JUEVES Ť 4 Ť OCTUBRE Ť 2001

Elena Poniatowska

Colombia, šoh Colombia!

El año pasado fuimos invitados por el ex presidente colombiano Belisario Betancur: Vicente Quirarte, Carlos Monsiváis, Gonzalo Celorio y yo, de México; Griselda Gámbora, Sergio Ramírez, Eduardo Galeano, Jorge Enrique Adoum, Nélida Piñón y otras voces autorizadas de América Latina, como el colombiano Fernando Vallejo, que vive hace años en México. Autor de La virgen de los sicarios, entre otras novelas, Vallejo es un hombre impresionante tanto por sus opiniones como por su forma de decirlas.

En esa reunión, Fernando Vallejo proclamó que Colombia era la vanguardia del desastre y que nos encontrábamos en el umbral del apocalipsis. Entonces pensé que exageraba, ahora ya no. Cuarenta hombres y mujeres dedicados a la cultura en Canadá, en Estados Unidos y en América Latina manifestamos nuestra solidaridad con los colombianos que todavía viven en Colombia, a pesar del terrorismo, los secuestros y la alta inseguridad.

Seguramente en este encuentro vimos a la entonces ministra de Cultura, promotora de festivales de música, del vallenato y del arte popular, Consuelo Araujo, aunque no la recuerde porque hace un año que olvido lo bueno y lo malo.

El domingo 30 de septiembre, unos militares encontraron el cadáver de Consuelo Araujo, de 62 años, ex ministra de Cultura y esposa del procurador general Edgardo Maya, con dos balazos en la cara, a dos mil metros de altura, en las montañas de Sierra Nevada, fuera de Valledupar. Tal parece que la señora Araujo exhausta ya no pudo seguir caminando con los demás rehenes y fue ejecutada. Hacía una semana que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) la habían secuestrado en un retén de una carretera del departamento del César al norte del país, y la habían conducido con otros a la Sierra Nevada de Santa Margarita, donde el ejército encontró su cadáver el sábado por la noche.

Hace 20 años que Colombia vive la atrocidad del secuestro y del asesinato cometido por hombres armados que desprecian los sentimientos de los colombianos. Es difícil no sentirse un rehén en Bogotá; la tensión es constante y en la calle, cada vez que arranca un automóvil, de inmediato, dos o tres carros de guardaespaldas arrancan tras él. En el hotel en el que viví en el pasado mes de mayo, "por razones de seguridad", la habitación tenía un número y la llave otro, y me pidieron que no saliera sola ni a la farmacia "por precaución". ƑContra quién la guerra? Contra la sociedad, contra los escasos visitantes, contra la propia Colombia.

Para salvaguardar su vida muchos colombianos abandonan el país y se calcula que en los últimos 15 años hay 2 millones de desplazados. El terror ha alcanzado universidades, organizaciones humanitarias nacionales e internacionales. Cuatro millones de colombianos viven fuera; se van los científicos y los pintores, los novelistas y los actores, no sólo Gabriel García Márquez, Alvaro Mutis o Fernando Botero, sino todos los que huyen del horror de la guerra, el secuestro, el terrorismo, el asesinato.

Ahora, Anamercedes Vivas, asesora del despacho de la ministra de Cultura, me envía un cuestionario. Pregunta: Ƒcómo la cultura puede contribuir a la construcción de la paz? ƑCuál es el papel del artista en el conflicto armado? ƑCuál es, desde una perspectiva latinoamericana, el papel de la cultura en general en la construcción de una nación?

William Ospina, el poeta y el filósofo colombiano, propone un gran proyecto cultural y educativo para resolver la tragedia nacional. Del 13 al 15 de octubre se darán cita en un foro en Mompox algunos líderes de opinión nacionales e internacionales para hablar de los derechos culturales de una Colombia envilecida. ƑPuede la cultura contribuir a la construcción de la paz?

Darío Jaramillo me llevó a conocer el museo que Fernando Botero donó a Colombia con una colección maravillosa de obras de arte adquiridas a lo largo de su vida y estos cuadros colgados sobre los muros blancos (o quizá estos muros blancos colgados de Matisse, Picasso, Tamayo, Mata, Lam), me dieron la imagen exacta de lo que un intelectual puede hacer por su país en el momento en que es minado por quienes lo mal quieren y vilipendiado a lo largo y a lo ancho de nuestro continente.