jueves Ť 4 Ť octubre Ť 2001
Sami David
Ventarrones de odio
Irracionalidad e intolerancia caminan por el mundo con su carga de violencia. La intransigencia al amparo de la Iluminación misma, los nuevos signos de un tiempo en el que el odio se presenta como algo cotidiano.
Y la tragedia del hombre volcada sobre la incomprensión. Religión e idiosincrasia como vínculos significativos. Dios enfrentado a Dios, cual amenaza o revelación de que en nombre de la justicia la hebra virulenta está a punto de reventar. De esta manera, la cresta de la incertidumbre empieza a crecer en las sociedades contemporá-neas. Y las voces a favor de la prudencia, de la paz misma, empiezan a cobrar significado.
La ignominia vuelve a amenazar a la humanidad. Acentos bélicos, ventarrones de odio, el siglo XXI gestándose con virulencia. Y la globalización, con su carga deshumanizada, empieza a manifestarse con un rostro inconcebible en nombre de la justicia. Otra vez las diferencias cobrando significado en nombre de la irracionalidad, sea del signo que sea.
Al amparo de la defensa de la libertad, las acciones bélicas pretenden cobrar venganza en nombre de la justicia. El terrorismo es grave, ciertamente. Pero combatirlo exigiendo sumisión y entrega a la comunidad internacional también provoca pavor. Por lo mismo, frente a las actitudes de quienes arengan a la guerra, México debe plantearse el ejercicio de la política como expresión civilizada, de conciliación y suma de voluntades.
Si bien es cierto que los diversos tratados nos obligan a responder de manera concisa, también es cierto que la soberanía y la libre determinación deben preservarse. Conciliar estas posturas no es nada del otro mundo. El apoyo de nuestra nación a Estados Unidos de Norteamérica debe plantearse en términos adecuados, pero respetando la integridad nacional. La dignidad del país no puede quedar en entredicho. La globalización, los tratados internacionales, los avances tecnológicos, han difuminado las fronteras físicas. Sin embargo, es posible establecer una postura válida para todos, conciliando soberanía e independencia con el apoyo internacional. La integridad de la nación no puede ponerse en tela de juicio.
Convivir de manera civilizada es lo conducente. La vocación pacifista de nuestro país debe imponerse. La violencia no es el camino. El arrebato retrasa los consensos porque no ofrece soluciones a los problemas.
El odio y el rencor frenan el desarrollo y fomentan el encono. El trabajo, la perseverancia y el tesón deben ser los caminos necesarios. Quienes apuestan por despertar la virulencia olvidan las lecciones de la historia.
La herencia del odio no es válida. Fomentar el encono tampoco es prudente. Y la historia no perdona. Quienes olvidan que la política se sustenta en la ética, en los valores y en los principios irrenunciables de la diplomacia mexicana caen en el protagonismo. Como ejercicio responsable para sumar voluntades, la política busca un propósito: el bien común, el desarrollo de la gente. La mesura, la paciencia, la prudencia también es necesaria en la política. No la mordacidad. La política permite buscar soluciones, fórmulas sociales que nos permitan seguir avanzando.
Tal vez convenga resaltar que las raíces históricas, religiosas y míticas se encuentran presentes en el conflicto actual. Y en nombre de una divinidad, los hombres están a punto de desatar la barbarie. Por eso, ahora más que nunca se impone una comunicación civilizada que privilegie el entendimiento. La barbarie a nada conduce. Como país, digamos no a la guerra. No a las actitudes hostiles y de venganza.
Rechacemos todo intento de oscurecer la del ser humano. La violencia debe ser superada por la expresión ciudadana, por la prudencia misma de los líderes mundiales. Y México puede dar el ejemplo.