sabado Ť 22 Ť septiembre Ť 2001

Enrique Calderón Alzati

El regateo en los tiempos de cólera

El siniestro drama de las torres gemelas nos ha dolido a todos, como también nos ha dolido la pérdida de vidas inocentes a lo largo de la penosa historia mundial del siglo xx. Sin embargo, el nuevo siglo ya está aquí bombardeándonos con dramáticas imágenes televisivas y escenarios inspirados en el más bárbaro fundamentalismo, que dan como un hecho la identidad de buenos y malos. Tal es el caso del video de los niños árabes que los medios nos mostraron como festejando en pleno día el atentado de Nueva York, siendo que a esa hora en Oriente Medio era de noche.

Es un momento triste, sin duda. Es la hora en que el hombre común del siglo xxi desea vislumbrar algo más que la capacidad destructiva de los poderes ciegos. Tiene derecho a la paz y al bienestar que los egoísmos y los intereses le han negado. Pero ello requiere imaginación y generosidad de todos, así como hombres de Estado preocupados por el bienestar de la vida humana y del planeta. Eso es quizá, de lo que carecemos.

En su sentido lato, "regatear" se aplica al debate entre comprador y vendedor para ajustar un precio. No es de ninguna manera un término que favorezca la comprensión de las negociaciones diplomáticas, pero si el canciller Jorge Castañeda lo aplicó (y sigue aplicándolo) para referirse a que "no debemos regatear" los apoyos de México a las acciones de venganza con que el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, desea pasar a la historia, o simplemente reactivar su economía mediante la inyección de recursos a la industria de la guerra o, de manera más firme, plantarse de lleno en la geografía política sobre los millones de barriles de petróleo que subyacen en Oriente Medio, en compañía de la sutil Albión y de otros socios, entonces la frase de nuestro canciller adquiere un sentido discutible.

Precisamente porque las acciones diplomáticas se basan en negociaciones en que las partes se plantean la posibilidad de obtener la segunda mejor opción de las cuestiones que se plantean en una mesa, es que puede entenderse que regatear se convierta en un sustituto conceptual de negociar. Ello, en relación a lo que puede ser sujeto de negociación, porque existen principios que rigen la vida de los pueblos que no pueden negociarse, o "regatearse", según el término preferido del canciller Castañeda, como la soberanía o el respeto a la ley.

En este último caso, no es necesario recordar al canciller el artículo 89 de la actual Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos: "Las facultades y obligaciones del Presidente son las siguientes: (Inciso) X: Dirigir la política exterior y celebrar tratados internacionales, sometiéndolos a la aprobación del Senado. En la conducción de tal política, el titular del Poder Ejecutivo observará los siguientes principios normativos: La autodeterminación de los pueblos; la no intervención; la solución pacífica de controversias; la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales; la igualdad jurídica de los Estados; la cooperación internacional para el desarrollo; y la lucha por la paz y la seguridad internacionales."

Si de acuerdo a la interpretación del canciller Castañeda nosotros "no debemos regatear nuestro apoyo a los Estados Unidos", deberemos entender que tal apoyo se inscribe dentro de las facultades que le concede la Carta Magna al jefe del Ejecutivo. Sin embargo, es evidente que ni siquiera "la lucha por la paz y la seguridad internacionales" refleja en este momento su verdadera esencia frente a los tambores de guerra "contra cualquier cosa".

Respecto de la soberanía, que también es concepto explícito en nuestra Carta Magna, la amenaza es mayor. El jueves pasado, de forma clara, George W. Bush amenazó con el ataque a las soberanías nacionales bajo cualquier pretexto de que se apoye o solape al terrorismo. En este esquema de nuevo orden internacional planteado desde la única superpotencia, como la define Castañeda, el regateo o la falta de éste conforman un concepto peligroso.

En efecto, aunque no es el sentido aplicado por el canciller Castañeda, no puede regatearse la soberanía ni la seguridad jurídica que ofrece la ley. Pero sí puede regatearse, digamos mejor, negociarse, el atemperamiento de las voluntades en el sentido de una vida común y pacífica. Si somos amigos de Estados Unidos, flaco favor le hacemos apoyándolo ciegamente en sus planes de venganza. Amigos inteligentes y mesurados es lo que ellos necesitan en estos momentos. Podría nuestro canciller no estar a la altura de tales requerimientos. Ť