáculos que se nos presentaron.