DOMINGO Ť 23 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
Ť Bárbara Jacobs
Mujer desconocida
En su Mujer desconocida, Lucía Graves se refiere a quien anda a caballo entre dos culturas, como un exiliado; en su caso, de dos países y de dos lenguas; de hecho, de dos culturas. Nació en Inglaterra, vivió su infancia en España. A la hora de preguntarse de dónde era, cuál era su lengua, qué costumbres acogía como propias, se dio cuenta de que ''los sentimientos de no pertenencia y de ser distinta a los demás crecieron imparablemente", y de ahí que creara ''un país imaginario donde pasaba gran parte del tiempo, separada de la realidad".
Cuando en 1984 conocí a Lucía Graves casi no hablé con ella; parecía no tener otra cosa que decirle que admiraba a su papá, el poeta Robert Graves. No me habría atrevido a confesarle con toda honestidad por qué, además. Adiós a todo eso, la autobiografía de Robert Graves, había sido mi grito de independencia secreto, el que me había logrado sacar de la mano de la adolescencia para instalarme en otra etapa de la que también ese mismo grito me sacó.
En aquella ocasión, Augusto Monterroso y yo nos hospedábamos en casa de Claribel Alegría y Darwin Flakoll, en Deyá, en la isla de Mallorca, de España. Una mañana de noviembre, Lucía llegó de visita, concretamente para ponerse de acuerdo con Claribel sobre cuáles poemas de Graves leerían esa noche las dos, en una librería de Palma, como parte de la celebración de los 90 años de su padre. Estuve en el homenaje, y debo admitir que, si Lucía y su hermano Tom, el joven editor artesanal, me parecían suficientemente irreales en tanto hijos, es decir, de carne y hueso, de Robert Graves, más irreal me parecía imaginar que, mientras yo oía la lectura de los poemas, y el acompañamiento de piano por parte del esposo de Lucía, el músico catalán Ramón Farran, ahí cerca estaba, vivo, de carne y hueso, Robert Graves. A la esposa de Graves, madre de Lucía y sus hermanos, la recuerdo como una visión. Tengo su imagen, la percibo, con temperatura de ser vivo pero, en este momento, no podría afirmar si asistió al festejo, si fui presentada a ella o si, dada la incredulidad con la que yo experimentaba estar celebrando los 90 años de Graves, Beryll (era, Ƒes?, su nombre) también me resultó irreal.
Si se dieran las circunstancias para volver a encontrarme con Lucía, a pesar de que ahora sí tendría mucho que comentar con ella, lo más probable es que, igual que hace 17 años, yo permanecería prácticamente callada. Ya no porque no considerara significante confesarle los motivos de mi admiración por su papá, sino porque temería no ser capaz de mantener bajo control la expresión de las razones por las que ahora la admiro a ella.
Al haberse convertido en escritora, imagino los temores que, reales o producto de su fantasía, la han asediado. La pregunta, formulada con más malicia o menos ingenuidad, ''ƑAsí que tú también escribes?", Ƒcómo la ha sorteado? ƑHa seguido siendo amiga de quienes, a sus espaldas, han asegurado que a ella sólo la publican por ser hija de quien es hija? ƑSiente que sus colegas, ya sean ingleses o españoles, le conceden mérito propio, o no, sino en calidad de herencia? ƑO de imitación, dada la cercanía de la vida con su papá? ƑHa llegado a avergonzarse de una de sus lenguas? ƑO de haber acogido como suyas tradiciones de una cultura que la considera extranjera, o no suficientemente pura de esa de sus dos nacionalidades? ƑQué ha contestado cuando le preguntan cómo se siente vivir bajo el peso, o la sombra, del nombre de su padre?
Admiro la traducción que hizo de su autobiografía Mujer desconocida, escrita originalmente en inglés, para la edición española. Pero me inquieta que, al dirigirse al lector español, a quien dedica la traducción, ofrezca disculpas por recordarle, por ejemplo, ''la fecha en que murió Franco o la letra de El cocherito leré". ƑPor qué ofrecer disculpas a nadie de esto o de lo de más allá? ƑCuántos temores te siguen persiguiendo, Lucía, querida Lucía? Cuando tenías cinco años de edad y te despertaba el gigante que te perseguía mientras corrías pero quedándote inmóvil, y tu papá se acercaba a ti y buscaba la pesadilla por tu cabeza, ''palpando el camino con sus dedos a través de la jungla" de tu cabello, hasta que la encontraba y salía de la habitación diciéndote que la iba a arrojar al excusado, la magia funcionaba. ƑQuién extirpa ahora tus tormentos?