jueves Ť 4 Ť octubre Ť 2001

Sergio Zermeño

El enemigo está adentro

La mayoría de los medios de difusión, al igual que los gobiernos de Estados Unidos y de los países más desarrollados de Occidente, nos invitan a concentrar nuestra atención en Afganistán, Asia Central y Medio Oriente. Ahí, nos prometen, serán encontrados los responsables del martes negro y una vez que eso suceda las cosas regresarán, poco a poco, a la normalidad. Sin embargo, cada día que pasa las evidencias parecen restar credibilidad a ese escenario: no se nos promete blancos militares consistentes, como en la guerra del Golfo Pérsico, y la persecución de terroristas por comandos de elite en cuevas y desfiladeros está lejos de justificar el despliegue militar de Occidente; para colmo, cada vez pesan más las imágenes de 4 millones de refugiados desharrapados a las que ni Angelina Jolie, con decisión admirable, ni el resto de la humanidad podremos acostumbrarnos jamás.

En realidad, en esa parte del mundo hay poco que buscar y lo que existe está a la vista. Si algo nuevo se encontrara, la opinión pública ha sido preparada para desconfiar de la evidencia, pues el propio gobierno de Estados Unidos ha confesado que podría no ser transparente en su quehacer y en sus hallazgos por aquellas regiones. Y es que día con día el foco de gravitación, desde el 11 de septiembre, se desplaza del enemigo exterior hacia el interior del mundo occidental, particularmente al corazón de Estados Unidos.

Para no andar con rodeos, lo que tenemos ante nuestros ojos no parece ser otra cosa que el quiebre inesperado de la piedra filosofal del neoliberalismo: hoy parece que todos se han olvidado de la crisis fiscal del Estado y de su necesaria jibarización, ideología muy conveniente mientras los negocios de las grandes empresas marchaban bien y el crecimiento económico permitió hacer partícipe del banquete a una capa de beneficiarios más o menos significativa (incluso si los pobres y los desharrapados crecían exponencialmente). Pero cuando todo eso deja de ser dinámico y de las catacumbas de la exclusión comienzan a surgir poseídos sin control, dispuestos a cambiar sus vidas por las de cientos o miles de seres humanos privilegiados por su escolaridad, su cultura, su educación, su racionalidad, sus estándares de consumo, sus distinciones... entonces ha llegado el momento de cambiar la libertad de mercado, el "dejar hacer" y el "dejar pasar", por un nuevo tipo de ordenamiento que haga frente a la catástrofe moral y a la amenaza que han significado la caída de las Torres Gemelas o los ataques biológicos.

Por fortuna en tales circunstancias nunca ha escaseado la existencia de intelectuales capaces de minimizar los fundamentos del antiguo régimen (el neoliberalismo, paradójicamente) y de inventar los nuevos consensos, los mitos unificadores exigidos por la flamante redistribución de fuerzas.

Así, lo que a todos nos preocupa, al extremo de relegar las hazañas guerreras y la sofisticación armamentista que al Asia central se dirige, es que en los distintos momentos de la historia, siempre que ha sido necesario hacer frente a poderosas amenazas exteriores al orden existente o a profundas crisis de injusticia material y moral, el consenso colectivo ha ido en el sentido del fortalecimiento de un actor central con poderes extraordinarios: keynesianismo, populismo, socialismo, fascismo, dictaduras militares, nacionalsocialismo... El regreso del Leviatán y la más o menos inminente derrota de la sociedad frente al Estado (que hoy tiene lugar en el mundo musulmán al igual que en Estados Unidos), poco a poco, pero firmemente, se convierten en el foco de preocupación de lo que desencadenó el 11 de septiembre.

Poderes extraordinarios para el presidente de Estados Unidos, escuchas telefónicas autorizadas, control militar de las reservas energéticas del globo, acatamiento de los 189 países miembros de la ONU para aniquilar lo que el Big Brother defina como terrorismo ("sin apelación"), desempleo en los campos empresariales privados (líneas aéreas, maquila, turismo...) con crecimiento exponencial del personal de seguridad pública en fronteras, aeropuertos, estadios, redes energéticas y de alimentación, sedes de los grandes poderes políticos y económicos...

ƑAdiós a la utopía occidental en la que todo estaría yendo hacia el fortalecimiento del sujeto escolarizado, culto, sano...? ƑAdiós a Lipovetski? Porque hoy, según Washington, "la vigilancia es el precio de la libertad". Los reflectores entonces no están sobre Asia, sino encima de ese 20 por ciento de la población del mundo que se autodefine como Occidente. La pregunta es: Ƒa qué tipo de verticalismo, a cuál nueva forma de predominio del Estado sobre lo social tendremos que hacer frente en el siglo XXI?