Una cadena de infortunios
Manuel Zozaya
La publicidad de ciertos medicamentos antivirales en Estados Unidos muestra personas con VIH realizando grandes proezas físicas, escalando montañas o navegando en veleros.
Ciertamente el sida es una enfermedad polifacética Cada experiencia individual nos muestra una cara distinta. Muchas veces, en un afán de desmitificar al sida como la enfermedad que equivale a muerte, tratamos de mostrar los testimonios más alentadores, los de quienes en medio de un posible desastre saben salir a flote, fortalecerse, renacer, encontrar nuevos caminos y hurgar en el sentido de su vida. Sin embargo, ellos sólo son una parte, quizá mínima, de la multiplicidad de sidas en el mundo. Quizá la mayoría sean historias de devastación y desesperanza. Esta es una de ellas.
"Tengo 28 años y vivo en un pueblo cerca de Toluca. Supe del VIH, cuando me empecé a sentir mal. No tenía hambre ni ganas de hacer nada, tenía vómito y diarrea. Mi esposo me preguntaba por qué no comía. Los doctores me daban medicina pa' la anemia. Mi marido fue el primero en enterarse que tenía sida. Yo no supe cómo se infectó, quizá haya tenido relaciones con otras personas. Hasta que empeoramos los dos y la niña nos enteramos de lo que teníamos. La gente decía que nos estaban embrujando y nos fuimos a curar hasta con brujas, y nunca supimos cómo nos contagiamos.
"Él se enfermó primero, de los huesos y dolor de cabeza. Pensaba que era por levantar cosas pesadas, porque era hojalatero, pero no empeoraba; yo fui la que empeoré. Me internaron en el Hospital San Juan y ahí le dijeron a mi familia que tenía VIH/sida, pero a mí no me dijeron nada, después internaron a mi chiquita, y también resultó infectada. A los quince días mi esposo empeoró; yo creo que por desesperación, al ver que nos había infectado, empezó a tomar y a descuidarse. Le dio una bronconeumonía y murió al poco tiempo. A mí me dijeron que me iba a morir pronto, porque esa enfermedad es incurable. La niña estuvo varias veces a punto de morir. Yo, cuando me enteré, quería morir, porque mi familia me rechazó. Ellos prefieren verme muerta, pues piensan que es contagioso el VIH. No comprenden que sólo se transmite por vía sexual. Afortunadamente mi hija de 12 años no está infectada, pero el niño de ocho y la chiquita sí lo están. Comemos lo que haiga porque no tengo fuerzas para trabajar. Yo quisiera echarle ganas para ver crecer a la niña, que está en La Casa de la Sal, igual que a mi hijo que está débil, descolorido. Por fortuna la doctora Beatriz Ramírez, directora de la Fundación Mexicana de Lucha Contra el Sida, Casa Toluca, ya le está consiguiendo el medicamento.
"He ido a juntas de mujeres con VIH y dicen que están conformes, que con el medicamento están bien, pero yo no me siento bien. Es horrible tomar medicamentos del diario. A veces quisiera morirme y no sufrir esta enfermedad que día tras día me va acabando."