JUEVES Ť 27 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001

Margo Glantz

Las jóvenes narrativas

Ando ahora por Alicante y voy a hablar, para variar, sobre Sor Juana, ni modo, hay que hacer patria y, si cuando viajo me preguntan si Sor Juana es muy conocida en México, mi contestación es obvia; digo que su retrato aparece en los billetes de 200 pesos, por lo cual es imposible no conocerla.

Alicante es pequeña, muy soleada, un poco desértica, muy turística, con un bello puerto, una lonja del pescado donde se exhibe ahora una retrospectiva de Salvador Dalí. Hay una avenida bordeada de palmeras con un hermoso piso de mosaico tricolor. Una concatedral dedicada a San Nicolás -quiere decir que la catedral principal está en otra parte, creo que en Orihuela, y el antiguo ayuntamiento es del siglo XVII y su fachada ostenta enormes blasones y columnas salomónicas-. Me han alojado en Elche porque los hoteles de Alicante están llenos, y aunque la famosa Dama se haya trasladado a Madrid, aquí hay todavía una hermosa iglesia del XVII, unas torres medievales, unos baños árabes, una iglesia donde se representa cada año en agosto un misterio dedicado a la Virgen María, aún con antiguas tramoyas. Enfrente de la iglesia una boutique de Adolfo Domínguez. Cerca, otra de Purificación García, varias trasnacionales de la moda, mercerías, droguerías, despachos de pan, y el Huerto del Cura, hermoso palmeral con distintas variantes de palmeras, cactos y muchas flores totalmente familiares para nosotros en México; los belenes, los calanchones, los colios, las lantanas, las buganvilias. Además dátiles, higos y cestería. Sobre todo mucho sol y el cielo, transparente.

La universidad de Alicante es muy moderna, tiene apenas 25 años de fundada; es espaciosa, muy luminosa, con un hermoso museo situado cerca de un estanque que refleja una pared de un intenso color naranja, dando la espalda al campus; no se deja atrapar de inmediato, hay que hacer un esfuerzo, bordear el estanque, descender unos escalones y recorrer un enorme pasillo con un techo horadado que deja reflejar hilos transversales de luz, se pasa cerca de un auditorio cuya sobriedad es extrema, dos hileras de graderías que se enfrentan dejando en el centro un espacio donde se representan obras de teatro o se organizan conciertos; luego el museo, amplísimo, con sus pisos de madera, mucho mármol, casi deshabitado, empieza apenas el año escolar.

Otra cosa me llama la atención: la biblioteca virtual, fundada hace dos años, dedicada a la literatura española e iberoamericana: Miguel de Cervantes y el Quijote, Calderón de la Barca, Bécquer, Miguel Hernández y obviamente entre los latinoamericanos Mario Benedetti, varios chilenos, Gonzalo Rojas, Jorge Edwards, la vida y la obra; fragmentos de conversaciones y de archivos, documentos originales que pueden consultarse pero no imprimirse (leo un texto de Neruda, quien recita con voz desesperada y monótona sus poemas de amor), videos, textos críticos y (auto)biográficos, y muchas veces los derechos totales de una obra poco difundida en España, de la literatura cubana, paraguaya, venezolana, etcétera. šVan ya 96 millones de consultas! Me parece un proyecto hermoso, de gran generosidad en este mundo cada vez más utilitario.

Quizá debería empezarse a difundir aquí la obra de escritores poco conocidos fuera de México y aun en México poco distribuidos. O quizá deberíamos empezar una biblioteca semejante, desde la UNAM, la Academia Mexicana de la Lengua o Bellas Artes, o aumentar y completar el banco de datos de la Universidad de Colima. Yo aprovecho este espacio que a veces se lee en Internet para hablar de Carmen Villoro, joven poeta que ha publicado varios libros de poemas con parsimonia y firmeza: Por la piel (1986), Que no se vaya el viento (1990) y el libro de ensayos El oficio de amar (1996); y en 1998 un libro de textos breves sobre los espacios domésticos, El habitante. Y este año Jugo de naranja, textos brevísimos, exprimidos al máximo como el título de su libro lo indica, hecho de una materia cotidiana casi impalpable que parecería exclusivamente femenina por el tipo de temas que recorre, visitados de manera muy original y atravesados por un fino sentido del humor que nos devuelve a la infancia. ''Hay textos -dice Giorgio Agamben- destinados desde siempre a un uso tan particular que podría decirse que en realidad se han sustraído a cualquier regla de uso." Son, agregaría yo, fundamentalmente poéticos porque con una apretada caligrafía textual nos hablan de lo infraordinario, esa presencia frágil, cotidiana, imprescindible y trágica de que está hecha la vida diaria. Contrastan con otra literatura producida por mujeres, con su gigantismo, sus excesos, su realismo maravilloso y a domicilio. Inscribo un ejemplo:

''Abres la puerta de tu coche y se activa la alarma. El tiempo que necesitas para apagarla te parece infinito y más a tus vecinos. Todavía te sorprende esa extraña modalidad de la angustia: pitido intermitente que prepara tus músculos para enfrentar una calamidad mayor. Desde que la tienes, aunque sepas que está desactivada, el instante en que abres la puerta se ha convertido en una tortura; súbito estremecimiento, luego el alivio porque no te tocó la bala de la ruleta rusa."