sabado Ť 6 Ť octubre Ť 2001

Luis González Souza

México y el nuevo orden mundial

En algo tiene razón el presidente de Estados Unidos, Bush Jr., tras el terrible derrumbe de un mundo de por sí plagado de terrores: es hora de definiciones. Donde se equivoca es en la delimitación de disyuntivas: "O están con Estados Unidos, o están con los terroristas"... Con el Bueno o con los malos... con Superman y Batman o con Kriptonita Bin Laden y sus guasones o pingüinos seguidores.

A nuestro entender, la disyuntiva es otra, más compleja pero a la vez más simple: o se defiende el viejo orden mundial, hijo y padre al mismo tiempo de múltiples formas de terrorismo, o se participa en la construcción de un orden mundial en verdad nuevo, capaz de incluir a todas las civilizaciones y culturas del mundo, montado en el trinomio ya sugerido antes: interculturalidad, autonomías de todo tipo y democracia genuina (la del mandar obedeciendo). Si hubiese que simplificarla: o viejo mundo racista y guerrerista, o nuevo mundo zapatista. No se trata de un exabrupto mexicanista o indigenista. Es, a nuestro honesto juicio, un imperativo ético ante tres acreedores ya ineludibles: la historia mundial reciente, el ser histórico nacional, y la sed global de justicia y dignidad.

La demanda y la promesa de un nuevo orden mundial por lo menos tienen 30 años de viejos, y sin duda tuvieron en México un protagonista central, sin posibilidad de amnesia fácil ni barata. Desde 1973, el mundo espera la cristalización de la Carta de derechos y deberes económicos de los Estados, aprobada casi por unanimidad, sólo con el rechazo de Estados Unidos y un puñado de países industrializados, pero con un respaldo de primer nivel, de arquitecto en jefe, por parte de México. Desde entonces cobró fuerza el movimiento por un nuevo orden internacional, por lo pronto en materia económica. El "NOEI", le decíamos por todos lados. Poco después, ese movimiento se enriqueció con otras dos propuestas por demás pertinentes, aunque éstas sí exitosamente saboteadas por las potencias "occidentales": 1) un Código de Conducta para las Empresas Trasnacionales, y 2) un Nuevo Orden Informativo Internacional (NOII), bajo los auspicios de la UNESCO. México siempre se alineó del lado del cambio: el lado de lo justo y lo nuevo. Inclusive llegó a agregar la propuesta de un Plan Energético Mundial, a fines de esa misma década, la de los años setenta.

Durante la siguiente década, lo socioeconómico fue asfixiado por los problemas de orden político-militar. No de gratis, en Estados Unidos se enseñoreaba el reinado de Ronald Reagan y su doctrina del neoglobalismo, es decir, la obsesión de recuperar y reimponer la hegemonía estadunidense en todo el globo y en todos los renglones del poder. Fueron los tiempos de la guerra de las galaxias, las guerras de baja intensidad y las guerras para la reversión ("roll-back") de revoluciones como la sandinista en Nicaragua. A contrapelo, fueron también los tiempos del Grupo Contadora, su Grupo de Apoyo, luego fusionados en el Grupo de Río y en todo lo cual México volvió a jugar un papel de gran relieve. Papel similar al que incluso desempeñó en el Grupo de los Seis para poner un alto a la carrera armamentista entre las potencias de la época: Estados Unidos y la Unión Soviética.

Más de 30 años han pasado, y lo que el mundo tiene hoy no es un nuevo orden, sino uno tan necio y viejo que ahora se le cuestiona a base de bombas y avionazos en el corazón mismo de su principal sostén. Para colmo, la respuesta de Estados Unidos -"guerra global contra el terrorismo"- no hace sino expandir los terrores que han hecho al viejo orden mundial por completo insostenible. Claro que a Estados Unidos esa respuesta le resulta razonable (ningún imperio en agonía se muestra racional) y hasta harto lucrativa. Mata como 20 pájaros con la misma piedra así lanzada, contra "el terrorismo" en abstracto.

Pero México es otra historia. Una historia por completo traicionada ahora que la dupla Fox-Castañeda ha tenido a mal ofrecer un "apoyo total, incondicional" e infinito ("hasta lo último") a una guerra tal, y en un momento en que la humanidad precisamente está urgida de definiciones y aliados por un orden mundial en verdad nuevo, mismo del que se han burlado una y otra vez Estados Unidos y los demás usufructuarios del viejo orden mundial.

Hasta en lo táctico, dicha postura del gobierno de Fox resulta aberrante. Primero, porque incluso los siervos condicionan (a un salario o algo así) su apoyo al amo. Y segundo, porque ya casi todos lo sabemos: ante potencias como Estados Unidos la única posibilidad de vida se nutre de la dignidad. Mejor lo dice Carlos Fuentes, gran conocedor de la cultura y la idiosincrasia estadunidenses: "Para los norteamericanos, el que se comporta como esclavo siempre ha sido tratado como tal, y sólo quien los trata de pie y al tú por tú asegura atención y obtiene resultados" ("Nacionalismo e integración", Este País núm. 1, abril de 1991, p. 12).

Si aun así no se entiende, recordemos entonces a don Jorge Castañeda, padre del actual canciller de México, y ex canciller él mismo: "No es que no debamos ser amigos de Estados Unidos, pero la mejor manera de ser buenos amigos de ese país consiste precisamente en no ser obsecuentes, sino independientes". Sólo así, "Estados Unidos respetará a nuestra nación" ("Sobre la política exterior", La Jornada, 9 de octubre de 1988, p. 8).

Epílogo casi obvio: México podría y debería ser vanguardia en la lucha por el nuevo orden mundial, jamás en la lucha por la gracia y la bendición de potencia alguna que se obstine en defender un orden mundial de por sí terrible: un orden que genera y descansa en variantes cada vez más duras e inhumanas del terrorismo. Ť

 

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