domingo Ť 23 Ť septiembre Ť 2001

José Agustín Ortiz Pinchetti

La democracia: las cuentas pendientes

Un homenaje a Jaime González Graff, notable activista cívico muerto prematuramente, me ha hecho reflexionar sobre las motivaciones de algunos agentes del cambio y también del balance que el fenómeno democrático arroja hasta hoy.

He llegado a la conclusión de que en Jaime y en otros muchos el origen de su impulso para desafiar al sistema autoritario y para trabajar miles de horas y cientos de días sin aparente gratificación estaba en sus convicciones religiosas. Muchos de ellos tienen origen católico y esto en los círculos intelectuales y aun en los políticos se ve como algo levemente ridículo que en el mejor de los casos debe ocultarse casi con vergüenza.

Esto me parece absurdo. Muchos de los mejores activistas se impulsan por una inspiración cristiana. Es cierto que la versión criolla del catolicismo tiene tintes oscurantistas y conservadores o hipócritas, pero también lo es que muchos católicos viven un cristianismo esencial saturado de pasión que contiene una enérgica demanda de justicia y no para otra vida sino aquí y ahora. "Esta inspiración" ordena las vidas individuales para servir a los demás y esta integridad se convierte en hábitos virtuosos. Todo esto resplandece en contraste con el panorama de decadencia ética y de pérdida del sentido de la existencia colectiva.

También he pensado en el resultado objetivo de la lucha de miles de gentes a favor de la democracia en los últimos 20 años. El balance es raquítico en comparación del tiempo y energía empleados.

Tomemos por ejemplo el catálogo de los 20 Compromisos para la Democracia que fijó el 20 de enero de 1994 una agenda de cambios políticos viables. Déjenme recordarles que el documento fue propuesto a todos los candidatos a la Presidencia a los que se solicitó convertirlos en iniciativas si llegaban a triunfar. Se redactaron en forma consistente, como aconsejó Gabriel Zaid, quien formó parte del grupo. Todos los candidatos asumieron los compromisos. Incluso los del PRI, Luis Donaldo Colosio, quien los firmó alegremente y Ernesto Zedillo, su sustituto, a regañadientes. Por supuesto, Cárdenas, Diego Fernández de Cevallos y los demás también se comprometieron.

En otoño de 2001 si nos proponemos cotejar aquellos compromisos con la realidad política podemos sentirnos decepcionados.

Es cierto que con respecto al voto se ha cumplido en cuanto que ha operado la alternancia. Pero están pendientes reglas fundamentales para perfeccionar el sistema, aquellas que autorizan las coaliciones que reducen las campañas y que eliminan los apoyos financieros excesivos y la desinformación. Los comicios mexicanos podrían acabar en luchas entre grupos plutocráticos.

En los demás casos las cosas son peores. Los compromisos para fortalecer al Congreso no se han cumplido. Está pendiente el tema de la relección de diputados y senadores. No se han establecido reglas para dar transparencia a los procesos legislativos ni se ha creado un sistema verdaderamente solvente de rendición de cuentas que termine con la impunidad y la corrupción. El Congreso no tiene la facultad de obligar al Ejecutivo a proporcionar información oficial.

En cuanto al Poder Judicial es verdad que se inició ya una reforma en el piso superior de la estructura pero estamos lejos de que la Suprema Corte adquiera el poder que debería de tener para anular las leyes y decretos contrarios a la Constitución o para promover por sí mismos los nombramientos de ministros o para hacer respetar su propio proyecto de presupuesto.

No se ha iniciado siquiera el proceso para restructurar la legislación tributaria y fortalecer a los estados y municipios frente a la Federación. No se han descentralizado las funciones administrativas hacia los gobiernos locales.

No se han hecho efectivos los instrumentos de participación ciudadana como el referéndum, el plebiscito y la iniciativa popular a nivel nacional. Todavía está oculto el contenido de las declaraciones patrimoniales del Presidente y los miembros de su gabinete. El organismo que elabora las estadísticas nacionales no es imparcial ni autónomo, los medios de comunicación, sobre todo los electrónicos, tienen una libertad salvaje y son capaces de inducir conductas antisociales y antidemocráticas. No se ha reglamentado el derecho a la información y cualquier intento para poner dique a los abusos de los comunicadores es considerado como "ley mordaza".

En resumen: de los 20 compromisos apenas se han cumplido 4 cabalmente. Cosecha magra en comparación con las expectativas de los que han propuesto los cambios. Para no hablar del pacto para una reforma del Estado integral que parece lejanísimo.

Lo más grave es que todas las reformas logradas hasta hoy no han favorecido en nada el proceso de redistribución de la riqueza. Como si la democracia moderna y la justicia social pudieran ir separadas.

Francisco Zarco en 1857 dijo que las libertades públicas tan duramente alcanzadas por su generación podían quedar como estrellas inalcanzables sobre las cabezas de los pobres. Las estructuras legales y políticas de la democracia representativa no son suficientes para que una sociedad alcance la verdadera modernidad. La democracia política no opera en automático, tiene que servir como forma de lograr un aumento progresivo de la igualdad y el bienestar de la población. No dejo de sentir un poco de amargura cuando me doy cuenta de lo lejano que está ese horizonte para esta generación y del peligro del retorno de la idea autoritarismo que se justificaría por el fracaso social de la democracia representativa. Ť

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