martes Ť 2 Ť octubre Ť 2001
Alberto Aziz Nassif
ƑNacionalismo o subordinación?
Si es cierto que la mejor manera de ver las contradicciones de la política es en situaciones de crisis, entonces la situación actual es completamente adecuada. La crisis internacional que siguió a los atentados terroristas del 11 de septiembre ha pegado de forma directa en México y, sobre todo, en el gobierno que encabeza el presidente Fox.
La política exterior de México con Estados Unidos llegó a su punto más alto justo unos días antes de los atentados en Nueva York y Washington. El escenario internacional cambió radicalmente en cuestión de horas y obligó a todos los actores a una reubicación. En las últimas tres semanas nuestro país ha expresado dudas, diferencias internas y posiciones encontradas que dejan como balance una política que tendrá costos importantes.
Durante décadas la política exterior mexicana navegó con una serie de principios como la no intervención, la autodeterminación y la solución pacífica de los conflictos. Tuvo momentos de mucha solidaridad y definiciones progresistas, sobre todo en materia de asilo político y de rompimiento de relaciones con sistemas dictatoriales, como durante la España franquista o Chile con Pinochet. Durante la guerra fría México quedó del lado estadunidense, pero tampoco fue hostil hacia los países comunistas. Cuando el Muro de Berlín desaparece, nuestro país se encaminaba a la negociación del Tratado de Libre Comercio, aprobado a finales de 1993. En los últimos años de Presidencia priísta se hizo notable la ventaja de la nueva sociedad con Estados Unidos, ya que el rescate financiero de 1995 fue pieza central en la recuperación económica.
Con la llegada de Vicente Fox a la Presidencia de la República se planteó una ambiciosa agenda bilateral, una nueva relación, cuya punta es un acuerdo migratorio para regularizar los flujos cíclicos y la condición de los miles de mexicanos que cruzan la frontera para trabajar. Unos días antes de los ataques terroristas, el Congreso estadunidense expresó buena disposición para empezar a negociar este complicado tema. Hoy la situación es diferente, no se sabe cuánto va a durar el conflicto ni cómo serán las relaciones de Estados Unidos con México en el futuro próximo.
La definición de la política mexicana frente a la crisis se ha planteado como un falso dilema en el que los actores políticos quieren sacar leña. Para el PRI y el PRD, envueltos en los viejos ropajes del nacionalismo, la política del presidente Fox es de subordinación; estas voces forman ya un coro que se escucha en el Congreso y que se acompañan de declaraciones fulminantes como la de Carlos Fuentes, quien señaló que México es socio, no "achichincle" de Estados Unidos.
Desde el inicio del conflicto el canciller Castañeda declaró de manera audaz que no se podía "regatear" apoyo a los estadunidenses. Con las crisis suelen circular de modo amplio la confusión y los rumores, por ello en diversas ocasiones ha tenido que declarar que el apoyo no implica lo militar. En estos días, además de las pugnas entre el Ejecutivo y el Legislativo, se vio una tensión interna entre el secretario de Gobernación y el canciller, lo que expresa el conflicto que existe entre el lado externo y el interno de la política mexicana. Finalmente, Fox marcó la línea del gobierno, en consenso con el Senado, y señaló que sobre el apoyo a Estados Unidos, México consideraba: "nuestra relación ha trascendido el plano de una relación diplomática a una sociedad estratégica" (La Jornada, 28/9/01).
El gobierno de Fox no se puede quedar en los viejos esquemas que planteaba el nacionalismo revolucionario y permanecer al margen con un socio estratégico, el más importante en materia económica, financiera, energética, comercial y migratoria. No se trata de ofrecer incondicionalidad o quedarse con el nacionalismo, sino de una lucha y cooperación amplias en contra del terrorismo, como de hecho ya se empezó a hacer en materia de migración y labores de inteligencia.
Otro tema polémico es si el conflicto es o no nuestro; a primera vista la respuesta es negativa, porque México no tiene nada que ver con la política estadunidense en el Medio Oriente o con el problema árabe-israelí; sin embargo, los acuerdos internacionales firmados por México en Naciones Unidas y en la Organización de Estados Americanos nos comprometen con el conflicto.
La relación de México con Estados Unidos se redefinirá a partir de esta crisis y la gravedad del momento aconseja la prudencia, pero también la sensibilidad y la inteligencia para saber cuál es el discurso y las políticas que puedan ayudar a fortalecer un vínculo necesario, que no se puede arriesgar en falsos dilemas -nacionalismo versus incondicionalidad- y retóricas del pasado.