MIERCOLES Ť 3 Ť OCTUBRE Ť 2001

Javier Aranda Luna

Orwell y los tiempos de penuria

Vivimos, lo escribió Hölderlin hace años, tiempos de penuria. Los actos terroristas del 11 de septiembre y la inminente guerra en Afganistán nos muestran que el mundo es menos sano de lo que suponíamos. Ya no es posible, por lo demás, añorar el pasado si engendró a estos días y es una inmoralidad reducir la democracia al libre flujo de mercancías.

También estos son tiempos de responsabilidad intelectual. Por eso asombra la banalización del conflicto, la arrogancia de ciertas ''reflexiones", las verdades a medias, la veneración de la tontería. Decir que los únicos valores importantes son los de Occidente es aceptar la decadencia que ya miraba George Orwell en 1940, en uno de los más lúcidos ensayos que se han escrito sobre Henry Miller. Allí mismo Orwell se quejaba de los presuntos partidistas ''que le dicen a uno qué pensar". Por eso, escribió en otro de sus ensayos recogidos por Octaedro bajo el título de Escritos (1940-1948), ponemos los ojos en todas partes ''excepto en los lugares en los que realmente están sucediendo las cosas".

George Orwell fue el hijo del desencanto. En diciembre de 1936 fue a España a luchar contra el fascismo y medio año después, luego de presenciar las atrocidades que se cometieron en nombre del comunismo, abandonó el frente. A partir de entonces se convenció de que la lucha no debía limitarse a combatir el fascismo sino a cualquier forma de totalitarismo. ''El reemplazo de una ortodoxia por otra no es necesariamente un progreso", escribió en un prefacio inédito de Animal farm en 1945.

Desde entonces también decidió luchar contra la mentira, la práctica más frecuente de los Estados totalitarios y contra los tontos útiles de que se valen esos regímenes. Para Orwell el intelectual, el escritor, no debía sacrificar la integridad de su pensamiento en aras de un credo político. Por eso combatió de manera constante esa irresponsabilidad intelectual que desgraciadamente tiene muchos paralelismos con la de nuestros días. ƑNo hemos escuchado que la guerra en Afganistán nos favorecería por el aumento en el precio del petróleo? ƑNo hemos oído que la religión islámica es la causa del terrorismo? ƑNo hemos leído que los únicos valores son los valores de Occidente? Quizá Orwell llamaría a esas voces ''rentistas intelectuales", ''dandys con pensión", escritores que se la han pasado mirando del lado equivocado del telescopio.

El autor de 1984 criticaba la ''lejanía" con que los intelectuales, los hombres que tenían acceso a la plaza pública, veían las purgas, las ejecuciones sumarias, las prisiones sin juicio, los juicios sin pruebas. Todas esas cosas ''estaban demasiado lejos" para ellos.

Me llama la atención que a pesar de la inmediatez de los medios masivos, que son capaces de transmitirnos el terror ''en vivo", miremos las cosas con esa misma lejanía. Nosotros, como Orwell, presenciamos asesinatos, masacres, ejecuciones. Pero si la vida del escritor inglés se sacudió, nosotros no nos atrevemos siquiera a dudar de nuestros puntos de vista.

La nueva globalización, la que redescubrimos con motivo del terrorismo y la guerra, no se reduce a la inmediatez con la que transmiten información los medios masivos ni al ir y venir de mercancías por el mundo. Es otra y opera cambios más profundos que están provocando los múltiples contactos culturales en todo el mundo. Uno de esos cambios, por ejemplo, no lo hemos evaluado con suficiente claridad: las mujeres, el grupo más vulnerable en el mundo islámico ortodoxo, son las que operan los verdaderos cambios en sus comunidades. No es lo mismo ser feminista en Tokio o San Francisco que en el desierto afgano. Para comprender esos procesos y aprovecharlos quizá nos falte lo que a Orwell le sobraba: ''Audacia moral y sobriedad intelectual".