MIERCOLES Ť 3 Ť OCTUBRE Ť 2001

Alain TouraineŤ

Entre la hegemonía y el terror

Desde hace tiempo crecen por do-quier las fuerzas de quienes fueron puestos o voluntariamente se colocaron al margen de los estados y de sus leyes, y que escapan cada vez más a su control. La economía criminal, subterránea, es una de esas fuerzas, quizá económicamente la más poderosa; la corrupción como arma de lucha y de competencia entre estados es otra. El repliegue agresivo en una identidad religiosa, étnica o política se aprovecha de la debilidad o de la descomposición de los estados para convertirse en la más impetuosa de estas fuerzas. Por el contrario, la masa de jóvenes urbanos, discretamente llamados excluidos o población informal, es posiblemente la masa más numerosa en este contexto, pero también la menos capaz de una acción autónoma.

Por encima de todas estas fuerzas que se encuentran por fuera del sistema internacional, las luchas entre los estados continúan, pero cada vez más limitadas por la hegemonía de Estados Unidos. El conjunto tan diversificado de fuerzas "fuera del sistema" no debe confundirse con los conflictos, las reivindicaciones, las crisis que estallan en el sistema, pero que han perdido mucha de su fuerza durante los años 90. No se puede pensar en una gran alianza entre los proletariados nacionales y las fortalezas de negación y rechazo que se albergan a veces en los bancos y otras en territorios mal controlados por los ejércitos.

Un movimiento como el de Bin Laden, que acaba de afirmar su fuerza desafiando el poder estadunidense en nombre de una creencia religiosa llevada hasta el sacrificio de la propia vida, no tiene casi nada en común con la defensa de los intereses de quienes están dentro del sistema, pero en su zona inferior. Los talibán y los voluntarios vinculados a las redes de Bin Laden no son proletarios ni campesinos desprovistos de tierras; han recibido educación, en ocasiones incluso en Occidente, donde se integran fácilmente. Por ello, no sólo es imposible imaginar una alianza entre las víctimas del interior del sistema con estas fuerzas de la negación y el disenso, que provienen tanto del ámbito económico como de movimientos religiosos y políticos, sino que además, el único medio de un país para luchar contra ataques provenientes del exterior es el de reforzar su capacidad de integración interna.

Esta política republicana y social es raramente puesta en práctica por los países más avanzados, lo que debilita bastante su capacidad de resistencia. La política del Welfare State, que durante mucho tiempo permitió a varios países, europeos o de otras regiones, lograr la integración de una parte importante de los marginados, se agotó y ahora es consagrada más frecuentemente a refozar las clases medias que a dar una oportunidad a los pobres. De manera paralela, los esfuerzos por apoyar los movimientos de liberación nacional en los países en vías de desarrollo generalmente han fracasado, para ser remplazados por la resistencia armada de movimentos, lo mismo radicales que moderados.

Voy a dar dos ejemplos de ese doble mo-vimiento de represión y retrocesos al interior, así como de rechazo exterior. La negación frente a demandas interiores se ve por todas partes en América Latina, desde Brasil, que se contenta con detener al MST sin tocar la concentración de poder, hasta Mé-xico, donde un fuerte movimiento social, el de los campesinos zapatistas, reforzados por grupos intelectuales que resisten la hegemonía estadunidense, ha sido vencido, al menos provisionalmente, hasta que pese de manera más directa y quizá más violenta sobre la política del país.

América Latina, casi por completo, se hunde en la informalidad; los territorios fuera de la ley se extienden, especialmente cuando son ocupados por las redes de la economía ilegal. Tras los años en los cuales el crecimiento sudamericano permitió incorporar a parte de los pobres al sistema central, ahora la crisis económica lanza fuera del sistema a muchos de aquellos que habían logrado conquistar un espacio, aunque fuera en lo más bajo del sistema. Parte del continente, con Colombia a la cabeza, se vuelca hacia los bordes del sistema, tranformándose en una zona de violencia más que de conflicto.

En ningún lugar se aprecia mejor el rechazo exterior que en Palestina. No es imposible construir un Estado palestino al lado de Israel, aun cuando los obstáculos a superar son enormes, pero la que se ha seguido este último año es la vía contraria con el rechazo de Ariel Sharon a negociar con la Autoridad Nacional Palestina. Es muy posible que mañana sea demasiado tarde, que Arafat el negociador sea desbordado por los mujaidines de Hamas o de ciertos grupos que se han formado al interior del propio Fatah.

El riesgo que se corre es que la lógica puesta en evidencia por los tremendos atentados de Nueva York y de Washington, la de la violencia, conducida por quienes están fuera contra aquellos que están dentro, gane terreno aun cuando eventuales intervenciones militares y paramilitares consigan eliminar a Bin Laden y derribar el régimen talibán. Todo se ha vuelto posible, del empleo de la guerra bacteriológica al recurso de las armas nucleares si los islamistas más radicales triunfan en Pakistán, mientras el llamado a una cru-zada del Occidente civilizado contra el Oriente bárbaro puede desembocar en la formación de un frente de rechazo que, hasta este momento, no existía.

Durante algunas semanas será inevitable que los estadunidenses reaccionen emocionalmente a la humillación que acaban de sufrir y cierren filas en torno a sus dirigentes. Pero si esta solidaridad se traduce en agresividad, la brecha que separa los have de los have not se profundizará aún más, y las modalidades de violencia abierta se multiplicarán. En cambio, el impulso a una política de paz en Medio Oriente y la apertura de las sociedades instaladas en la dualidad pueden debilitar la violencia al tiempo que incrementan el nivel de conflictos interiores en esos países. Fuera de estas políticas, nada podrá impedir la extensión de zonas de violencia, a menudo sostenidas por los amos de la economía ilegal.

Ť Sociólogo francés

Traducción: Alejandra Dupuy