lunes Ť 24 Ť septiembre Ť 2001

Elba Esther Gordillo

Justicia infinita

No es desproporcionado afirmar que la historia contemporánea habrá de organizarse tomando los sucesos del 11 de septiembre como parteaguas; el mundo era uno antes de esa fecha y otro muy distinto como consecuencia de los fatídicos sucesos.

En primer lugar, porque la geopolítica que emergió como consecuencia del derrumbe del Muro de Berlín, y que ubicaba la cultura occidental, entendida como la de mercado libre y sustento democrático, fue sacudida por la evidencia de que dicho papel es cuestionado y que será activa y destructivamente combatido. Más allá de la identificación de los autores de los actos terroristas y aun de la aprehensión de Bin Laden y sus seguidores, es poco probable que con ello se pueda asegurar el fin de la amenaza. Si, como se empieza a conocer, la planeación de los atentados duró un año, que participaron muchos estadunidenses y que los objetivos se cumplieron con un altísimo margen de eficiencia, surgen muchas más preguntas que respuestas.

En segundo lugar, si el enemigo es quien se ha definido, Ƒpor qué se insiste en que hay que prepararse para una larga guerra? ƑNo será que están anticipando el escenario de nuevos ataques terroristas aun después de la derrota de Afganistán y de la captura o muerte de Bin Laden? Si bien la actitud guerrera del presidente Bush se ha salvado hasta ahora de enfrentar varios reclamos, que tarde que temprano le hará su sociedad, un nuevo atentado derrumbaría su credibilidad. No basta expresar firmeza, ésa se puede construir con el invaluable apoyo de los medios de comunicación, lo importante es probarla y más aún demostrar que es eficaz para cumplir con el mandato esencial del poder, que es el de garantizar la seguridad de la comunidad.

En tercer lugar, la guerra santa que los estadunidenses decidieron y que en consecuencia bautizaron como justicia infinita, y ante la cual se exigió un polarizante "conmigo o contra mí", ha terminado de partir el mundo. La justicia, para la cultura occidental, no puede ser infinita, sino que debe ser concreta y perfectamente ubicada en el tiempo y en el espacio, no así para la gran mayoría de los pueblos que ha tenido que luchar por la supervivencia haciendo de la resistencia su eje y de la recompensa ulterior su motivo esencial. Al colocar la disputa en una causa más allá de la lógica del aquí y ahora es posible que la primera victoria de esta inédita guerra sea para quienes han hecho de las convicciones profundas, intemporales, inmateriales, su más importante arma, pues en la propia lógica occidental, crear una supuesta "justicia infinita" supone también erigir el "error infinito" del terrorismo sin medios ni salidas racionales y razonables.

Más allá de esta visión general, México deja de ser la prioridad en la política exterior de Estados Unidos que se apuntaba días antes del atentado, durante la visita del presidente Fox al país vecino. Todo esto se traducirá en mayor rigidez en sus políticas migratorias. Será muy difícil avanzar en dos proyectos mayores que impulsaba con audacia la cancillería mexicana: la "amnistía" que podría regularizar a más de 2 millones de trabajadores indocumentados mexicanos y un programa de trabajadores temporales. La asignación de mayores recursos gubernamentales de Estados Unidos para "sellar" sus fronteras y los despidos masivos en distintas empresas estadunidenses crearán condiciones más adversas para nuestros migrantes.

Pero hay otro impacto que obliga a urgentes redefiniciones estratégicas: el alejamiento de la recuperación económica. La debilidad de la economía estadunidense y el imperativo de los grandes colocadores de fondos de reducir riesgos implicarán privilegiar valores "refugio", lo que afectará los mercados "emergentes", México entre ellos.

Los acontecimientos en Estados Unidos nos obligan a los mexicanos -gobierno y sociedad- a actuar con sentido de urgencia y con visión estratégica. Hoy es verdaderamente crucial llevar adelante los cambios estructurales que por distintas razones hemos diferido: una reforma hacendaria que fortalezca las finanzas públicas, pero que sea justa y equitativa, como ordenan las leyes; la reforma del sector energético que posibilite las inversiones que el país necesita, y significativamente, la reforma del Estado.

Se anticipan tiempos difíciles: una mayor presión sobre el petróleo mexicano, dificultades crecientes para exportar hacia un país que ya reconoce que experimentará, al menos en el corto plazo, una recesión económica.

Pero son, también, tiempos de oportunidades. Será preciso acelerar la diversificación de nuestros mercados, alentar las inversiones productivas de distintas naciones, fortalecer el mercado interno, desplegar un enorme esfuerzo para atraer turismo de todas latitudes. Nos toca demostrarnos que tenemos con qué -patriotismo, madurez, inteligencia, visión de futuro- y que sabremos convertir estos desafíos del nuevo siglo en razones que nos lleven al acuerdo nacional que nos debe la transición. Ť

 

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