MIERCOLES Ť 3 Ť OCTUBRE Ť 2001
El desastre alimentario de Centroamérica
Desnutrición, cambios climáticos y el
proceso globalizador azotan la región
BLANCHE PETRICH ENVIADA
Chiquimula, Guatemala. Técnicamente no es una hambruna lo que asuela Centroamérica. Los expertos usan ese término ante ausencia total de alimentos en una región. Y en la franja agotada que abarca desde el oriente guatemalteco, cruza Honduras y El Salvador y entra de lleno a la costa del Pacífico de Nicaragua, los famélicos deambulan en los mercados llenos, piden limosna a las orillas de los caminos sin interrumpir la vida diaria.
Es una crisis alimentaria largamente anunciada, nunca atendida, apunta el doctor Hernán Delgado, del Instituto de Nutrición para Centroamérica y Panamá. En el istmo, desde Belice hasta Panamá, de los mil 200 municipios que hay, en una cuarta parte se registran altos índices de desnutrición crónica.
Sólo en Guatemala, que tiene el producto interno bruto más alto de la región, ese índice abarca 60 por ciento de los municipios. Ahí hay aldeas, como la de Plan de Mono, en Camotán, departamento de Chiquimula, donde se han padecido sequías durante tres años consecutivos después del azote del huracán Mitch, en 1998.
Este año la pérdida de la cosecha fue total por el retraso del llamado invierno centroamericano, que riega con lluvias abundantes desde mayo. Los aguaceros empezaron hace apenas dos o tres semanas. Los campos se han cubierto de un verde tierno. Pero los cultivos ya no son productivos. Es lo que llaman "la sequía verde", un nuevo fenómeno de los desórdenes climáticos que sufre el istmo americano.
Sin maíz en las trojes, los campesinos deben esperar aún los meses negros, hasta diciembre o más allá. Ahí los hombres esperan que abra la temporada de trabajo en las fincas azucareras y cafetaleras, en octubre, noviembre y diciembre, como último recurso de sobrevivencia. Pero en las oficinas de las corporaciones agropecuarias circula el rumor de que este año no habrá ni zafra.
Los precios internacionales del café y el azúcar asfixian el modelo agroexportador que los poderes tradicionales se negaron a modificar a lo largo de un siglo. Y frente a las puertas que se les cierran por todos lados, aun le temen a la expresión "distribución de tierras". Esa reivindicación les costó ya una larga guerra y el miedo persiste.
Es una triple pinza -la depredación que ha terminado por averiar la naturaleza, la persistencia de estructuras empobrecedoras y la globalización que arrolla los modos de vida del subdesarrollo- la que produce niños con marasmo y menores kwasshiorkor, las últimas etapas del hambre.
Los países centroamericanos que en los años 70 y 80 vivieron intentos de revolución y padecieron intensos conflictos bélicos -en los que Estados Unidos tomó parte militar del lado de las fuerzas oligárquicas- accedieron en los 90, mediante acuerdos de paz, a la "normalidad democrática". Y vivieron lo que la Cepal calificó de una "evidente recuperación económica": dinamismo del sector externo, reducción de la inflación, restablecimiento del sistema de precios internos y tipos de cambio, y aumento en niveles de inversión.
Eso, en la esfera macro, claro está.
A nivel del ciudadano común, el precio a pagar fue la pérdida de la seguridad alimentaria en Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, donde durante las eras Reagan y Bush padre se libraron cruentas guerras contra la "subversión".