DOMINGO Ť 23 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
José Antonio Rojas Nieto
La nueva Nueva York
Varias cosas convendría comentar hoy: la evolución del mercado petrolero internacional, en la que los precios no necesariamente se dispararán a pesar del absurdo ánimo guerrero del gobierno estadunidense; la dinámica económica del vecino país, que en agosto profundizó su caída industrial; la importante comparecencia del secretario de Energía de nuestro país ante el Congreso, en la que, por primera vez, se habló de que la disponibilidad de combustibles y electricidad es un asunto de seguridad nacional.
Abuso un poco y pido permiso para compartir unas reflexiones personales sobre el irracional ataque terrorista. He de confesar que hasta el martes en la mañana las Torres Gemelas del World Trade Center sólo eran un símbolo del corazón de una realidad impresionante y a la vez terrible: el mundo financiero de Wall Street. Por lo demás un símbolo de una realidad violenta y agresiva -la de la determinación de los precios de referencia para todo el mundo, del dinero que circula para acumularse y de las materias primas y combustibles- cuya lógica estamos obligados a transformar, como obligados estamos a transformar nuestras relaciones con él y las relaciones entre nosotros. Sin embargo, jamás he creído que un cambio de fondo -de ésta y otras realidades terribles- provendrá de acciones terroristas. Menos aún cuando matan inocentes. Nada, absolutamente nada, los justifica. Por eso es de lamentar profundamente la muerte de miles de trabajadores de las grandes firmas del mundo financiero y bursátil. Mi oración por ellos. También por los mexicanos ahí sepultados, que junto con muchos otros -mexicanos y latinoamericanos-, hasta el amanecer del día 11 de septiembre ha-bían colaborado para hacer de Nueva York una de las ciudades cosmopolitas más hermosas y atractivas del mundo. Vaya que lo era. Los que han quedado -los de Queens- esos que hace unos días marcharon con la respetada Organización Tepeyac, seguirán haciéndolo. Porque Nueva York también es de ellos y es por ellos. Me consta. Lo viví. Día a día lo disfruté durante varias semanas. En todo café, restaurante, hotel, calle, plaza, jardín, supermercado, almacén, oficina, escuela, universidad... en todo lugar estaban y están los mexicanos... los latinoamericanos.
Es fácil constatarlo. Se disfrutaba Nueva York también por ellos, a pesar de sus angustias y sus nostalgias, pero también de sus ilusiones y entusiasmos. Por eso no era difícil sentir que merecían más, mucho más de lo que se les ha reconocido y -muy probablemente- de los que se les tendrá que reconocer porque -ellos mismos lo han dicho- seguirán ahí para reconstruir Nueva York, para hacer la nueva Nueva York. Sólo eso les merecería a todos, absolutamente a todos, el reconocimiento y la aceptación estadunidenses de su imprescindible presencia.
En varias ocasiones, antes del 11 de septiembre, había tenido la suerte de disfrutar ese Nueva York. Hace unas cuantas semanas pude hacer durante varias semanas, gracias a la generosidad del querido sobrino Pablo, quien con sus compañeros de la Universidad Rockefeller -la de los cien prestigiados años de investigación médica- me transmitió la alegría de ser new-yorker, como lo testificó mi maestro James de Columbia. Gracias, también, a la presencia de mis estudiantes Marcos, Estela, Oscar, Verónica y de Adolfo -colaborador incansable de Tepeyac- quien me invitó a admirar la enjundia y la vehemencia de los pobladores de Queens: los de Puebla, de Santa Tecla, de La Paz, de Guayaquil, de San Pedro Sula, de Chiriquí, de San Juan, de Lima, de Maracaibo, de Viña del Mar, de Antigua, de tantos y tantos lugares de nuestra querida América Latina que nutren y nutren a la isla de Manhattan y sus alrededores. También por ellos, junto con mi hija Eugenia y mi sobrina Inés, en pocos días aprendí a amar a Nueva York, a experimentarme en ella como si de ahí fuera. Como new-yorker viví el absurdo del 11 de septiembre. Me dolió en el alma. No es atrevimiento decirlo. Mucho menos ingenuidad.
ƑCómo explicar que en pocos días se llegue a sentir tanto por una ciudad tan controvertida como Nueva York? Tengo una respuesta. Nueva York es de esas pocas ciudades del mundo que se dejan poseer por todos... que es de todos y que, sin duda, seguirá siendo de todos. Desde sus orígenes Nueva York fue de migrantes, ha sido de migrantes, es de migrantes, seguirá siendo de migrantes. Por eso creo que Nueva York nos necesita. No sólo para su reconstrucción física, sino para su reconstrucción moral. Sí, Nueva York nos necesita. Pero, sobre todo, necesita a los migrantes que han comprometido su vida ahí, entre ellos miles de mexicanos para quienes Nueva York ya es un lugar propio, como lo es, por ejemplo, Puebla. Incluso a los que seguirán llegando. Nueva York los necesita para su renacimiento. Menos para apoyar las visiones guerreristas y de venganza de un gobierno que quiere ocultar la incapacidad de sus organizaciones de inteligencia y seguridad nacional y que violentamente se arroga el derecho a hacer justicia en todo el mundo. Más para participar en la ilusión y en la pasión de un nuevo comienzo compartido al que deben abrirse, antes que nadie, los mismos estadunidenses. Nueva York puede ser, de nuevo y acaso como nunca en su historia, la ciudad cosmopolita en la que seguiremos compartiendo nuestra máxima esperanza -la esperanza contra toda esperanza-, la única con la que hoy podemos enfrentar no sólo el terrible absurdo del 11 de septiembre, sino el absurdo del tipo de vida que desde ahí se impone al mundo por el dominio avasallador de la voracidad, la especulación y el rentismo... que también matan.
Dice Amós que Dios será inflexible con los que "venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias... y amontonan violencia y despojo en sus palacios...y oprimen a los débiles y aplastan a los pobres...y hacen que se acerque un reino de violencia..." Y que "para los justos hará que vengan días nuevos en los que el arador empalmará con el segador y el pisador de uva con el sembrador; y en los que volverán los deportados y se reconstruirán las ciudades devastadas y de nuevo habitarán en ellas y no serán arrancados nunca más". Amén.