viernes Ť 21 Ť septiembre Ť 2001
Silvia Gómez Tagle
Del terror a la guerra
La humillación al orgullo nacional y la pérdida de confianza en las instituciones encargadas de la seguridad quizá han sido las consecuencias más devastadoras de los actos terroristas ocurridos en Estados Unidos el 11 de septiembre pasado, por ello es explicable la necesidad de identificar a los culpables y ofrecer respuestas contundentes, pero las estrategias de los estadunidenses pueden estar profundamente equivocadas.
Desde sus primeras declaraciones el presidente George W. Bush ha sostenido que estos ataques, más que actos de terror, fueron de guerra. Tanto las declaraciones de los líderes políticos como los medios contribuyeron desde un principio a generar un clima de guerra en Washington. Militares, políticos y comentaristas de algunos medios han instado al gobierno a tomar acciones rápidas. La respuesta de los ciudadanos estadunidenses también resulta muy preocupante; una encuesta del Washington Post y de ABC News mostró que 84 por ciento de las opiniones favorece la acción militar, aun si ésta lleva a un conflicto bélico.
El problema es que el enemigo no está definido con claridad, los terroristas no se identifican con un Estado reconocido como tal, no hay una declaración de guerra. Por definición los terroristas son anónimos y actúan en situaciones extremas. ƑPor qué, entonces, Washington optó desde el primer momento por una estrategia militar para combatirlos, sin reflexionar en las implicaciones que esto puede tener?
Hace tiempo que se ha comprobado que los intereses de Estados Unidos en el mundo no son los de la democracia; la definición que el gobierno de ese país ha hecho de "los malos y los buenos" ha ido cambiando de acuerdo con sus intereses materiales y políticos, sin que importen mayormente los principios.
Michel Chossudovsky, profesor de la Universidad de Ottawa, y el analista político David Isby confirman que Bin Laden, ahora considerado responsable de los actos terroristas, recibió una capacitación "sofisticada" de la CIA cuando se sumó a los mujaidines islámicos antisoviéticos. A mediados de los ochenta Estados Unidos proporcionó "en secreto" 1.5 millones de dólares anuales, incluyendo 65 mil toneladas en armas y equipo, para atacar a las tropas soviéticas en Afganistán (La Jornada, 14 de septiembre de 2001, p. 8). Ahora, sin que el gobierno estadunidense haya exhibido pruebas, la respuesta fácil a la humillación sufrida por el país más poderoso, y como una forma de ocultar la crisis de seguridad por la que atraviesa, es identificar a los culpables: las milicias talibanes afganas han sido condenadas sin juicio previo. Inclusive se sospecha que no bastaría con que el gobierno de Afganistán entregara a Osama Bin Laden, porque el objetivo de Estados Unidos sería destruir sus "bases sociales de apoyo", sin que le importe si se trata de población civil indefensa.
Por un lado, no es evidente que todos los enemigos de la democracia estadunidense estén en el extranjero y mucho menos que sean musulmanes. El ex director de la CIA, James Woosley, recordó hace poco que en 1995 la primera reacción al bombazo que destruyó el edificio federal en la ciudad de Oklahoma fue culpar a terroristas de Medio Oriente, como Bin Laden, cuando finalmente resultó ser un acto concebido y realizado por integrantes de milicias civiles de la ultraderecha estadunidense (La Jornada, 14 de septiembre de 2001. p. 8). Por el otro, el Congreso de Estados Unidos ante la evidente falla de los servicios de inteligencia y seguridad, en vez de intensificar la supervisión sobre el Ejecutivo y las agencias federales responsables, ha actuado "emotivamente", ofreciendo al presidente Bush un apoyo prácticamente irrestricto para el uso de las fuerzas armadas y se propone ampliar el margen de acción discrecional de la CIA, incluyendo la tolerancia de acciones violatorias del derecho internacional y de los derechos humanos, como son la contratación de agentes extranjeros involucrados en actos criminales y la participación en conspiraciones para asesinar líderes políticos (The New York Times, 16 de septiembre, p. 4).
Estados Unidos vuelve la cara a otros países en busca de solidaridad. El secretario de Estado, Colin Powell, ha anunciado que se integrará una alianza internacional para combatir el terrorismo. Un llamado de esta naturaleza podría gozar de un apoyo amplio de la comunidad internacional dado que el terrorismo atenta, sin lugar a dudas, contra los derechos humanos y la seguridad de todos los países. Pero como Estados Unidos ha estado involucrado de diversas maneras en actos terroristas, resulta falsa la convocatoria a "luchar en contra de los malos". Lo que sí queda claro es la urgencia de sentar principios internacionales válidos de convivencia pacífica, así como de diseñar estrategias efectivas a nivel mundial en contra de la violencia. De otra forma estamos en peligro de que se desate una guerra santa, probablemente con un costo mucho mayor.