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México, D.F. martes 25 de septiembre de 2001
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Editorial
 
ANTE EL DESASTRE, HONESTIDAD INFORMATIVA

SOLLos ataques terroristas de hace dos semanas contra Nueva York y Washington, sus saldos de tragedia y desastre, su carácter de parteaguas histórico y sus secuelas de desajustes estratégicos, diplomáticos y económicos en el mundo, han constituido un desafío de grandes proporciones para la tarea de informar con honestidad, independencia y buena fe, así como para los ejercicios de análisis y reflexión que deben acompañar el trabajo informativo.

El reto es particularmente delicado si se considera que, en crisis como la actual, los medios hegemónicos --y especialmente las cadenas televisivas transnacionales-- suelen emprender un bombardeo desorientador de la opinión pública que se acerca mucho a la desinformación deliberada. Así ocurrió en la Guerra del Golfo, así sucedió en la intervención de la OTAN contra lo que queda de Yugoslavia y otro tanto está ocurriendo en la presente circunstancia. La uniformidad de los medios, en tales situaciones, hace aparecer como sospechoso el afán por presentar una oferta informativa crítica y reflexiva como contrapeso o, al menos, como punto de referencia. Por ello, resulta oportuno puntualizar y recapitular las consideraciones generales que han regido el desempeño de La Jornada ante los cruentos atentados del martes 11 de septiembre y sus trágicas consecuencias.

De entrada, se ha expresado en estas páginas que los ataques son hechos condenables e indignantes. Ninguna ideología y ninguna creencia religiosa pueden justificar la destrucción de vidas humanas inocentes, la ruptura de la tranquilidad, la devastación material y la imposición de sufrimientos a la población, independientemente de la nacionalidad, creencias o la condición social de las víctimas.

Pero, después del dolor, la indignación y la condena, se hace necesario el entendimiento. Comprender las razones de un acto tan bárbaro, que no parece tenerlas, resulta fundamental para evitar su repetición. Y esa tarea de esclarecimiento ha de ser obligadamente plural, tolerante, libre y sin cortapisas, ataduras o sumisiones de ninguna especie. En esta lógica, la reiterada satanización de los presuntos responsables, lejos de facilitar la comprensión, la entorpece. Con esa consideración en mente, se ha abierto el espacio de estas páginas no sólo a las proclamas de guerra y venganza del gobierno de Estados Unidos, sino también a voces destacadas de la inteligencia de ese país y de otras naciones, como las de Noam Chomsky, Susan Sontag, Gore Vidal y Dario Fo, entre otras. 

Por lo demás, nadie en este diario ha tomado partido por la organización fundamentalista a la que Washington adjudica los atentados ni por el régimen integrista, autoritario e intolerante que le da cobijo. Por el contrario, desde tiempo atrás estas páginas han informado sobre las expresiones de barbarie del talibán afgano.

Ello no quiere decir que La Jornada apruebe la venganza militar como sucedánea de la legalidad internacional. En un proceso largo, difícil y a veces exasperante, la comunidad internacional ha ido construyendo instancias y mecanismos de procuración e impartición de justicia por encima de las fronteras --como ha sido el caso con Slobodan Milosevic y como debiera serlo con Augusto Pinochet y Henry Kissinger, entre muchos otros-- y las represalias militares unilaterales destruyen cualquier perspectiva de consolidación de tales instrumentos legales.

En esta lógica debe reconocerse que, en contraste con su retórica militarista y vengadora, el gobierno de Washington ha mostrado, en el terreno de los hechos, una moderación que podría atribuirse, en parte, a la falta de un consenso internacional claro en favor de las respuestas bélicas, pero también a la sensatez política. Es un dato plausible. Ojalá que esa sensatez vaya acompañada de un esclarecimiento policial efectivo y objetivo como el que tuvo lugar tras el atentado al edificio federal de Oklahoma, cuando las autoridades de Estados Unidos tuvieron la honestidad de reconocer que el enemigo era interno. A diferencia de ese ataque criminal, gestado en los ámbitos de la ultraderecha doméstica, los indicios apuntan ahora al integrismo musulmán. Pero antes de emprender acción alguna contra el grupo que encabeza Osama Bin Laden, es preciso demostrar de manera fehaciente su culpabilidad, para luego aplicar, no la fuerza bruta, sino la legalidad internacional. 
 

 

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