JUEVES Ť 20 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
Pedro Rivas Monroy
Kafkiana elección de un ombudsman
Los ciudadanos del Distrito Federal estrenarán comisionado de los derechos humanos este mes. Desde luego, la mayoría de ellos ni se enterarán para qué sirve dicha comisión, y mucho menos conocerán al elegido. Suena paradójico, pero los únicos que no intervienen en la designación de tan importante personaje son sus supuestos beneficiarios: los ciudadanos.
En democracias débiles como la nuestra, este tipo de organismos suelen adquirir fuerza desde el poder formal, lo que de origen los vicia, debilitando su función, al sobreponerse las razones de Estado sobre los intereses ciudadanos. Esa ha sido hasta hoy la ruta de la CNDH, que por cierto hoy va en caída libre.
El caso de la Comisión del DF no es ajeno a este tipo de vicios. El actual comisionado llegó al cargo en el tiempo en que Oscar Espinosa Villarreal fungía como regente de la ciudad, lo cual el ombudsman debe de tener muy grabado en el inconsciente, porque al saberse de su regreso declaró de manera oficiosa que la comisión a su cargo estaría muy atenta a que no se lesionaran los derechos humanos del indiciado.
Estos arranques de protagonismo no son incidentales, más bien parece una práctica común en los comisionados. Recordemos otro evento desafortunado del señor De la Barreda: cuando el rector de la UNAM formó una comisión para que atestiguara en qué condiciones habían dejado las instalaciones los muchachos, el señor, en lugar de conservar una posición tolerante e imparcial, vigilante de la protección de los derechos humanos de las partes involucradas en el conflicto, prefirió los reflectores antes que la sabia discreción, e integró dicha comisión haciendo nugatorios los derechos humanos de los paristas.
La comisión que nos ocupa conserva rezagos importantes; gran número de recomendaciones no llega a ninguna parte, o mejor dicho, sí llega: al laberinto de la soledad. El ciudadano es conducido a los kafkianos trámites de nuestro aparato de procuración de justicia o de la burocracia, sin darle un seguimiento efectivo en el que se vislumbre alguna solución razonable para el presunto agraviado.
En sociedades con asimetrías tan brutales como la mexicana, las comisiones de derechos humanos adquieren una relevancia toral y se convierten en la única instancia compensatoria del marginado. El ciudadano o la ciudadana que sea elegido para presidir la CDHDF tendrá que tener conocimiento muy preciso del ambiente en el cual se desenvuelve la vida cotidiana de gran número de habitantes de esta ciudad capital, quienes se encuentran expulsados de toda posibilidad de futuro.
La modernización de un Estado democrático de derecho empieza a rebasar el esquema contractualista de la organización del poder, con sus tres pilares clásicos: Legislativo, Ejecutivo y Judicial. El surgimiento de los organismos autónomos que tienen una vinculación muy estrecha con la ciudadanía reclama un ámbito competencial que haga más eficaz al estado de derecho.
La Comisión de Derechos Humanos del DF requiere de un titular independiente, que garantice, hasta donde sea posible, la objetividad en sus recomendaciones, así como la probidad, la discreción, la mesura y el compromiso social. Estas son características intrínsecas que por obvias se dan por descontadas.