domingo Ť 23 Ť septiembre Ť 2001

Guillermo Almeyra

La guerra de los simios

Estamos al borde de un proceso que pone en peligro la civilización y en manos de gentes que pretenden imponer su fundamentalismo a todo el planeta con el pretexto de combatir el fundamentalismo y el terrorismo que fomentan y provocan desde hace decenios. A esta altura lo importante es lo que tenemos delante de nosotros.

Desde Auschwitz e Hiroshima y Nagasaki estamos en la barbarie en la que nos hundimos cada vez más. No hay límites para el terrorismo de Estado: Estados Unidos arrasó Corea del Norte y Vietnam, dejó asesinar a 500 mil tutsis a machetazos, bombardeó a quien y cuando quiso, pasando sobre las Naciones Unidas cuando así le convino. El terrorismo de Estado se justifica con los medios de información utilizados como arma de guerra para dar consenso al horror y difundir el pensamiento único que embellece la más vasta política de destrucción de ambiente, culturas, identidades y de expansión organizada de la miseria jamás conocida por la humanidad.

Esa es la base, por un lado, de la búsqueda creciente de una alternativa a la dictadura oligárquica de 200 trasnacionales. Y, por otro, también lo es del fundamentalismo, excluyente y racista por definición. ƑNo es acaso fundamentalismo hablar, como lo hace Bush, de la lucha del bien contra el mal y de una guerra contra "todos los que no comparten nuestros valores" (o sea, de una cruzada contra la inmensa mayoría de la humanidad)? ƑNo es racismo decir, como la Izvestia, "comenzó una guerra entre civilizaciones. La guerra de Alá contra Jesús, de los bárbaros contra el mundo civilizado"?

Al fundamentalismo de quienes ven en Estados Unidos el moderno Satán, la Casa Blanca responde con el fundamentalismo y el racismo y dice que "el terrorismo depende de variados Estados", según los autores de la operación Justicia Infinita, cuyo nombre mismo revela que se creen designados por Dios para ser jueces de todos y que no piensan en operaciones limitadas sino en un conflicto sin fin para buscar a un inasible doctor No.

Lo cierto es que en Estados Unidos, los fabricantes de armas y los petroleros que gobiernan consiguieron aumentar el presupuesto del Pentágono y darle otros 40 mil millones de dólares para la reconstrucción, aumentar el precio del petróleo y de las armas, permitir a la CIA reclutar delincuentes contra los derechos humanos, autorizar los asesinatos de personalidades extranjeras, eliminar el habeas corpus y las garantías individuales, autorizar que la policía interrogue a sospechosos durante 72 horas o más sin presentarlos ante el juez, permitir el control de la CIA sobre Internet y lo que se le ocurra, etc. O sea, están creando un Estado policial y totalitario, apoyado por 94 por ciento de la población que está dispuesta a ir la guerra sin saber contra quién. Bush, además, cuenta ahora con el voto del Congreso que le autoriza a utilizar la resolución del golfo de Tonkín que originó la intervención masiva de Estados Unidos en Vietnam. Puede, por consiguiente, hacer la guerra contra quien decida, con los medios que escoja, sin explicación ni control alguno. Es decir, podría declarar que Cuba es un nido de terroristas y atacarla, o que en Francia la gran comunidad musulmana recoge fondos para los fundamentalistas islámicos y atacar París o Lyon.

Si en el Congreso se discute una ley que impide que cualquier militar o estadista estadunidense sea juzgado por un Tribunal Penal Internacional amenazando con una intervención militar en el Tribunal de La Haya, Ƒcuál moderación se puede esperar de estos gorilas con garrote tecnológico? La monstruosidad consistente en bombardear países enteros para castigar individuos (Saddam Hussein o Milosevic) se queda hoy chica ante la decisión de combatir por todos los medios no sólo contra Estados sino también en otros terrenos y a otras entidades. Esa guerra sin frente es también una guerra sin Convención de Ginebra, es la guerra nazi del totalitarismo racista contra los que protesten contra la desocupación, la discriminación, el hambre, impulsados por la recesión resultante de la política del capital financiero. Es una guerra de una oligarquía capitalista no sólo contra los trabajadores sino también contra sus competidores europeos y japoneses: puro y simple terrorismo de Estado. Y el pretexto del terrorismo sólo servirá para extender y fomentar un terrorismo también sin límites, que podría utilizar armas atómicas, envenenar el agua en las ciudades, destruir servicios urbanos llenos de gente.

En cuanto al racismo desencadenado en Estados Unidos llevará, por un lado, a terribles sufrimientos de los inmigrantes y, por otro, a un racismo de los excluidos. O sea, a la peor guerra de clases, al odio ciego, al terrorismo de Estado contra el terrorismo difuso y clandestino de millones de seres. Lo dicho: si se quiere evitar este Apocalipsis, hay que frenar a los locos, aislarlos, denunciarlos, y paralizar a sus sirvientes. Ť

 

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