lunes Ť 24 Ť septiembre Ť 2001
Samuel Schmidt
Una apuesta perdida
Todas las decisiones políticas son apuestas, algunas son más riesgosas que otras, dependiendo de lo que se juega el político al apostar, aunque la paradoja consiste en que muchas veces quien paga por el error es la sociedad entera y no quien tomó la decisión.
Quién hubiera pensando que la decisión de acercarse a Estados Unidos, rompiendo con tantos prejuicios y suspicacias, se iba a encontrar negativamente con un factor descontrolado, como la vieja guerra de cierto fundamentalismo islámico en contra de Estados Unidos.
Luis Echeverría arabizó la política exterior como estrategia para aislar a la guerrilla mexicana, cosa que logró al grado de haber derrotado a los grupos guerrilleros en unos cuantos años; esta "proeza" nos dejó el enfrentamiento con Estados Unidos y un boicot económico y turístico muy fuerte, justo en tiempo de recesión económica.
Al parecer las prioridades eran muy claras: alejarse de Estados Unidos, acercarse al movimiento de los países no alineados, para generar una base de lanzamiento para que México se consolidara como potencia media, lo que reforzaría su capacidad de negociación con Estados Unidos. Algunos actos como la promoción de la Carta de Derechos de los Estados y la convención de las 200 millas de mar patrimonial nos beneficiaron marginalmente y, en cambio, nos crearon una relación binacional muy tensa.
Vicente Fox está arabizando la política exterior, al parecer sin un propósito interno muy bien definido. Ha asumido el ataque contra Estados Unidos como un agravio contra México, y eso que no tenemos un tratado de defensa conjunta con el vecino del norte, y ha aceptado, en voz propia, o por medio del canciller, la defensa de las medidas de represalia, sean cuales sean, lo cual nos hará cómplices de la barbarie que desde ya está anunciando Estados Unidos.
Una de las consecuencias de esta posición podría ser que los grupos fundamentalistas se acerquen a ciertos grupos guerrilleros mexicanos, los que tendrían asistencia financiera y ayuda política, y de suceder esto se rompería no solamente el equilibrio existente hasta ahora -que no es mucho-, sino la lógica y forma de la lucha contra el sistema capitalista mexicano que han declarado los grupos guerrillos.
El gobierno mexicano perdió de vista la utilidad de ser neutral. Hay muchas formas de ayudar a los amigos y no siempre tienen que caminar de la mano con el aumento de la vulnerabilidad propia. Se puede votar a favor, se puede asistir un esfuerzo bélico sin exponerse innecesariamente como está sucediendo.
No podemos descartar -aunque ciertamente sea una posibilidad remota- la unidad árabe que podría producir una fuerte crisis petrolera, ante la que México tendría que definirse, y en cuyo caso, Estados Unidos seguramente presionaría para defender sus intereses, que no necesariamente coinciden con los de México. El acuerdo energético de América del Norte puede responder ante tal eventualidad, aunque no se ha mostrado con claridad qué es lo que México tiene que ganar.
Sostener que estamos apostando a colaborar para que Estados Unidos crezca aceleradamente y nos arrastre en su cauda, puede ser no sólo una ilusión óptica, sino una fantasía muy peligrosa y una apuesta perdida.
El presidente Fox y el canciller Castañeda esperaban que el acercamiento produciría, tarde o temprano, una forma de regularización de los migrantes mexicanos en Estados Unidos, y esperaban que esto sería tan popular que descontaría las fallas que se han tenido en la política doméstica. Aun más, hay quien llegó a pensar que esto reorientaría las preferencias políticas y apoyo electoral de los mexicanos en Estados Unidos con el consecuente impacto en las comunidades sobre las que influyen. Tal vez por eso hay legisladores que sostienen que Castañeda tiene una agenda política propia, pero no se dude en que de haber sucedido, esto hubiera ayudado a Fox a inclinar las elecciones de 2003 para tener un Congreso de su parte, y seguramente a influir de forma determinante en las elecciones presidenciales de 2006. Estos proyectos tendrán que reformularse.
Hoy el gobierno se encuentra entrampado en su postura de alineamiento acrítico llegando al extremo de haber justificado a priori los bombardeos masivos que planea Estados Unidos; no podrá darle nada a los mexicanos, y sí, en cambio, ha comprado gratuitamente una nueva serie de enemigos que en el pasado se habían evitado con una política no intervencionista muy cómoda.
El ataque sobre Nueva York ha cambiado la ecuación política mundial y el gobierno mexicano deberá evaluar con mucha serenidad hasta dónde le conviene continuar pegado a los intereses de Estados Unidos.
La inteligencia diplomática consiste en saber dar los apoyos necesarios sin arriesgar los intereses propios. No es tarde para luchar por el liderazgo entre las potencias medias, lo que no necesariamente se logra estando en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, porque ni siquiera allí se garantiza poder hablar en nombre de los países pobres.
Tal vez sea hora de que México voltee hacia el sur, adonde pertenece por cultura, dimensión y afinidad en muchos sentidos. De lograr el liderazgo podrá, de ser el caso, apoyar mejor a Estados Unidos o, por otra parte, tendrá una mejor posición de negociación. Esta podría ser una apuesta con mayor posibilidad de éxito y hasta con menos riesgo. Ť