ANTE EL DESASTRE, HONESTIDAD INFORMATIVA
Los
ataques terroristas de hace dos semanas contra Nueva York y Washington,
sus saldos de tragedia y desastre, su carácter de parteaguas histórico
y sus secuelas de desajustes estratégicos, diplomáticos y
económicos en el mundo, han constituido un desafío de grandes
proporciones para la tarea de informar con honestidad, independencia y
buena fe, así como para los ejercicios de análisis y reflexión
que deben acompañar el trabajo informativo.
El reto es particularmente delicado si se considera que,
en crisis como la actual, los medios hegemónicos --y especialmente
las cadenas televisivas transnacionales-- suelen emprender un bombardeo
desorientador de la opinión pública que se acerca mucho a
la desinformación deliberada. Así ocurrió en la Guerra
del Golfo, así sucedió en la intervención de la OTAN
contra lo que queda de Yugoslavia y otro tanto está ocurriendo en
la presente circunstancia. La uniformidad de los medios, en tales situaciones,
hace aparecer como sospechoso el afán por presentar una oferta informativa
crítica y reflexiva como contrapeso o, al menos, como punto de referencia.
Por ello, resulta oportuno puntualizar y recapitular las consideraciones
generales que han regido el desempeño de La Jornada ante los cruentos
atentados del martes 11 de septiembre y sus trágicas consecuencias.
De entrada, se ha expresado en estas páginas que
los ataques son hechos condenables e indignantes. Ninguna ideología
y ninguna creencia religiosa pueden justificar la destrucción de
vidas humanas inocentes, la ruptura de la tranquilidad, la devastación
material y la imposición de sufrimientos a la población,
independientemente de la nacionalidad, creencias o la condición
social de las víctimas.
Pero, después del dolor, la indignación
y la condena, se hace necesario el entendimiento. Comprender las razones
de un acto tan bárbaro, que no parece tenerlas, resulta fundamental
para evitar su repetición. Y esa tarea de esclarecimiento ha de
ser obligadamente plural, tolerante, libre y sin cortapisas, ataduras o
sumisiones de ninguna especie. En esta lógica, la reiterada satanización
de los presuntos responsables, lejos de facilitar la comprensión,
la entorpece. Con esa consideración en mente, se ha abierto el espacio
de estas páginas no sólo a las proclamas de guerra y venganza
del gobierno de Estados Unidos, sino también a voces destacadas
de la inteligencia de ese país y de otras naciones, como las de
Noam Chomsky, Susan Sontag, Gore Vidal y Dario Fo, entre otras.
Por lo demás, nadie en este diario ha tomado partido
por la organización fundamentalista a la que Washington adjudica
los atentados ni por el régimen integrista, autoritario e intolerante
que le da cobijo. Por el contrario, desde tiempo atrás estas páginas
han informado sobre las expresiones de barbarie del talibán afgano.
Ello no quiere decir que La Jornada apruebe la venganza
militar como sucedánea de la legalidad internacional. En un proceso
largo, difícil y a veces exasperante, la comunidad internacional
ha ido construyendo instancias y mecanismos de procuración e impartición
de justicia por encima de las fronteras --como ha sido el caso con Slobodan
Milosevic y como debiera serlo con Augusto Pinochet y Henry Kissinger,
entre muchos otros-- y las represalias militares unilaterales destruyen
cualquier perspectiva de consolidación de tales instrumentos legales.
En esta lógica debe reconocerse que, en contraste
con su retórica militarista y vengadora, el gobierno de Washington
ha mostrado, en el terreno de los hechos, una moderación que podría
atribuirse, en parte, a la falta de un consenso internacional claro en
favor de las respuestas bélicas, pero también a la sensatez
política. Es un dato plausible. Ojalá que esa sensatez vaya
acompañada de un esclarecimiento policial efectivo y objetivo como
el que tuvo lugar tras el atentado al edificio federal de Oklahoma, cuando
las autoridades de Estados Unidos tuvieron la honestidad de reconocer que
el enemigo era interno. A diferencia de ese ataque criminal, gestado en
los ámbitos de la ultraderecha doméstica, los indicios apuntan
ahora al integrismo musulmán. Pero antes de emprender acción
alguna contra el grupo que encabeza Osama Bin Laden, es preciso demostrar
de manera fehaciente su culpabilidad, para luego aplicar, no la fuerza
bruta, sino la legalidad internacional.
|