JUEVES Ť 4 Ť OCTUBRE Ť 2001

Angel Guerra Cabrera

El Estado policial mundial

La guerra contra el terrorismo declarada por George Bush hijo acaso se inscriba ya como el hecho más irresponsable de toda la historia de la rapiña imperialista.

Hasta los atentados del pasado 11 de septiembre Afganistán no formaba parte de la arbitraria lista de Estados "terroristas" satanizados por Washington. Esto, no obstante que el gobierno de Estados Unidos había acusado a su ex colaborador, Osama Bin Laden, de fraguar desde aquel país los ataques contra sus embajadas en Kenia y Tanzania en 1998 y contra el navío USS Cole en 2000. Incluso, con esa justificación Afganistán fue alegremente bombardeado con cohetes Crucero el año pasado.

ƑCómo es posible entonces que el santuario de su "enemigo público numero uno" no estuviera incluido en la nómina estadunidense de Estados "terroristas" hasta ese momento? ƑPor qué Afganistán fue sentenciado como el primer blanco de la nueva guerra, sin que apenas se hubiese iniciado la investigación de los atentados contra Nueva York y Washington?

Aún el martes pasado -cuando una acción militar estadunidense contra Afganistán parecía inminente- el propio secretario de Estado, Colin Powell, declaraba que el expediente contra Bin Laden circulado por Washington a sus aliados de la OTAN y de la flamante y precaria Coalición Antiterrorista, "no son pruebas que se puedan presentar ante un tribunal". Ese mismo día el canciller de Pakistán, país clave en la aventura bélica contra Afganistán, manifestó que las pruebas entregadas "no eran concluyentes".

Es evidente que el actual grupo gobernante en Estados Unidos -formado por intereses petroleros texanos, de la industria de guerra y del capital financiero globalizado- estaba urgido de contrarrestar la quiebra que se le venía encima del orden posterior a la caída del Muro de Berlín y a la guerra contra Irak de 1991.

El fracaso de las recetas globalizadoras del Consenso de Washington no le dejaban otra alternativa para conservar la supremacía mundial que tratar de reducir por la fuerza todo lo que se le opusiera apoyándose en la ventaja indiscutible de su superioridad militar.

Así, al temido desplome económico, político y moral del modelo neoliberal respondió con la descabellada idea, puesta en marcha a partir del 11 de septiembre, de establecer una especie de Estado policial a nivel mundial. Abolió, además, las soberanías nacionales y el derecho internacional ante una ONU relegada al papel de mero espectador de los acontecimientos. A quienes se opongan a los dictados imperiales -Estados o individuos- les colgará el sambenito de terroristas y los convertirá automáticamente en objetivos de su cruzada.

Washington habría optado por esta salida con o sin los atentados terroristas del 11 de septiembre, aunque éstos le dieron un argumento inmejorable para ponerla en práctica de la forma más expedita. La conexión Bin Laden-Afganistán, cierta o no, le permitió justificar de un día para otro su presencia en Asia central, región rica en hidrocarburos ambicionada por la famiglia Bush y sus socios petroleros. Pero este designio choca con la resistencia del fundamentalismo islámico que no es lo mismo que el terrorismo, una expresión de la rebeldía de los pueblos árabes y musulmanes, y amenaza contra el control estadunidense de gran parte del petróleo del planeta.

El auge del fundamentalismo se origina en un conjunto de factores endógenos y exógenos de distinto tipo, pero si algo lo ha alimentado son las políticas estadunidenses hacia los pueblos islámicos: el apartheid israelí contra los palestinos, el despotismo y la venalidad de regímenes casi siempre aliados de Washington, el bombardeo y el bloqueo de diez años contra la población civil iraquí y otra serie de históricos agravios.

Al parecer la ya inevitable incursión militar en Afganistán exacerbará hasta el infinito los sentimientos antiestadunidenses entre los pueblos islámicos y amenaza gravemente con desestabilizar a gobiernos aliados del propio Estados Unidos como Arabia Saudita, Emiratos Arabes Unidos, Egipto y Pakistán. La presencia de armas nucleares en Pakistán, la India, Rusia y China, situados en el eje del conflicto, lo convierte en el potencialmente más peligroso de la época contemporánea. Más aún que la crisis de los cohetes de 1962, cuando el equilibrio bipolar actuaba como freno de los contendientes. Se perfila una dinámica impredecible y de seguro ominosa.

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