JUEVES Ť27 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
Carlos Montemayor
El operativo
En este momento no hay muchas opciones para cuestionar que detrás del humo y del polvo de los escombros en el Pentágono y en el World Trade Center de Nueva York no flote necesariamente la huella de alguna organización combativa de orientación islámica; tampoco hay opciones para olvidar el humo y el polvo de escombros producidos por aviones y armas estadunidenses en el Medio Oriente musulmán. Estados Unidos ha puesto en riesgo al planeta con la aeronave capturada por los chinos; pone en riesgo al planeta con la estructuración del escudo antimisiles; también con su política militarista de seguridad hemisférica que convierte los ejércitos latinoamericanos en fuerzas de reserva o de complemento; plantea la lucha antinarcóticos más como una lucha monopólica en el extranjero que como una lucha de fondo al interior de sus fronteras. ƑCómo va a responder ahora el país más poderoso económica y bélicamente del mundo?
El gigante que se propone controlar el espacio aéreo de la Tierra no pudo impedir el desvío de cuatro aeronaves comerciales en los aeropuertos de mayor tráfico de su propio territorio. La secuencia de vuelos, el secuestro de aeronaves, llevó detrás un largo estudio de mecanismos de aeropuertos, de abordamientos, de comportamientos internos de seguridad y de cambios de rutas que no fueron detectados o que no desencadenaron alarmas inmediatas. Hubo una revisión de mecanismos de seguridad en los aeropuertos estadunidenses que fueron neutralizados. Pero el operativo requirió no solamente de inteligencia; también exigió decisión. Los comandos que abordaron las naves debían disponer de personal suficiente para neutralizar a los pasajeros y a la tripulación, someter y remplazar a los pilotos.
La investigación será fundamental en la respuesta de Estados Unidos. A partir de ella, se verán cuáles son los tejidos vulnerables o ya calcificados de los sistemas de seguridad de sus aeropuertos y después se detectarían las coincidencias o paralelismos de los posibles grupos de pasajeros que integraron este operativo tan eficaz. Si no hay esta base de investigación policial, de inteligencia, no tendrían sustento las hipótesis de cuáles núcleos fueron los causantes ni adónde se extiende el origen de este operativo. En otras palabras, no tendría la respuesta de Estados Unidos justificación racional ni legal. El gran gigante del planeta fue vulnerable no a los misiles que pensaba neutralizar con un escudo en el espacio aéreo, sino a las bombas que la civilización moderna, que la técnica moderna, sitúa en cada aeropuerto del mundo. Por ello será importante la investigación.
Las pesquisas deben hacer el recuento de ciertos puntos, en los primeros días hechos a un lado: deslindes y atribuciones propias, por ejemplo. Se deslindaron de inmediato los palestinos. Después, el propio Bin Laden, a través del diario paquistaní Absau, negó su participación en los atentados, aunque dijo apoyarlos. Un grupo de militantes separatistas musulmanes de Cachemira, establecidos en Pakistán, que luchan contra la presencia india en Cachemira, llamado Lashar i Taiba, se atribuyeron los atentados y afirmaron que fueron dirigidos por el comandante Abul Samama. También se atribuyeron los atentados fuerzas afganas contrarias al régimen talibán, según declaraciones del comandante Beemila, hombre cercano al desaparecido dirigente Ahmed Shah Massud.
Al lado de estas atribuciones y deslindes propios, no tomados en cuenta durante los primeros días, repito, hay atribuciones presuntas. Las atribuciones presuntas sitúan el origen de los atentados en Afganistán, con Osama Bin Laden. Estas atribuciones presuntas son peligrosas porque sin investigación, sin pruebas indudables, empiezan a desatar una ola de racismo en varias ciudades de Estados Unidos y constituyen las bases de una declaración de guerra, llamada primero Justicia Infinita y después Libertad Duradera, que en verdad parte sólo de dos necesidades de la política interior estadunidense: una, hacer creer a su pueblo que la respuesta gubernamental es la guerra; dos, movilizar las tropas necesarias para crear una impresión lo más cercana posible a las guerras convencionales, puesto que se tratará de una lucha antiguerrillera y, por ello, distinta.
