LUNES Ť 24 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
Ť León Bendesky
Pensar libremente
El discurso del presidente Bush ante el Congreso de Estados Unidos contiene una gran paradoja y consiste en proponer la defensa de la libertad mediante su limitación. Es comprensible en términos humanos la rabia que expresó el mandatario y la forma en que reaccionó ante ella la elite política reunida en el Capitolio. El ataque terrorista del 11 de septiembre fue brutal y cada día crece la evidencia del desastre, en especial por su contundencia personal ante las miles de víctimas, además de su magnitud física. Así que son precisamente los referentes humanos los que deberían ahora prevalecer; sin embargo, los términos políticos de su postura no son igualmente aceptables.
En momentos de guerra en los que la supervivencia está en juego, pueden plantearse opciones extremas: el que no está conmigo está con el otro. Pero, al hacerlo, el presidente Bush advirtió al mismo tiempo y de manera expresa que la guerra contra el terrorismo no es de tipo convencional. El enemigo no está precisamente identificado y es muy claro que eliminar las redes terroristas, si es que se puede, acarreará pérdidas humanas mucho más grandes que las esperables por parte de los objetivos militares, no importa cuán precisos pudieran ser. La movilización de tropas, aviones y barcos a la zona donde se habría conocido la presencia de terroristas o en las que se sabe, o se supone, que los gobiernos de algunos países los amparan, es ya una señal de que no se trata de una operación de tipo quirúrgico para extirpar un mal localizado, sino que para buscar una cura se tendrá que aniquilar buena parte del cuerpo. Lo que no se sabe es cómo va a reaccionar ese cuerpo, cómo están diseminados los grupos terroristas y qué diversas fuentes de apoyo tienen, o si los gobiernos involucrados podrán mantener las alianzas pactadas aun cuando así lo quisieran. Este es precisamente el carácter no convencional del conflicto, que ya está abiertamente declarado y que, como se aprecia, no tiene referente válido en las guerras que ya hemos conocido.
La libertad y seguridad de muchos inocentes está ahora en mayor peligro que antes del ataque del día 11, incluyendo a los propios ciudadanos de Estados Unidos. El razonamiento del presidente Bush, y que cayó en tierra fértil no sólo en el Congreso, sino en buena parte de su país, va más allá de una cuestión de rabia emocional, de firmeza política y de convicciones ideológicas. Al escuchar el discurso me acordé de Stuart Mill (Sobre la libertad), filósofo de una tradición de pensamiento cercana a la que existe en Estados Unidos, precisamente por la celosa custodia que ahí se hace de la libertad individual y los derechos civiles. La primera enmienda a la Constitución se ratificó en 1791 y es constantemente invocada como una de las principales garantías a la libertad de los individuos, y consagra, entre otros, el derecho a la libre expresión de las ideas y, por tanto, a la libertad de pensamiento.
Mill ubicó claramente la libertad de pensamiento en el límite del poder que puede ejercer legítimamente la sociedad sobre el individuo, y la enmarcó en la lucha contra la autoridad. El presidente Bush estableció explícitamente una restricción a esa libertad esencial: si no coincides, eres mi enemigo, y con ello expuso a todos los que disienten a la tiranía de la opinión y de los sentimientos prevalecientes. Hoy todos están expuestos a la verdad de las posiciones del gobierno estadunidense, más allá de la necesidad de las razones, y ésta es, también, una forma de tiranía.
La libertad humana, dice Mill, comprende primero el dominio interno de la conciencia, la libertad de pensar y sentir sobre todas las materias y de expresarlo públicamente. Así, puede muy bien existir una fuerte barrera de convicción moral en la sociedad que difiera de la expresada por el presidente, aunque sea acallada. Esa barrera ya se empezó a manifestar aún tímidamente en las marchas pacifistas como la de Boston a través de la leyenda: "no más víctimas en ningún lugar", que marca la posición inversa a la que se impone desde el poder y la beligerancia. ƑEsos pacifistas, que seguramente se van a multiplicar en el mismo territorio estadunidense, van a ser considerados como enemigos si no están con su gobierno en los términos que hoy exige el presidente Bush?
Hoy no puede haber tregua alguna en el lugar que sea contra cualquier restricción a la libertad de pensamiento y de expresión, pues nadie tiene la verdad absoluta, ni el gobierno de Estados Unidos ni los que promueven el terror abiertamente. La opción única, planteada de modo enmascarado: ser estadunidense o talibán no es razonable, no es justa y no está al alcance de la inmensa mayoría de la población del mundo, por eso es tramposa.
Fue mucho lo que dijo el presidente Bush en su discurso, pero mucho lo que calló. Se evita cualquier reflexión acerca de la naturaleza social y política del terror como forma de expresar las diferencias, y sobre su rápida extensión por todas partes del mundo. Nadie asume responsabilidades y, en cambio, de uno y de otro lado se adoptan posiciones que son, al final, de la misma esencia. No hay ninguna referencia a las formas de enfrentar una situación política tan delicada como la que representa el terrorismo que no sea la guerra. La persecución de los culpables es perfectamente válida legal y políticamente, como lo es el combate al terror, que también constriñe la libertad. Pero hoy no existe cabida en ningún lado para nada que se acerque a forma alguna de cambio de la estructura que genera los conflictos internos y a escala mundial, ni planteamiento alguno de cómo reducir las tensiones, más que la muerte. La guerra y el terror sólo imponen una visión predominante en el mundo; otra vez la solución única, que no puede llevar a nada bueno