miercoles Ť 3 Ť octubre Ť 2001

José Steinsleger

La izquierda después del onceŤ

Ante el Capitolio de Estados Unidos, el presidente George W. Bush, jefe de jefes del terrorismo global, le extendió al mundo el acta de defunción del derecho internacional. Que los dioses se apiaden de la pobre sociedad estadunidense y que las mujeres y hombres de buena voluntad propaguen en aquel país las ideas de Benjamín Franklin, el "sentido común" y "la edad de la razón", de Thomas Paine, y el verbo encendido del viejo y hermoso Walt Whitman.

Víctima del Big Brother exterminador, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) murió. Y con ella murieron los instrumentos legales que durante medio siglo venía dándose la humanidad para armonizar las múltiples expresiones de la diversidad. En su lugar, el imperialismo estadunidense se ha convertido en imperio sin más.

Conducida por corporaciones económicas de innegable sello petrolero, la política exterior de Washington se ha privatizado y se apresta a destrozar todo lo que se atreva a cuestionar su voluntad. Pero los antecedentes que confluyen en el discurso del presidente Bush datan de mucho antes de los hechos terroristas del 11 de septiembre. Entre los principales, podemos señalar algunos:

. la creación del Consejo de Seguridad de la ONU, donde las grandes potencias vetan las resoluciones que consideran lesivas a sus intereses.

. la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI), instrumento monetario del terrorismo económico y la adopción del dólar como patrón monetario que regula la economía de pueblos y naciones.

. la caída del mundo colonial, la fundación del Estado de Israel, la Revolución cubana, la victoria de Vietnam, el giro chino hacia la modernidad japonesa y las guerras de Washington para apropiarse de las reservas energéticas del mundo.

. la imposición de un modelo económico que en su forma liberal-conservadora eterniza la postración social y consagra la insensibilidad y la ostentación.

. la caída del bloque de países alineados con la ex Unión Soviética y la aparición de Estados Unidos como superpotencia mundial sin contrapesos.

. los ataques a la consolidación política y monetaria de Europa occidental y su rol de mediación entre Oriente y Occidente.

. la degradación de la forma Estado-nación y su secuela de organizaciones criminales en todos los espacios públicos y privados de la sociedad.

. la revolución de la informática, las telecomunicaciones, la industria militar-aeroespacial y la biotecnología, puestas al servicio de una modernidad excluyente.

. la dictadura mediática-académica que trasmuta la libertad en abstracción, la democracia en acriticidad, el espíritu de tolerancia en hipocresía intelectual y la cultura en mercancía de empresarios perfumados con respeto.

 

Entendida como propuesta de solidaridad que confía en la capacidad de raciocinio de la humanidad (y en su capacidad de crítica y de criterio), la izquierda latinoamericana debe tomar partido. Pero mal haría en ver los procesos referidos como buenos o malos en sí mismos. La toma de partido de la izquierda no puede ser entendida como portadora de su noción del bien, pues esto la llevaría a la creencia de que puede conjurar el mal.

Hay que tomar partido por las acciones que conduzcan a la realización de los ideales que se guarden del idealismo, al coraje de pensar con lucidez, a las acciones que se opongan a la simple compulsión de creer. Creer y no pensar. Hete aquí la síntesis del evangelio fascista.

El alma de la izquierda debe ser consciente y auscultadora de las tensiones que mortifican y angustian la condición humana. Tomar partido implicará, entonces, la recuperación de los sueños emancipadores que en lugar de salvar o redimir sean capaces de sentir para saber qué es paja y qué es trigo.

Inmersos en el limbo, privados de políticas soberanas, los gobiernos de América Latina han demostrado, con excepción de Cuba, una desorientación tal que cabe preguntarse si en adelante podrán siquiera representarse a sí mismos.

Los hechos terroristas del 11 de septiembre pasado han puesto a nuestros pueblos en el dilema de una coyuntura excepcional: Ƒpodrán enfrentar el espíritu retrógrado que impulsan el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), la Carta Democrática de la OEA y el Plan Colombia que buscan convertirnos en un gigantesco Afganistán?

En el marco del ideal que nos convoca, "no al terrorismo, no a la guerra", resulta indispensable señalar que los hechos del 11 de septiembre no respondieron a fuerza de rebelión alguna o a causas, inclusive fundamentalistas, de las religiones conocidas, y mucho menos a la capacidad de suicidio de algún pelotón perdido de la insensatez universal.

Hemos sido testigos del arranque y puesta en escena de un proyecto de dominación que busca sepultarnos en la desesperación, la incertidumbre y el caos. Su lenguaje explícito es indiscutible: "de esto somos capaces". Y la izquierda debe estar alerta porque de mucho más serán capaces. De mucho más.