Pues bien, al lado de las atribuciones presuntas, hay también indicios presuntos. Un manual de aviación en lengua árabe no dice más que un manual de aviación en inglés, en chino, en japonés, en alemán, en francés o en italiano. Sería extraordinario que hubiera una lengua prohibida para manuales de aviación o que los pilotos de los atentados hubieran sido necesariamente lectores de ese preciso manual que encontró la FBI. Este es un indicio presunto, sobre todo porque se cuenta con una información peculiar que difundió un día después la cadena televisiva CNN.
En efecto, en el vuelo 77 de American Airlines, una pasajera, la comentarista de televisión Bárbara Olson, casada con un representante del gobierno federal ante la Suprema Corte, logró comunicarse telefónicamente con su marido en dos ocasiones. La señora Olson no creyó necesario especificar a su marido que los secuestradores o "terroristas" eran chinos, japoneses, árabes o latinos. Que una persona como ella, habituada a un importante contexto político, los designara solamente como "terroristas" en dos comunicaciones telefónicas, nos lleva a pensar que el aspecto o presencia de los secuestradores, al menos de los integrantes de la célula que secuestró el avión que se estrelló contra el Pentágono, no era diferente de los sajones o estadunidenses comunes; por lo tanto, no se vio obligada a informar que parecían extranjeros o "árabes".
Los indicios presuntos exigen investigaciones necesarias. La investigación necesaria tiene que partir del seguimiento exhaustivo de los 266 pasajeros que abordaron los cuatro aviones secuestrados y no solamente del recuento de pasajeros con nombres árabes. A partir de una investigación minuciosa podrían incorporarse otro tipo de indicios o de elementos, incluso el espionaje de colaboradores en otros países. Pero sólo a partir de este eje básico de revisión de pasajeros, de sus registros y seguimiento en escuelas, trabajos, domicilios, familias, se podrá ubicar el punto de origen extremo. Esto no es imposible, sólo minucioso.
Para el lunes 24 de septiembre, según informó ante el Comité Judicial de la Cámara de Representantes el procurador general, John Ashcroft, había un total de 352 sospechosos detenidos y se buscaba a otros 400. El proceso de investigación había dado lugar a 324 registros y a 103 órdenes de comparecencia ante un juez; sin embargo, el procurador pedía ayuda en la simplificación de autorizaciones para intervenir teléfonos y vigilar más estrechamente a los extranjeros. Fue relevante que no precisara cuántos de los centenares de detenidos lo fueron por violaciones a las leyes de inmigración ni cuántos sospechosos llegaron a serlo por su condición de migrantes árabes y no por su vinculación comprobable con los atentados del día 11 de septiembre.
Cierto, el daño que ha causado Estados Unidos en el conjunto del planeta ha acumulado tensiones, animadversiones, en contra de su imperio. Cierto, Estados Unidos nunca había experimentado el terror de la guerra en su territorio. Había permanecido prácticamente ileso a lo largo de su trayectoria básica y hegemónica. El pasado 11 de septiembre por vez primera experimentó lo que Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, España, Yugoslavia, Irak, China, Rusia, Japón, Vietnam, Corea o Panamá experimentaron antes: la devastación indiscriminada, la destrucción irracional. Fue el primer momento en que Estados Unidos sintió en carne propia lo que todo el planeta ha sentido a manos de él o a manos de sus aliados. Se trata de una fuerza imperial que acaba de ser lesionada. No se trata de una confrontación de civilizaciones.
Hoy debemos evitar que Estados Unidos, como cualquier otro imperio del pasado, se sienta con licencia para matar. Los políticos y ciudadanos estadunidenses actuales pugnan por una guerra de venganza e ira, quieren sangre de un nuevo enemigo. Solamente intelectuales de Estados Unidos exigen que ese país revalore su historia y replantee sus relaciones internacionales. Los bombardeos de Estados Unidos en Japón, Vietnam, Corea, Irak, Panamá, Libia o Sudán han causado enormes bajas en la sociedad civil. Los ataques de las milicias israelíes en el Líbano causaron más de 17 mil muertos civiles. Los bombardeos de los nazis en Gran Bretaña y la intervención de la OTAN en lo que fue la vieja Yugoslavia provocaron fundamentalmente la muerte de millares de civiles. En la guerra sufre primeramente la sociedad civil, no siempre ni exclusivamente los militares. Por eso la guerra no es un asunto de ejércitos, sino de pueblos, de la integridad civil.