miercoles Ť 3 Ť octubre Ť 2001

Arnoldo Kraus

Vejez y medicina

La cuestión del envejecimiento plantea muchas preguntas de orden ético. Cuando a la edad se suman factores como enfermedad, discapacidad, dependencia o abandono, los problemas crecen geométricamente y las cuestiones se apilan sin parar, muchas veces sin respuesta. El envejecimiento, además, no es un tópico favorito de las sociedades contemporáneas ni de las comunidades "rápidas" en las cuales todos, de una u otra forma, nos vemos asfixiados por el tiempo, ese término tan crudo que excluye todo lo que se aleja de las arengas de la modernidad. Cuando además la vejez se convierte en la suma de patologías y aislamiento, el problema es inmenso e incluye dilemas morales muy importantes, quizá irresolubles, tanto médicos -enfermedades- como sociológicos -abandono.

Muchos países occidentales -el término civilizados parece inadecuado- sostienen que "a ningún paciente se le debe negar diagnóstico o tratamiento debido a su edad avanzada". Sea por lo costoso de los fármacos, por la cronicidad de la enfermedad, por la falta de apoyo familiar, porque muchos carecen de seguro o porque simplemente se considera mejor utilizar los recursos para gente más joven, esa idea, infinidad de veces, se queda en idea. Las agencias sanitarias suelen dar prioridad a los esquemas para mejorar la atención de los jóvenes, ya que muchas de las patologías propias de la vejez pueden ser impagables. El cúmulo de las afirmaciones previas explica por qué, a pesar de que en el mundo occidental, en donde las mermas económicas no serían el factor que impediría atender "bien" a los ancianos, la tasa de suicidios ha aumentado en esta población.

La realidad es cruda e insoslayable. Los dilemas morales que emanan de esas contradicciones son cada vez más vigentes. El reto, para toda sociedad inteligente, es encontrar la armonía entre "lo que se puede, lo que se debe y lo que se hace". Hay que agregar que para esta población, en no pocas ocasiones, poco sirve la tecnología, pues prolongar la vida no siempre equivale a mejorar su calidad, ya que los esquemas comunitarios y muchas veces los familiares no están preparados ni para continuar esa terapia ni para recibir ni proteger a los ancianos. Es común escuchar que "no tuvo sentido salvarlos", lo que sugiere que, en muchos casos, prolongar su existencia equivale a prolongar su sufrimiento.

Los recursos para la salud son y serán cada vez más limitados. Se dice que deben distribuirse de tal forma que produzcan el mayor beneficio para el mayor número de personas. De ser cierta la afirmación de que todas las vidas tienen el mismo valor, entonces, acorde con la filosofía del utilitarismo, deben atenderse y "salvarse" aquellas vidas que tengan más años por delante. Además, algunos médicos han declarado que aquellas personas que han alcanzado casi el final "natural" de la vida, tienen obligación de renunciar a tratamientos caros en favor de los jóvenes. Quienes defienden esta postura aseveran que los viejos han recibido más apoyo de sus comunidades que los jóvenes, mermando, en algunas ocasiones, las posibilidades terapéuticas para los segundos. Esta dicotomía, cruda y dura, debe reflexionarse con tiento. Debe inquirirse, por ejemplo, Ƒqué sentido tiene el avance de la medicina?, Ƒcuáles son las finalidades de prolongar la vida? O bien, Ƒcuáles son las obligaciones y los valores morales de la sociedad hacia los viejos?

Aun cuando es difícil demostrarlo, los añejos dogmas populares que veneraban la sabiduría de los ancianos, precisamente por viejos, han perdido vigencia e importancia. Ya sea por la rapidez del tiempo, por el apabullante crecimiento de la tecnología, por la imperiosa necesidad y absurda moda, convertida en necesidad, de atender las enseñanzas vía medios de comunicación, lo cierto es que los espacios reservados para el aprendizaje horizontal por medio de la escucha entre viejos y jóvenes, han decrecido enormemente, sobre todo en los países industrializados. Si la fortaleza que suponía la sabiduría de la edad es amenazada, si el valor de ser viejo reside precisamente en la edad, Ƒqué queda entonces? La cuestión tiene que responderse desde los ángulos de la ética, asumiendo que la senilidad es un tema que implica la aplicación de la justicia hacia los débiles.

Es cierta, o al menos lo fue, la noción de que la injusticia es más común en aquellas sociedades que no valoran la vejez. Si no se aprecia el peso de esta parte de la comunidad, Ƒcuál es el valor del ser humano? Borrar, sepultar o minimizar el peso moral de este grupo es restarle significado a la propia historia.