jueves Ť 27 Ť septiembre Ť 2001

Adolfo Sánchez Rebolledo

Desorden global y terrorismo

La pregunta que debemos hacernos a la luz de esta catástrofe no es sólo saber -para entender- qué es aquello que justifica a los ojos del terrorista sus acciones, pues éstas por donde se vean resultan injustificables, sino ubicar cuáles son las fallas esenciales de la sociedad que ha dejado que se incubara tanto odio durante largo tiempo sin que realmente pasara nada. Resulta un contrasentido que la humanidad estuviera en paz consigo misma tras el fin de la guerra fría cuando a la extinción del peligro nuclear siguieron sin solución de continuidad las llamadas "guerras locales", "limitadas" o "asimétricas", asimilables ingenuamente a un nuevo orden mundial de cuya seguridad se hizo garante la superpotencia sobreviviente de la guerra fría.

Todo era fiesta tras la caída del Muro, pero, optimismos aparte, la casa siguió en desorden y la expansión capitalista continuó su obra de modernización polarizando y desgarrando al mismo tiempo sociedades y culturas "excéntricas", unificando la aldea global ya sin la vara disciplinaria que las potencias ejercieron sobre las otrora zonas de influencia, asegurando la gobernabilidad. La gran esperanza contenida en la revolución científica y tecnológica para unir a la comunidad planetaria en un mismo destino quedó suspendida en el abismo que separa el norte del sur, a la espera de mejores opciones que las de homogeneizar el consumo y otros hábitos menos saludables. Y entonces, en lugar del progreso instantáneamente anhelado tuvimos hambrunas en cinco continentes, masas de refugiados harapientos vagando sin rumbo y en cada esquina apareció un polvorín presto a estallar bajo la lente de una cámara.

Sea en Oriente Medio, Africa o Asia Central, muchos de los Estados que estaban bajo la alfombra del siglo xx quedaron a la deriva sobre un mapa artificialmente diseñado para soportarlos y por fin quebraron. Nacionalismo y fanatismo adquirieron nuevo impulso y vitalidad en las inéditas circunstancias de "libertad global" en las que, paradójicamente, se hallaba el orbe. Volvimos a la pesadilla premoderna de las naciones sin Estado, a los señores de la guerra al servicio de, a los traficantes de armas de países industrializados que ofrecen lo que sea con tal de vender, y hasta niños armados pasaron a formar en estos ejércitos reciclables, listos para matar. La vida se medievalizó bajo la utopía de la guerra de las galaxias. Y todo eso en un pestañazo de la historia, visto y vivido por la tv. Pero nada importante ocurrió para modificar las cosas, a pesar del riesgo y lo que estaba en juego. ƑPuede sorprender que en esa vorágine el terror sea medio y causa para abrirse paso a la nada que el hombre ha instalado en el lugar del paraíso.

Las agencias de inteligencia seguramente tienen una tarea que cumplir para salvaguardar el mundo de nuevos peligros letales, pero por mucho que se esfuercen fracasarán al combatir el terrorismo moderno sin un cambio en las relaciones de poder que hoy organizan la globalización en Estados nacionales híbridos, sin autonomía para dialogar y negociar con las potencias del mundo, los actuales Estados-patrones que gobiernan la economía y la guerra. La sociedad tiene que recuperar los organismos internacionales como un acto mínimo de autodefensa si no quiere verse reducida a una forma especial de vasallaje universal.

Me resisto a establecer una ecuación entre pobreza y terror, pero es evidente que la mayor fuente de inestabilidad, aunque no la única, es la injusticia social que sirve de gran telón de fondo a otros conflictos singulares o atávicos, de cuya solución depende comenzar a buscar la salida pensando en términos mundiales. Si entre Palestina (o el mundo árabe) e Israel, por citar un caso crítico, se clausura la vía al entendimiento político, junto al terrorismo veremos surgir nuevas guerras de exterminio, ataques químicos o bacteriológicos, baños de sangre en nombre de la pureza racial o religiosa, como ya ocurrió en la ex Yugoslavia o en Africa.

Es una obviedad decirlo, pero la única oportunidad que tenemos de frenar este terrible mal, sin causar una catástrofe todavía mayor, consiste en reducir la presión que, acumulada en vastas regiones del mundo, puede hacerlo estallar. Sin esos conflictos los terroristas perderían trascendencia y su causa el aura de heroísmo religioso que ahora tienen entre sus partidarios. Tal vez, aun así no se extingan los fanáticos dispuestos a matar, pero será más fácil neutralizarlos o detenerlos.

Cada quien es libre de ajustar los números del estado de cuenta del genocidio mundial acumulado para deslindar causas y efectos, responsabilidad y culpabilidad ante y sobre el terrorismo, pero la trágica llamada de atención del 11 de septiembre debería servirnos para aprender la lección de que no habrá ganadores si, por ejemplo, para aislar Afganistán se liberan las restricciones para que países como Pakistán o la India reanuden la carrera nuclear y el armamentismo cuando aún no se conoce el rostro del enemigo.

Bush dijo: "conmigo o con el terrorismo", pero la causa de la civilización de la que tanto se ha escrito en estos días no puede transformarse en la obsesión del vengador que cree actuar bajo directa inspiración divina y se convierte en el Hermano Mayor que todo lo vigila. ƑNo fueron ya bastantes las victimas que murieron en Nueva York como para seguir abultando la lista con otros inocentes? ƑQuién necesita una guerra sucia global?