Ť Familiares visitan las ruinas, tal vez la única tumba que tendrán muchas víctimas
Pasada la tragedia, se inicia la etapa de la reconstrucción física y moral de Nueva York
Ť La ciudad de los rascacielos perdió por los ataques 2.4 por ciento de su fuerza laboral
Ť El costo económico por producción y gasto perdido llegaría a 17 mil millones de dólares
JIM CASON Y DAVID BROOKS CORRESPONSALES
Nueva York y Washington, 29 de septiembre. Llega un momento en una tragedia donde el primer golpe, el impacto abrumador, la empapada de emociones, cede poco a poco, primero al desconsuelo y después a una tristeza que se instala para quedarse durante largo rato.
En Nueva York, más de dos semanas después del desastre del World Trade Center, se inicia otra etapa, la de abordar los problemas cotidianos provocados por el ataque que dejó la herida más grande de la historia de esta urbe.
El Centro de Asistencia Familiar, o lo que algunos llaman "el centro de pena" de la Calle 54 y la Avenida 12, establecido para las familias de las miles de víctimas desaparecidas, empezó a ofrecer servicios para emitir certificados de defunción a todos los que deseen darse por vencidos y aceptar que sus seres queridos ya no saldrán de la tumba masiva en el sur de Manhattan.
Allí más de 120 abogados voluntarios ayudan en el proceso burocrático, junto con otros que ofrecen comida, asistencia, y hasta perros para su uso en "terapia", que se dejan acariciar para así calmar nervios.
El gobierno municipal está transportando a grupos de 50 familiares o allegados que obtienen el certificado al sitio del World Trade Center, para visitar tal vez la única tumba que tendrán muchas de las víctimas.
Las cifras siguen ofreciendo una vista superficial, aunque dramática, de lo ocurrido: esta ciudad ha perdido casi 110 mil empleos por lo ocurrido el 11 de septiembre, según la central obrera local, 2.4 por ciento de la fuerza laboral.
Algunos calculan que el costo económico por producción y gasto perdido podría ser hasta de 17 mil millones de dólares.
El gobierno de la ciudad estima que podría tardar hasta un año en remover los 1.2 millones de toneladas de escombros, mientras los socorristas, bomberos y obreros de la construcción continúan sus trabajos las 24 horas, deteniéndose cada vez que encuentran un cuerpo, quitándose el casco, algunos rezando para rendir un último respeto a los difuntos.
Los funerales de bomberos, policías y otros neoyorquinos encontrados en los primeros días en las ruinas también continúan casi todos los días, al compás de la canción Amazing Grace.
Cabe señalar que entre los socorristas vo-luntarios había mexicanos y otros inmigrantes, algunos indocumentados ?los cuales, pese a ser oficialmente "invisibles", llegaron para intentar buscar a todo humano visible entre los escombros?, y que han hecho de todo, desde desenterrar a otros hasta ofrecer alimentos y apoyo de todo tipo.
El mundo de Nueva York, o sea gente de todo el planeta, participa en el rescate de esta ciudad.
Por todas las colonias continúa manifestándose una solidaridad sin precedente en-tre la comunidad y los bomberos, los nuevos héroes de Nueva York.
Casi todas las estaciones de bomberos en cada colonia sufrieron bajas, con a veces un tercio o hasta la mitad de una compañía desaparecida bajo los escombros de lo que fue el World Trade Center.
Conciertos, misas, colectas y actos individuales han generado millones de dólares para apoyar a las familias de los bomberos desaparecidos cuando intentaban rescatar víctimas en las Torres Gemelas.
En Red Hook, una de las colonias más pobres de la ciudad, la gente llega con alimentos para sus bomberos; otros pasan y ofrecen uno o cinco dólares, cantidad que es mucho para los donantes.
Un chofer de camiones se detiene frente a una estación de bomberos, se sienta con su chequera, calcula sus gastos para el mes y llena un cheque por 105 dólares; es todo lo que le queda.
"Que la gente que no tiene dinero haga esto, eso sí tiene aún más significado", co-menta un bombero conmovido.
La ahora torre más alta de Nueva York, el Empire State Building, se viste con luces de los colores patrios por las noches, mientras abajo las banderas estadunidenses si-guen invadiendo toda esquina, todo comercio, automóviles, mochilas, ropa.
Los puestos de los vendedores ambulantes -como en todo el mundo, entre los capitalistas mas eficaces- ofrecen todo tipo de artefacto patriótico: prendas, etiquetas, ca-misetas, banderitas.
Casi todos son inmigrantes, muchos de ellos apenas hablan inglés, y uno supone que aún menos conocen la letra del himno nacional, pero saben que el rojo, blanco y azul equivale a verde, a dólares.
De hecho, la industria de las banderas y todo lo relacionado con el patriotismo parece ser una de las pocas en auge en esta aparente recesión económica.
Mientras tanto, decenas de estrellas de la industria teatral de Broadway, donde en algunos casos el ingreso se ha desplomado casi 80 por ciento, se reunieron en pleno centro del distrito teatral para grabar una versión de la canción New York, New York, como esfuerzo para invitar al público a regresar a los teatros.
Los restaurantes y los hoteles también están ofreciendo descuentos y "paquetes" para enfrentar el golpe económico sufrido por la industria turística de ella.
Las calles se llenan cada día más, y hay enormes zonas de esta ciudad donde si alguien llegara de otro planeta no necesariamente se daría cuenta de que algo ha cambiado profundamente en esta ciudad.
Pero las decenas de miles de personas afectadas -las que vieron el desastre, las que perdieron a un ser querido, los niños del equipo de futbol cuyos padres no regresarán-, junto con la bandera omnipresente, y el clima de tensión y temor que se expresa de mil maneras aquí, siguen definiendo los días en esta capital mundial.
Unos 17 días después del ataque y del de-sastre que provocó en Nueva York, la conmoción masiva ante el primer golpe se ha amortiguado, y otra etapa se ha iniciado.
Es el fin del principio, y ahora continúa para largo la tristeza, y el lento proceso de recoger los escombros de cada vida que fue destrozada allí. El mosaico neoyorquino ha cambiado y aún no se ve cómo se reubicará la vida colectiva de esta urbe en el universo.
Entre gritos de guerra, banderas, procesos burocráticos y legales para confirmar lo peor, funerales y expresiones de solidaridad, el llanto continúa, más discreto tal vez, pero las lágrimas siguen irrigando las flores que aparecen en diversos lugares para confirmar la tristeza neoyorquina.
La ciudad resucitará, y aún es demasiado pronto para pronosticar si en el futuro será más o menos la misma, o una construida mejor, con el cemento de la nobleza, el heroísmo común y la solidaridad con que se ha rescatado hasta ahora.